Ya estamos de vuelta en un nuevo curso escolar, también en el Ciclo de Educación. Aprovechando la ocasión, voy a hablar de un tema que viene muy a cuento. Durante esta semana se produce un momento fundamental para millones de niños: la vuelta al cole, un momento que todos los adultos recordamos con mezcla de sentimientos.

Re-encuentros con compañeros, historias del verano que compartir, nuevas historias, nuevas obsesiones y bueno, sí, la vuelta a la rutina escolar: “Qué pereza, ¿no? con lo bien que se está de vacaciones”, “¿será difícil este curso? Este año estudiaré más”, “¡pero si me he olvidado de todo!”… son algunas ideas que, como estudiante, has pensado alguna vez.

Pero no voy a extenderme en lo anterior, dejo al lector que evoque sus propios recuerdos o que se proyecte en las historias de sus hijos de los próximos días. Lo que me ocupa hoy es precisamente lo que ocurre en el “mientras tanto”, en cómo olvidamos lo aprendido durante el verano. Y de forma más general, en cómo la organización del tiempo en el aula, ya sea durante el día o durante el año, es buena para los alumnos, y en concreto para quiénes. Además, trataré de enmarcar dicho análisis en lo que actualmente plantea el sistema educativo español.

¿Qué dice la evidencia empírica?

Hace unos meses, la OCDE publicó una estupenda revisión de la investigación más reciente respecto a los ritmos de aprendizaje de los niños a lo largo del día y del año, donde analizaba cómo la jornada y el calendario escolar tienen un efecto sobre el aprendizaje de los alumnos y su progreso en la escuela.

En primer lugar, está la cuestión de cómo se deben organizar los tiempos durante la jornada escolar. En este sentido, existen diversos análisis que han analizado cómo son las ciclos de alerta y fatiga durante el día. Desde hace más de un siglo, la literatura parece mostrar un patrón universal para los niños en la escuela primaria (ver aquí, aquí, aquí y aquí), con dos picos de atención, uno a media mañana (entre las 10:00 y las 12:00) y otro después de la comida (entre las 15:00 y las 16:00). Tomo prestado este gráfico de una presentación de Mariano Fernandez-Enguita, quien ha estudiado ampliamente este tema (y tiene por cierto en su web un montón de información, análisis y evidencia muy útil que os recomiendo mirar). La conclusión es clara: un jornada partida en la escuela, que distribuya las horas en clase de forma de forma más holgada, con varios descansos a lo largo del día, es una muy buena idea en cuanto al aprendizaje de los alumnos.

Gráfico 1. Variación de predisposición al aprendizaje en el día (niños de 10 y 11 años).

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Fuente: Testu (1994). Ver aquí.

En secundaria, las cosas cambian un poco, ya que los ritmos de alerta para el aprendizaje se retrasan, así como los ciclos, que son más amplios, lo cuál podría tener sentido con jornadas con más horas lectivas que además no empiecen demasiado pronto. A modo de conclusión, Testu (2008) sugiere una jornada escolar amplia, partida, con un buen descanso al mediodía, y con unas 4 horas lectivas diarias en los primeros cursos primaria, 5 horas al final de primaria y principio de secundaria, llegando progresivamente hasta las 6 horas al día en bachillerato.

En cuanto a la duración y organización del año escolar, la evidencia es también bastante clara y se puede resumir en una idea simple: son necesarios diferentes parones a lo largo del año, pero deben estar compensados. No es casual que la investigación social haya documentado ampliamente el efecto de “olvido veraniego” en especial para las competencias de lectoescritura e idiomas. Ese es un fenómeno bastante heterogéneo por nivel socioeconómico, ya que afecta más a los alumnos provenientes de entornos más vulnerables, en ocasiones de forma bastante dramática (aquí, aquí y aquí).

¿Qué ocurre en nuestro sistema educativo?

A estas alturas, muchos se estarán dando cuenta que nuestro sistema educativo hace exactamente lo contrario de lo que sugiere la evidencia empírica. Por un lado, la jornada continua es desde hace tiempo una realidad para casi todas las CC.AA. en secundaria y para bastantes CC.AA. en primaria (y recientemente se está extendiendo a casi todas). Este es un tema controvertido en nuestro país, e históricamente le han rodeado diversos pronunciamientos de sindicatos, asociaciones de padres, psicólogos y académicos. Todos aportan argumentos a favor y contra la jornada continua. Por ejemplo, muchos padres (no docentes) protestan por las dificultades de conciliación con la jornada continua, y otros, por los problemas para realizar actividades extra-escolares y deberes en la jornada partida; los docentes, que reclaman jornadas que hagan posible una mejor conciliación del trabajo con sus vidas personales, son posiblemente los mayores defensores de la jornada continua. Sin embargo, nadie puede negar que cuando ponemos los intereses de los alumnos en el centro del debate, la investigación empírica no ofrece dudas.

