El nuevo Estado de bienestar creado por Silicon Valley pretende, más que mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, aprovecharse de sus actividades para incrementar los beneficios de las grandes empresas

Los mayores de Singapur nunca han estado mejor: ahora tienen un robot que les ayuda a mantenerse sanos y en forma. RoboCoach, su nuevo amigo robótico, los anima y aconseja ejercicios. Su mensaje para los mayores es inequívoco: si no os aprendéis la gimnasia cotidiana (saltársela ya no parece opcional), sobrecargaréis aún más las ya de por sí abrumadas finanzas públicas.

Como señaló el ministro de Comunicación e Información de Singapur, RoboCoach “puede asegurarse de que los mayores realizan sus ejercicios cotidianos correctamente, para que así obtengan el máximo beneficio de sus sesiones”. Un consejo gratuito para las autoridades de Singapur: ¿por qué no conjugar RoboCoach 2.0 con una moderna pulsera tipo Pavlok, que suelta una corriente eléctrica cada vez que el usuario se escaquea y aparta de los objetivos fijados?

Para el Gobierno de Singapur, la robótica, los sensores y los algoritmos son algunos de los medios tecnológicos que pueden solucionar la crisis demográfica del país. De ahí que se estén impulsando múltiples iniciativas para utilizar la tecnología con el fin de ofrecer compañía, instrucción y diagnósticos sanitarios. Como explicó hace poco en una entrevista el creador de una de esas iniciativas se puede aprender mucho de las actividades de los ancianos en el cuarto de baño, de sus pautas de sueño y de sus niveles de interacción social.

Evidentemente, Singapur no es el único país que utiliza la tecnología para enfrentarse al rápido envejecimiento de la población. Este año ha surgido en Japón un nuevo proyecto de colaboración entre IBM, Apple y Japan Post [CORREOS], mediante el cual el país utilizará la tecnología de las dos empresas estadounidenses para mantener entretenidos y analizados, a distancia, a sus mayores.

Igualmente, en Italia, el programa Secure Living [VIDA SEGURA]de IBM (cuya página web promete nada más y nada menos que “Una nueva concepción de la Seguridad Social”) ha instalado sensores en las casas de los mayores participantes, para que así su entorno y sus acciones puedan analizarse y visualizarse en un tablero de mandos situado en una lejana sala de control. China también está desarrollando Roby Mini, un robot que acompaña a los mayores y que puede reconocer voces y caras, contar chistes, hacer pedidos de comida, informar de la calidad del aire y mucho más.

La retórica de la tecnología puede ocultar la incapacidad de las instituciones sociales

Aunque esas iniciativas pretenden facilitar la vida a las personas mayores y darles más autonomía, algunas empresas tecnológicas también están intentando alargarles la existencia. Importantes inversores, entre ellos pesos pesados como Peter Thiel, financian encantados proyectos que aspiran a defender la vejez y quizá la muerte misma. Google también ha lanzado su propio grupo antienvejecimiento, gastándose el dinero a espuertas en artilugios de mejora de la salud como una lente inteligente que utilizarían los diabéticos y una pulsera que haría un seguimiento de las constantes vitales de los pacientes.

¿Pero no sería extremadamente irónico que las empresas tecnológicas, empeñadas en alargarnos la existencia, terminaran por amargarnos la vida? Después de todo, ¿es que pasar nuestros últimos años de vida en compañía de un robot supuestamente gracioso (¡que tiene un chiste para cada ocasión!) puede ser tan gratificante como esas empresas proclaman? ¿O acaso la retórica de la tecnología y la innovación está una vez más ocultando la absoluta incapacidad, y quizás el derrumbe definitivo, de las instituciones sociales públicas que debían proporcionarnos una atención más humana?

Lo que está en juego no es tanto el resultado final: es decir, si las personas mayores reciben o no cuidados. Formular el asunto de este modo ya supondría colocarle bien las cartas a Silicon Valley: con los suficientes sensores y una adecuada capacidad para procesar datos, esas empresas pueden ofrecer y ofrecerán cualquier servicio, y lo harán de un modo inalcanzable para gran parte de los proveedores actuales. La cuestión es que, cuando se trata de cuidados asistenciales, el proceso puede ser tan importante como el resultado, porque muchos de los valores que apreciamos —la dignidad, por ejemplo—, tienen que ver con el proceso, no con el resultado. Después de todo, multitud de objetivos sociales inequívocamente positivos pueden alcanzarse de una forma nada digna.

Nos dirigimos a un futuro en el que se prolonga la vida para poder sacar más provecho de los datos

En consecuencia, aunque un robot pueda algún día contar chistes más graciosos que los cuidadores humanos, está claro que no es en absoluto razonable pensar que cuide de los pacientes a los que atienda. Y si en realidad no los cuida, ¿por qué hablar de “cuidado”? ¿Por qué no llamarle gestión al por mayor y económicamente eficiente y sin complicaciones de los ancianos, que es lo que realmente es? Como señala IBM en uno de sus folletos, su nueva forma de atención inteligente se suministra “bajo demanda” y “en función de las necesidades”. Lamentablemente, cuando dejamos que sean las empresas las que definan la “demanda” y la “necesidad”, esos dos conceptos suelen ir perdiendo contenido. ¿El deseo de contar con compañía humana se consideraría una necesidad o se descartaría por considerarlo una quijotesca rareza del pasado? Cuando las empresas tecnológicas están al mando, nuestro nuevo Estado de bienestar empresarial no trata a los ciudadanos como consumidores, sino que solo somos centros de coste que hay que minimizar. No es sorprendente que las necesidades espirituales o las aspiraciones pasen a un segundo plano ante los imperativos de la reducción de costes y la búsqueda de la eficiencia.

El nuevo Estado de bienestar creado por Silicon Valley no pretende mejorar el bienestar de los ciudadanos, sino aprovecharse de sus actividades para incrementar el bienestar de las grandes empresas. Evidentemente, puede que los ciudadanos reciban servicios relativamente útiles, pero estos palidecerán en comparación con los beneficios cosechados por las empresas tecnológicas, que, además de las lucrativas adjudicaciones que reciben de Gobiernos y Ayuntamientos, también conseguirán explotar los datos generados por sus usuarios.

Ya hemos olvidado por completo ese pasado no tan remoto en el que los mayores podían realmente contar con la compañía y el humor de cuidadores humanos, financiados por sus impuestos. Ahora, más bien nos conducen a un futuro completamente distópico, en el que las grandes empresas nos prolongan la existencia (es algo tan solitario y alienante que no merece realmente llamarse «vida») para poderle sacar todavía más datos a nuestras interacciones con robóticas interfaces. O, como dice Silicon Valley, “la vejez se ha resuelto”.

Evgeny Morozov es editor asociado en New Republic y autor de La locura del solucionismo tecnológico (Katz / Clave Intelectual).

Traducción de Jesús Cuéllar Menezo

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