Recuerda uno aquellos tiempos en los que los maestros llegábamos a la escuela cargados de libretas corregidas, de exámenes corregidos, de fichas hechas de forma artesanal para nuestro alumnado.

Echábamos allí la jornada de mañana y tarde, y después, en la casa, volvíamos a corregir y aún quedaba tiempo para leer, dar una vuelta por el pueblo, charlar con el personal, distraernos un rato.

Hoy los maestros llegan al colegio cargados de libretas corregidas, de fichas corregidas, de cuadernillos corregidos y de programaciones, informes, instrucciones y demás documentos que desde la administración educativa les ordenan que rellenen, complementen o generen.

Solo van al colegio por la mañana, salvo los lunes, que repiten, pero el resto del tiempo lo pasan en reuniones on line, en comunicaciones de la más diversa índole laborando materiales y respondiendo a cuestiones puramente administrativas en las que echan más tiempo que preparando las clases. Y es que la clase política necesita mucha
información para justificar lo que hace, o lo que hacen los demás. Y ese tiempo se lo cogen, así, de soslayo, al  personal docente, que en lugar de estar dedicando su esfuerzo e inteligencia a su alumnado está preparando tal cantidad de materiales prescindibles que cuando llega a lo que en realidad es útil para las futuras generaciones ha tocado el timbre, su timbre personal, ese que cada cual debe tener para sí mismo.

La administración educativa debe tener tal archivo de informes, programaciones y demás papeles digitales que necesitarían siete mandatos para ponerse al día, y tal vez a eso aspiran, a los siete mandatos, no a ponerse al día.

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