La guerra de los subsidios desatada por EE UU pone a Europa contra las cuerdas

Hay tuits que, vistos con perspectiva, uno quisiera no haber escrito nunca.

El pasado 16 de agosto, la presidenta de la Comisión Europea felicitaba en Twitter a Estados Unidos por su compromiso en la lucha contra el cambio climático. La Administración Biden acababa de aprobar la Ley de Reducción de la Inflación cuyo objetivo aparente era acelerar la transición energética hacia un modelo sostenible. Sin embargo, como ocurre siempre, el diablo estaba en los detalles. La IRA (siglas en inglés de la nueva ley) contiene un caballo de Troya que amenaza con hacer saltar por los aires la industria europea en forma de subsidios milmillonarios para las empresas que fabriquen en suelo estadounidense.

Como explica Alicia González en el tema de portada de esta semana de Negocios, Europa está armando una respuesta diplomática para contrarrestar la decisión de Washington, pero el debate de las ayudas de Estado siempre ha tensado la cuerda entre los socios comunitarios. Por si le faltasen pocos lastres al comercio mundial (pandemia, cuellos de botella en los suministros, guerra en Ucrania…) ahora se le añaden los subsidios verdes.

La sucesión de shocks que ha sufrido la economía global en los últimos años (desde la pandemia a la invasión rusa de Ucrania y el enfrentamiento con China) ha reducido la integración y provocado una mayor fragmentación de la economía global. “La desglobalización se está acelerando a través de una combinación de proteccionismo a la vieja usanza, una nueva relocalización comercial a países con valores compartidos y sanciones y prohibiciones con fines geoestratégicos”, aseguraba en un reciente artículo Raghuram Rajan, antiguo gobernador del Banco de la Reserva de India y ex economista jefe del FMI.

La seguridad nacional se ha convertido ahora en objetivo prioritario de las políticas económicas y comerciales, con la consiguiente relocalización de las fuentes de suministro. Esa reducción de las cadenas de valor y logísticas para evitar rupturas de la producción en el futuro tendrá consecuencias sobre los precios a medio y largo plazo, pues supone unos costes más altos que en sus actuales emplazamientos. 

En este entorno, Larry Fink, fundador y presidente de Black­Rock, la mayor gestora de fondos del mundo, admitía en su carta anual a los inversores de la firma que las decisiones de producción de las empresas estarán más guiadas por esa nueva necesidad de reducir su exposición a las tensiones geopolíticas que por maximizar el beneficio en forma de menores costes. “Por eso creo que la inflación va a ser persistente y que dificultará los intentos de los bancos centrales para reducirla a largo plazo. De ahí mi previsión de que la inflación se situará en torno al 3,5% y el 4% durante los próximos años”, apuntaba Fink esta semana. 

Los analistas de Capital Economics consideran que si las tensiones comerciales se limitan a lo visto hasta ahora, las economías y los mercados financieros se adaptarán gradualmente al nuevo entorno. Pero si la fractura se agudiza, “ello puede provocar escasez de suministros, reiterados picos inflacionistas, subidas de los tipos de interés y un endurecimiento dramático de las condiciones financieras en todo el mundo”, subrayan. La moneda aún está en el aire.

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FOTO: ELDIARIO

 

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