En esta mañana friísima que principia la semana cerrando despacito la puerta de enero, la Comisión de los Mártires (o sea, de todos los granadinos, sacrificados en beneficio de provincias limítrofes) va a hablar del problema del AVE.

Resulta que hemos descubierto que con el tren lento y antañón que es nuestro AVE de doble vía tardábamos en llegar a Madrid hace un par de años menos que ahora. En concreto, veinticinco minutos menos. Si, total, el perfil del ciudadano granatensis que algunos han querido visibilizar funciona a ritmo lento, como las decisiones del Gobierno central (mande quien mande) con la provincia. Por eso ya sugería yo hace años que no resultaba necesaria la alta velocidad; que lo suyo era desarrollar una start-up de burros-taxi, con abanico incorporado para los veranos y manta invernal, a fin de que el turismo fuese aclimatándose kilómetro a kilómetro a la santa paciencia que aplicamos en esta tierra en la que no hemos mandado todavía a los suficientes saltabalates residentes en Madrid a tomar el frescor invernal a la cola del INEM. No sólo porque nos retrasen, sino porque la futura variante de Loja nos va a costar sudor, lágrimas y un pastón de 118 millones buscando acortar precisamente ese cuarto de hora que se nos ha perdido por el camino.

Pero de lo que aquí poca gente habla es del busilis del asunto, del epicentro del embrollo, que se sitúa en Antequera. Porque la clave, aunque no se nombre, está en tierras malacitanas (un beso a Antequera, que diría la folclórica) donde les acaban de montar otra estación preciosa en el centro del pueblo, porque seguramente la de Santa-Ana, situada entre olivos machadianos de Bobadilla, les pillaba lejos. Casualmente a quince minutos. Por eso, el primer edil antequerano, como alcalde suyo que es, le ha facilitado la vida a su gente exigiendo (y logrando) esta otra inversión que, de paso, propiciará la ubicación cercana de unas cuantas empresas que, como es lógico, aumentarán los puestos de trabajo.

Mientras, en Granada la bella, la histórica, la bienquerida, y aunque resulte bastante caro para el servicio que nos procura, nosotros seguiremos disfrutando (mientras la autoridad competente no diga otra cosa porque le lleguen desde aquí las presiones) al calor del chacachá, del chacachá del tren, que cantaba por las verbenas de la España mesetaria, principiando los noventa, el grupo El Consorcio. Y el nuestro ni siquiera es un ferrocarril de lujo ni exprés como reza el de la letra de las canción, sino de segundo nivel y más perezoso que un caracol en agosto. Andaba yo ya por aquí cuando Álvarez Cascos lo prometió en los tiempos de Aznar; o más tarde, en el momento en que Pepiño Blanco declaró que el presidente Zapatero vendría en AVE a Granada. En esto hemos perdido treinta años y llegados a este nivel de despropósito surrealista cuesta trabajo explicar debidamente que, Granada, sin las comunicaciones y las infraestructuras adecuadas, pueda ser sede de los proyectos del alto nivel que merece una ciudad con la capacidad de emprendimiento, el patrimonio turístico y el talento que tiene la nuestra. Porque está claro que necesitamos y merecemos la Agencia de Inteligencia Artificial; pero, mientras llega, tal vez no fuera mala cosa aplicar, desde la unidad institucional, la inteligencia natural. Sobre todo cuando faltan cuatro meses para las elecciones municipales.

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