Dentro de unos meses se celebrarán las elecciones locales y autonómicas y algo después las generales. Poder votar es uno de los signos que caracterizan una democracia, pero no es el único. Hay otros muchos que indican su calidad. Para medirla están los índices de calidad y uno de los más prestigiosos es el Índice de Democracia que calcula “The Economist” desde el año 2006. En él, los países se dividen en 4 grupos: con democracia plena, defectuosa, con regímenes híbridos y autoritarios.

En el año 2021 se realizó el último informe. España retrocedió dos puestos respecto al anterior; y ya en este último había retrocedido seis respecto al precedente. Entre los diversos motivos que señala el informe se subrayan una fragmentación parlamentaria cada vez más acusada, una letanía de escándalos de corrupción, un creciente nacionalismo en Cataluña, pero sobre todo un ataque sin precedentes a la independencia del poder judicial.

España ha pasado a ser considerada una democracia defectuosa, equiparándose a países como Sudáfrica, Israel, Estonia, Botsuana o Estados Unidos. Teniendo en cuenta que cuando se realizó el informe aún no se había eliminado el delito de sedición ni modificado el de malversación; es posible que en el próximo aún estemos peor. Me temo que, si continuamos así, pronto derivaremos a un régimen híbrido. Poder votar no garantiza nada. Ya lo hacen, por ejemplo, países como Cuba y Venezuela, auténticas dictaduras. La democracia es mucho más que poder votar cada periodo de tiempo. También es garantizar la libertad del ciudadano, respetar la independencia de los poderes públicos y someterse todos al imperio de la ley. Es también imprescindible que cualquier acto político o público vaya acompañado de la ética. Y creo que en este momento necesitamos una regeneración política en la que rija ese conjunto de normas morales que la definen. Es lo que precisamos para no seguir descendiendo escalones en este ranking de calidad democrática

 

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