23 noviembre 2024

Mientras las autoridades europeas defendían el miércoles la bondad del acuerdo firmado con Turquía por haber frenado la llegada de emigrantes, Naciones Unidas recogía testimonios sobre un naufragio que ha podido costar la vida a 500 personas en la ruta central del Mediterráneo, entre Libia e Italia.

Ciertamente, el acuerdo con Turquía ha comenzado a dar sus frutos: si en las tres semanas previas habían llegado a Grecia 26.878 migrantes, en las tres semanas posteriores apenas fueron 5.874. Pero conviene no lanzar las campanas al vuelo, pues el naufragio confirma lo que muchos temen: los migrantes no dejan de intentarlo y, una vez cegada la ruta de los Balcanes, prueban otras.

Justo un año después del terrible naufragio cerca de Lampedusa en el que murieron más de 800 personas, una nueva tragedia recuerda que el Mediterráneo sigue siendo un mar de muerte. La cuestión ahora es: ¿cómo es posible que naufraguen y mueran medio millar de personas en la zona más vigilada del mundo? Ahí están los efectivos de la OTAN y los barcos de Frontex. ¿Cómo es posible que no se detecte una gran barcaza atiborrada de migrantes que, según los testimonios, vagó a la deriva tres días? Una creciente insensibilidad ha hecho además que esta vez Europa apenas se haya dado por enterada.

El acuerdo con Turquía para repatriar a los refugiados que lleguen ha permitido a la UE externalizar el control de los flujos migratorios y proteger su frontera exterior en Grecia, pero no ha eliminado el problema.

Es cuestión de tiempo que otras rutas tomen el relevo. Y entonces el problema se planteará de nuevo, con el agravante de que en el caso de Libia no será posible repetir la operación. Turquía es un país que plantea problemas con relación a las libertades políticas y los derechos humanos, pero tiene capacidad para controlar —y en su caso utilizar en beneficio propio— el paso de migrantes. Libia, sin embargo, es un Estado fallido con el que ningún acuerdo es posible y donde anidan las mafias más peligrosas.

http://elpais.com/elpais/2016/04/24/opinion/1461513800_077206.html