Mar Castellanos, neuróloga: “El ictus afecta cada vez más a personas en edad laboral. Las enfermedades cardiovasculares son una epidemia”

Entrevista de Manuel Jabois a Mar Castellanos en A Coruña

La enfermedad cerebrovascular es la primera causa de mortalidad en mujeres en nuestro país, y la segunda en hombres. “La primera razón es nuestro estilo de vida: mala alimentación, tabaco, exceso de alcohol, sedentarismo”, dice la doctora.

Cuando la doctora Mar Castellanos (Salamanca, 52 años) eligió la especialidad de Neurología, sus amigos de la carrera se llevaron las manos a la cabeza. “Para qué neuróloga, si los neurólogos no curan nada”, me dijeron. “De la neurología se tenía la idea de que hacía unos diagnósticos muy buenos y ponía nombre a enfermedades muy raras, pero el resto de médicos le prestaban poca atención porque, es cierto, con esas enfermedades poco se podía hacer”. Castellanos es coordinadora del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología (SEN), jefa de Servicio de Neurología en el Complejo Hospitalario Universitario A Coruña (CHUAC) y, desde este año, directora del Instituto de Investigación Biomédica de A Coruña (INIBIC). “La evolución de la neurología en estos veinte años ha sido enorme. Nadie pensaba que esto fuera a ser tan rápido. Pero se necesitaba que fuese así: los pacientes que padecen enfermedades neurológicas necesitan mucho de la investigación porque, desgraciadamente, sufren enfermedades muy discapacitantes, muy mortales y con mucho sufrimiento antes de llegar a la muerte”, dice al teléfono a EL PAÍS.

P. El ictus es la primera causa de mortalidad en mujeres en nuestro país, la segunda en hombres. Y la primera causa de discapacidad de ambos.

R. Y algo más: siempre se tenía la percepción de que el ictus era una enfermedad tremendamente ligada a la edad, que le pasaba sobre todo a la gente mayor, y era una percepción cierta. Ya no lo es. Más del 60% de pacientes que sufren un ictus tienen menos de 65 años. El ictus ha dejado de ser una enfermedad de gente mayor y está afectando a más personas en edad laboral. Eso tiene, además, unas consecuencias económicas importantísimas [“El coste social del ictus se estima en 6.000 millones de euros al año, el equivalente al 5% del gasto sanitario”, informaba en 2015 Carmen Aleix, presidenta de la Federación Española de Ictus]. No sólo para el propio paciente, sino también para el cuidador del paciente, que tiene que acabar adaptando su vida, sus necesidades y su economía: estamos hablando de un cuidado intenso.

P. ¿Por qué más jóvenes?

R. El estilo de vida. Mala alimentación, tabaco, alcohol, en menor medida drogas (son peligrosísimas, pero obviamente la gente las consume menos que el tabaco o el alcohol), sedentarismo. De los muchos problemas que trajo consigo la pandemia, uno de ellos es la obesidad en los niños. Esa obesidad va ligada a una mala dieta y a una mala actividad física. Pero, de prolongarse, la obesidad está directamente relacionada con la aparición de otros factores de riesgo, como la hipertensión arterial y la diabetes mellitus; unos factores se suman a otros, se potencian.

P. Y el cuerpo paga.

R. El colesterol, por ejemplo. Si comemos muchos productos grasos y, especialmente, las grasas malas que se nos recomienda tantas veces disminuir, generamos daño en las arterias. Y favorecemos la calcificación y las placas de colesterol en ellas, que en un momento determinado se pueden soltar. Son trombos que van por la circulación y tapan determinadas arterias, por ejemplo en el cerebro. En cualquier caso, el depósito de calcio y de colesterol en las arterias también va tapando la propia arteria, sea en el corazón, en el cerebro o en las piernas.

P. Contra eso, revisiones.

R. Contra eso, vida sana. A la hora de combatir un ictus, siempre íbamos muy dirigidos a la fase aguda: que el paciente vaya lo más rápido posible al hospital y que podamos ofrecerle un tratamiento, porque de ese tratamiento muchos pacientes van a salir bien. Pero antes hay que tener en cuenta una prevención adecuada. Y aquí es donde cada uno cuenta. Antes de ser pacientes, tenemos la obligación de atender a recomendaciones e intentar reducir al mínimo el riesgo de padecer una enfermedad vascular, que es una epidemia. Podemos comer mejor, podemos no abusar del alcohol, hacer un poco de ejercicio físico al día, mirar nuestros niveles de tensión arterial, hacernos una analítica cada cierto tiempo para saber cómo tenemos los niveles de colesterol y de azúcar. Eso es importantísimo. Y es tarea del sistema de salud, pero también de nuestra voluntad.

P. Todos conocemos el caso de la persona sana, deportista, sin malos hábitos, que de repente sufre un ictus.

R. Evidentemente, y muchísimos. También jóvenes que, por su edad, no han desarrollado factores de riesgos. ¿Por qué? Hay una serie de razones, entre los cuales está la genética. Hay enfermedades con un gen muy característicamente afectado, con una localización y una mutación genética que está definida. Pero después, cada uno de nosotros tenemos una carga genética que ahora mismo somos incapaces de explicar. Si hay una combinación genética que puede aumentar la probabilidad de que una persona tenga un ictus, hoy no lo sabemos. Pero cada vez existen más publicaciones que nos están dando información sobre determinados genes que tienen una tendencia especial, cuando están alterados, a que ese paciente tenga más probabilidades de sufrir un ictus.

P. La medicina personalizada.

R. Y por eso es importantísimo concienciar a la población para que participe en estudios cuando se le propone: permite obtener un gran volumen de datos que necesitamos para, por ejemplo, elaborar algoritmos que puedan predecir con mayor probabilidad qué paciente tiene mayor riesgo de sufrir un ictus, y lo prevenga.

