Los miedos de ahora los tengo cuando pongo el telediario: guerra, coronavirus, inflación, precio de la gasolina…

En mis tiempos de infancia la siesta era un territorio sagrado. Para que nos estuviéramos callados y no diéramos la lata, nuestros padres nos metían el miedo en el cuerpo. Como no había aún televisores en los hogares ni teléfonos móviles a mano con los que dejarnos embobados, nos decían que si metíamos jaleo durante el rato en el que se podía hacer planes con Morfeo podía venir el tío del saco o el sacamantecas, cuya única misión en el mundo era raptar niños a los que quitarles las mantecas. También estaban los tísicos, que te raptaban y te sacaban la sangre para venderla en un mercado negro difícil de ubicar. Todos eran hombres temibles que te cogían y te llevaban a un lugar oculto y tétrico con la intención de torturarte. Yo nunca vi a ningún sacamantecas, pero me lo imaginaba muy siniestro con un saco a las espaldas en busca de cualquier infante despreocupado que se dejara engatusar. Aunque al sacamantecas yo, en particular, no le temía demasiado porque mi esqueleto tenía por encima poquísima grasa corporal. Conmigo iba a hacer poco negocio.

Lo que quiero decir es que el miedo siempre era la solución de nuestros padres a la hora de poner en práctica su peculiar educación. Si nos escupía una salamanquesa en la cabeza te quedabas calvo, si te tragabas un chicle se te podían pegar las tripas, no te podías bañar después de comer hasta pasadas dos horas porque te exponías a un corte de digestión y si te dormías delante de un ventilador te podías asfixiar porque el aparato te robaba el aire. Cuando había truenos y relámpagos no podías salir a la calle -que en realidad era nuestra verdadera casa- porque andaban sueltos los demonios. Si era Viernes Santo no podías jugar a la pelota porque si le dabas una patada al balón era como dársela a la cabeza del Señor. No podíamos darle vueltas a un paraguas porque se moría el más anciano de la casa y si veías un abejorro volando es porque algo malo iba a pasar en la familia. Y había que procurar no romper espejo alguno porque entonces te caía una maldición de tres pares de narices. Eso eran los miedos de antes. Los miedos de ahora los tengo cuando pongo el telediario: la guerra a las puertas de casa, el coronavirus que no se va, la inflación que viene, ver los precios en los indicadores de las gasolineras, el cambio climático que nos va a freír vivos… No sé ustedes, pero yo casi prefiero los miedos de antes.

Andrés Cárdenas

https://www.granadahoy.com/opinion/articulos/Miedo-cuerpo_0_1697230410.html

FOTO: EL CONFIDENCIAL

 

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