Recuerdo con nitidez el chasquido que producen las mejillas infantiles al ser abofeteadas por la mano de un adulto. Eso sí, te daban por tu culpa y para tu provecho, para que aprendieses a respetar

La noticia ocupaba una decena de líneas. Es lo que tiene la modalidad en papel de los diarios, que a veces, al hojearlos, uno detiene por azar la mirada en un detalle que en la pantalla del ordenador bien le podría pasar inadvertido. En resumen, el profesor de un colegio de Krasnodar había sacudido una tanda de cintarazos a dos alumnos; un tercero, presumo que a hurtadillas, había grabado la zurra con la cámara del móvil y subido las imágenes a internet, deseoso de que las viera medio mundo, como parece que así ha ocurrido. En busca de la escena, ya que uno no es invulnerable a la curiosidad, me topé con un episodio semejante en un colegio de Estados Unidos y otro, de hace cosa de 10 años, en Melilla. Había, por desgracia, muchos más.

Las distintas grabaciones no mostraban nada que no resulte conocido a incontables colegiales de mi generación. Por aquel entonces, en vez de cinto, se estilaba la regla de madera, larga como vara de boyero. No era ajeno a nosotros el hábito de ir a clase amilanados. En casa la autoridad del maestro no se discutía; en consecuencia, callábamos. Yo recuerdo con nitidez el chasquido que producen las mejillas infantiles al ser abofeteadas por la mano de un adulto. Eso sí, te daban por tu culpa y para tu provecho, para que aprendieses a respetar, para que fueras árbol que crece recto, para forzar la laboriosidad y fomentar atributos (¿masculinos?) asentados en la obediencia sin restricciones. Te decían: “La letra con sangre entra”. Lo que también entraba o podía entrar a edad temprana era la idea de que la violencia es un correctivo destinado a fines nobles. Peligrosa enseñanza cuya aplicación creo observar a veces en ciertos comportamientos y actitudes repetidos en la sociedad actual. Algo aprendí después por mi cuenta: cuídate de los que creen hacer el bien a golpe limpio, no digamos a tiros y bombazos.

Fernando Aramburu

Una clase de primaria de un colegio de Sevilla.María José López (Europa Press)
 
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