La recuperación del cerebro y lo que nosotros podemos hacer por ese paciente depende del tiempo transcurrido desde que se han iniciado los síntomas

P. Es una enfermedad que, cuando toca cerca, provoca pánico. Lo más parecido a una desaparición súbita, sin más.

R. Viene de golpe. Lo que define al ictus es que una persona está bien, aparentemente perfecta, y a los dos segundos deja de estarlo. Los síntomas de otras enfermedades aparecen más progresivamente; los del ictus son tan rápidos que el tiempo en reaccionar es esencial para sobrevivir, o para no sufrir una discapacidad.

P. El tiempo.

R. Fundamental. Hago muchísimo hincapié en la formación de la gente. Porque reconocer los síntomas permite articular los planes ictus, que tienen como objetivo que el paciente llegue al centro lo más rápido posible. La recuperación de ese cerebro y lo que nosotros podemos hacer por ese paciente depende del tiempo transcurrido desde que se han iniciado los síntomas. En la mayoría de los casos, 85%, se trata de un ictus isquémico [el otro 15% es ictus hemorrágico, la rotura de la vena]: se produce porque una arteria se ha tapado por un trombo, y en ese momento deja de llegar la sangre a esa zona del cerebro que está ligada a esa arteria. Los síntomas aparecen de golpe, pero la lesión definitiva en el cerebro no aparece de golpe y el daño se va produciendo de manera progresiva. Cuanto más tiempo pase sin flujo sanguíneo esa zona, más probabilidad vamos a tener de que esas neuronas acaben muriendo de manera definitiva.

P. ¿Cuál es el tratamiento cuando se llega al hospital?

R. Restablecer el flujo sanguíneo en la zona del cerebro en la que no circula la sangre. Los tratamientos van dirigidos a eliminar lo más rápido posible ese trombo que tapa la arteria.

P. ¿Cómo se hace?

R. Hay dos grandes estrategias terapéuticas. Una es intentar deshacer el trombo mediante la administración de un fármaco que se conoce como fármaco fibrinolítico. Se administra por vena e intenta deshacer el coágulo. Es la primera opción. No se puede hacer con todos los pacientes porque tiene algunas contraindicaciones. Puede administrarse dentro de las primeras cuatro horas y media de evolución de los síntomas. Después vamos a la segunda opción: los trombos pueden ser extraídos mediante un procedimiento endovascular. Introducimos un catéter a través de la ingle y, siguiendo la propia circulación, llegamos hasta el trombo, que está a nivel de una arteria del cerebro, y con una serie de dispositivos extraemos el trombo y restablecemos la circulación.

A veces los pacientes pierden fuerza en un brazo, o en una pierna incluso una pérdida de visión en un ojo. Y a los diez minutos, o menos, se recupera. Es un accidente isquémico transitorio: un aviso. Hay que acudir a Urgencias igual

P. Una polémica recurrente: médicos que se quejan de que a Urgencias vaya cualquiera con un dolor mínimo o con sospecha de sufrir un ictus cuando no es nada. Pero, aun entendiendo la desesperación de algunos facultativos, un paciente no tiene por qué saber qué le ocurre exactamente.

R. Nuestra postura es clara: ir cuanto antes al hospital cuando alguien sospeche, por el motivo que sea, que ha tenido un ictus. Porque puede haber sido un ictus transitorio, por ejemplo: las cosas tras un tiempo han vuelto a la normalidad, y uno cree que no le ha pasado nada.

P. ¿Cómo es eso?

R. A veces los pacientes pierden fuerza en un brazo, o en una pierna, o en ambas, incluso una pérdida de visión en un ojo. Y a los diez minutos, o menos, se recupera. Es un accidente isquémico transitorio. Y esa persona lo tiene que interpretar como un aviso. Aunque el paciente se haya recuperado, debe acudir un servicio de urgencias para que el neurólogo pueda estudiar a ese paciente y determinar si tiene o no una elevada probabilidad de recurrencia. Hay una serie de pruebas que podemos hacer, incluso en el propio servicio de urgencias, para determinar si el paciente tiene que quedarse ingresado, por ejemplo, o volverse a casa. Lo que tenemos que evitar es que, si el paciente ha tenido los síntomas, y ha tenido la suerte de recuperarse, vuelva a tener un ictus del cual no pueda recuperarse. Uno puede ser transitorio, otro a lo mejor no.

P. ¿Qué hace el cuerpo durante un ictus transitorio?

R. Cuando se forma un trombo, el organismo pone en marcha una serie de mecanismos para deshacerlo. Mediante la hemostasia y la coagulación. Tenemos una serie de de sustancias que funcionan favoreciendo que se formen trombos, y otras que funcionan favoreciendo que se deshagan. Si un día nos cortamos la mano con un cuchillo y empezamos a sangrar, producimos una hemorragia. Sin hacer nada, si el paciente está bien y no tiene ningún problema de coagulación, esa sangre para de fluir. ¿Por qué? Porque el organismo pone en marcha una serie de mecanismos que van orientados a que en esa zona se genere más coagulación y se deje de sangrar. Bueno, pues con el ictus transitorio pasa lo contrario. Cuando el organismo detecta que hay un trombo en una determinada localización, baja los mecanismos que normalmente hacen que se generen coágulos y que la acumulación funcione en un determinado nivel; esos mecanismos disminuyen y hacen que ese trombo se disuelva, o al menos lo intentan.

 

Manuel Jabois

FOTO: La neuróloga Mar Castellanos, el pasado jueves en A Coruña.Vanessa Casteleiro

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