«SEBASTIÁN Y LAS ESTAMPAS DE LA GRANADA PERDIDA» por Remedios Sánchez

Sucede que hay un modo de ser granadino marcado por el lamento y la idiosincrasia de refugiarse en los tiempos de los Reyes Católicos o el Gran Capitán, en lo glorioso de un momento histórico (con muchos matices) que no ha de volver porque estamos en otra época que requiere otra mirada. Nosotros, los ciudadanos normales, no descendemos de Boabdil, ni de los Reyes Católicos, ni del Gran Capitán, sino los herederos de una generación desdibujada, la de los niños de la guerra, cuyos últimos representantes se han ido yendo en el silencio atronador de esta pandemia, después de abrirnos las puertas de la democracia y la Constitución allá por 1977 sin ningún reconocimiento. Son esos que me miran ahora desde las fotografías en blanco y negro de este libro imprescindible, pleno de emoción y respeto a nuestros padres y abuelos,  que ha escrito mi amigo Sebastián Pérez como homenaje a la que él califica -con mucha razón- como la generación más generosa y sacrificada de la historia reciente. Lo ha titulado ‘Estampas de la Granada perdida’ y me ha reconfortado incorporarlo en esta biblioteca de tesoros hechos con palabras imprescindibles que me resguarda y me acompaña en las tardes del bochorno veraniego.

Que no busque nadie encontrarse aquí con los gerifaltes encorbatados que estuvieron en portada de la prensa nacional, con los vencedores de la nada; porque aquella España, para una mayoría, era únicamente ruina, pobreza, miseria y hambre. Precisamente ésa es la Granada que recupera Sebastián: la que da noticia de la vida y la verdad sencilla de gentes humildes con oficios que fueron imprescindibles.  La de los mujeres y hombres que, a la adversidad de un país derrotado tras una guerra y el inicio de una dictadura, supieron  echarle valor, fuerza y dignidad para sobrevivir. Así, los protagonistas son los aguadores y sus pregones anunciando el agua más fresca, las vendedoras de higos-chumbos o las castañeras de mandiles impolutos en su blancor, las lecheras a domicilio tirando con paciencia de su vaca o su cabrilla, los tranviarios recorriendo la ciudad, el sereno vigilante de las noches, las telefonistas sonrientes, el carbonero y sus maniobras para abaratar costes, las lavanderas  con sus manos de frío y sabañones, el sillero, el hojalatero o el afilaor (así, sin la -d- intervocálica, que es como se escuchaba en las calles). Y no quiero olvidarme de las pasiegas que atravesaban la península desde el cántabro valle del  río Pas para amamantar por unos reales diarios a los chiquillos pudientes cuando sus madres no podían hacerlo.  Esta es la Granada perdida que recupera Sebastián, una Granada que no puede ignorarse porque estuvo escrita en los rostros arrugados de nuestros mayores y que aquí se explica con palabras comprensibles y cercanas, con fotos conmovedoras, con grabados o pinturas de Larrocha, de Isidoro Marín, de López Mezquita o Apperley;  con documentos curiosos, como la felicitación navideña de los camareros del Centro Artístico o la del repartidor de prensa. Sebastián Pérez, que  heredó el amor a Granada y sus esencias, ha escrito una obra que revela un hondo respeto a la memoria colectiva, que supone un rescate necesario para que nada se olvide en el baúl de lo no dicho. Y muchos se lo agradecemos porque nadie puede participar en la construcción del futuro sin conocer el pasado.

A %d blogueros les gusta esto: