Ahora que estábamos todos tan entretenidos viendo cómo explicaba Feijóo por qué los dos partidos políticos principales de España son incapaces de ponerse de acuerdo para renovar la cúpula del Consejo General del Poder Judicial, va Pedro Sánchez, se sienta en la televisión y confirma que va a derogar el delito de sedición para convertirlo en otra cosa que el pobre Patxi López -la paciencia de algunos cargos socialistas es infinita- ha denominado eufemísticamente “delito de desórdenes públicos agravados”.

Una, que es filóloga de formación/deformación, lo primero que ha hecho ha sido irse al diccionario para tratar de comprender qué tiene en común un  “alzamiento colectivo y violento contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar, sin llegar a la gravedad de la rebelión” con  una “actuación en grupo que provoca grave alteración de las condiciones de normalidad de la vida colectiva en los espacios públicos, violando las reglas administrativas de orden y turbando la paz de la ciudadanía”.

Así, a primera vista, parece que no mucho, salvo la alusión a la violencia, pero es que, como decíamos ayer (que es lo mismo que hace quince días), el diablo está siempre en los detalles. Y los detalles son que, pactando con ERC cómo quitar hierro al asunto, modificando la norma en este momento concreto, se fortalece el ideario de que  quienes no respetaron lo que implica la unidad de España fueron presos políticos en la Europa del siglo XXI en vez de políticos presos. Téngase en cuenta aquí que el orden de los factores sí altera el producto y convierte nuevamente a Puigdemont y sus adláteres en protomártires de una causa que se desvanecía ya en las preocupaciones de los catalanes como un golpe de niebla mañanera. Porque un golpe a lo que supone la Carta Magna es lo que intentaron dar estos prendas y, cuando no les salió, los más cobardes se largaron del país dejando a sus colegas para que asumieran las consecuencias del pifostio. Lo cual que sería poco admisible revitalizar la moribunda ideología del procès y  que nos trajéramos al Napoleón catalán, con bicornio incluido, de las bellas tierras de Waterloo que habita -el exilio lo llama el prenda, como si él fuera Tarradellas y España una dictadura-  para reñirle un poquito (tampoco demasiado, que luego llegan las elecciones y hay que sumar votos) como quien castiga a un niño travieso por haber roto el jarrón horroroso de la abuela. Máxime porque lo que este señor y sus colegas de chifladura querían romper, con estrategias propias de la historieta de Ibañez ‘13 Rue del Percebe’, se llama España. Para ello utilizaron dinero de todos, las fuerzas de orden público catalanas y cualquier otra herramienta que permitían los resquicios alegales del Estado de Derecho.  

Eso lo fuimos viendo los españolitos, minuto a minuto, en la televisión: declaraciones institucionales, votaciones ilegales, destrucción de la propiedad, reyertas gravísimas o el deterioro de la imagen de España, entre otras cosas. Que una parte del PSOE trate de restarle importancia, que hayamos escuchado al President catalán Aragonès anunciar que avanzan hacia el referéndum, provoca una sensación de déjà vu, una decepción de la que Pedro Sánchez es el último responsable. Y estas actitudes atrabiliarias que se acomodan al sol que más calienta acaban por pagarse en las urnas.  También por vía de urgencia.

FOTO : EL PAIS

 

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