Por otro lado, nuestro calendario escolar es posiblemente el más ajustado y comprimido de todos los países de nuestro entorno. Los siguientes gráficos muestran por un lado el número horas distribuidas en primaria y ESO junto con la duración del año escolar (175 días tanto para primaria como para secundaria). Por otro lado, el Gráfico 3 muestra la duración del parón estival. Como puede apreciarse, España es uno de los países con más horas lectivas de la OCDE en ESO, y para esta etapa, dentro de aquellos que tienen menos semanas lectivas, es quien más horas imparte junto con Francia. En Francia, por cierto, se acaba de ampliar de 36 a 38 semanas su año escolar, lo cual nos deja deja en cabeza en el ratio entre horas lectivas y días lectivos en secundaria. Por si fuera poco, esta condensación de horas en el calendario se produce con uno de los mayores parones veraniegos, que dura 11 semanas, tanto en primaria como en secundaria. En resumen, ser estudiante en una escuela española es una actividad bastante agotadora, donde no hay tiempo para el descanso durante el día, y donde los descansos en el año están muy descompensados.

Gráfico 2. Horas lectivas y calendario escolar en la OCDE

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Gráfico 3. Parón estival en la escuela en la OCDE.

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Una propuesta de parte de los niños

A la luz de lo anterior, cabe preguntarse si no sería razonable reajustar el equilibrio resultante de la diversidad de intereses dentro de los actores de la comunidad educativa y tratar de dar voz a quienes no la tienen, los niños. En este sentido, si nos atendemos a ellos, parece que reformar la jornada y el calendario escolar puede beneficiarles, sobre todo a quienes menos oportunidades de partida tienen. Esto hay que decirlo más veces: una modificación del calendario escolar nos permitiría promover más igualdad de oportunidades entre los niños.

En primer lugar, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte es quien tiene la competencia sobre la duración del año escolar y es quien debería tomar la decisión de alargarlo. A día de hoy los 175 días de nuestro calendario nos sitúan lejos de otros países de la OCDE, y merecería la pena poder alargarlo, por ejemplo, a 190 días. Un calendario escolar más largo permitiría distribuir la enorme carga lectiva (sobre todo en secundaria) de forma más holgada a lo largo del año, dando más tiempo de descanso y parones para otras actividades en la escuela durante el día. También supondría más tiempo para los docentes para preparar sus planificaciones o realizar horas de tutoría y apoyo a quienes más lo necesiten (algo que ya hemos defendido como una excelente idea en el ciclo).

A partir de ahí, son las Comunidades Autónomas quienes deciden como se distribuyen los días a lo largo del año Lo que parece estar claro es que reducir las 11 semanas de parón veraniego (por ejemplo, a 8 o 9), como ocurre en países como Francia o Bélgica, podría ser una buena idea. Además, mantener las escuelas abiertas en julio es, más allá de un servicio educativo, un servicio social que permitiría una mejor conciliación durante el verano para muchos padres, además de una oportunidad para muchos estudiantes de no quedarse atrás durante el verano. Sí, es verdad que hace calor, pero se puede ser imaginativo con fórmulas que permitan que sea un mes muy útil para muchos, aún dejando una menor carga lectiva. Por ejemplo, en aras de una posible reforma de la profesión docente, podría servir como periodo de inducción inicial a los profesores nóveles, con menos horas lectiva, dándoles oportunidades de colaboración con docentes más experimentados en actividades como el refuerzo, las tutorías o las horas de apoyo.

Pero mientras eso llega, hay margen para otras decisiones con los 175 días lectivos del calendario actual. Por ejemplo, el Gobierno de Cantabria acaba de llevar a cabo una ambiciosa modificación de su calendario que pasa a distribuir los 175 días en cinco bimestres lectivos y cuatro periodos de vacaciones de una semana (además de las de verano), uno cada dos meses de clases. Dicha decisión no ha sido bien recibida por los padres, quienes anticipan enormes dificultades en la conciliación de sus vidas laborales con parones de una semana en mitad del invierno. Y es que aquí se mezclan diversos intereses, todos ellos legítimos, de diversos agentes de la comunidad educativa. Solo falta que tengamos un poco más en cuenta los de los niños.

 – @lucas_gortazar

Vuelta al cole, horarios y calendario escolar

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