Componentes de las leches infantiles que asustan a los padres y que no son para tanto

“Lo primero que debemos tener en cuenta”, explica la Farmacéutica y Nutricionista Marián García, “es que lo importante es que la leche sea lo más parecida posible a la humana.

Hay algunos componentes de la leche materna como las hormonas que, por el momento, es imposible reproducir. Pero hay otras cosas que sí se pueden sintetizar en un laboratorio y que por eso las autoridades reguladoras permiten que se añadan”.

García, que ha tratado el asunto en su blog y se ha encontrado con muchas dudas de padres preocupados por ingredientes que no lo eran tanto, explica que «dentro de los componentes que encontramos en las leches para bebés hay una parte, como las vitaminas, que son imprescindibles –y que la legislación obliga a incluir– y luego existen otros ingredientes funcionales que son voluntarios y que los productores incluyen como un extra». Estos son algunos de ellos, con sus correspondientes beneficios (aunque su nombre sugiera todo lo contrario):

L-Carnitina: “Es importante su función en el metabolismo energético (transporta los ácidos grasos dentro de la mitocondria para que puedan ser utilizados como fuente de energía)”, señala la experta. En su caso, suele generar confusión entre los consumidores porque también está presente en complementos mal llamados adelgazantes. “Las reservas de carnitina en recién nacidos a término y en prematuros, son aproximadamente un 25-50% de los niveles en los adultos, y por este motivo se añade en las fórmulas infantiles, para que no les falte. También se encuentra en la leche materna”.

Lactosa: “Una chica llegó a decirme que desconfiaba de una leche industrial porque llevaba lactosa, pero es que es el principal hidrato de carbono que tiene la leche materna. ¿Cómo no lo va a llevar?”, señala García. “En la leche humana está en una concentración de 6-7 g/dl. En las fórmulas infantiles aparece la lactosa en el etiquetado en una concentración similar”.

Ácido DHA y AA: “Estos aceites, ante los que la gente pone el grito en el cielo porque ven que se obtienen de aceites de pescado o de un hongo, son necesarios para el desarrollo del sistema nervioso central y la agudeza visual de los bebés”, explica García.

“Una de las principales fuentes de las que se obtiene el AA (ácido araquidónico, de la serie Omega-6) es el Hongo Mortierella alpina, que puede sonar muy mal, pero que está considerado como segura por la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) y que se puede utilizar en la leche que se da a los niños”.

El ácido docosahexaenoico (DHA), por su parte, es un ácido graso esencial poliinsaturado de la serie omega-3. “¿De dónde lo obtenemos? Pues del aceite del pescado, y al ver eso reflejado en la etiqueta la gente piensa que es perjudicial porque son muy alérgenos, pero esto no es así”, señala la experta.

Selenio: Estamos muy familiarizados con minerales como el calcio o el potasio, pero en el caso de los oligoelementos —metales que están en el cuerpo en dosis muy pequeñas— no tanto. Es el caso, por ejemplo, del selenio “un nutriente muy importante en la alimentación infantil”, recuerda García. “Es un antioxidante muy potente y puede ser que el bebé no tenga suficientes reservas, así que tampoco tiene porqué ser motivo de susto cuando lo vemos en la etiqueta”.

GOS y FOS: “Los galactooligosacáridos (GOS) y fructooligosacáridos (FOS) son prebióticos, es decir, fibra soluble que se añade y que sirve de «alimento» a los probióticos, a las bacterias que están presentes en esos alimentos. Esta función, al igual que ocurre en los yogures BIO con los que estamos más familiarizados, es positiva y no negativa”.

Alfa-lactoalbúmina: “También se añade para mejorar la calidad proteica de la leche y hacerla más similar a la de la madre ¿Por qué? Porque la leche de vaca es más rica en caseína y la leche humana más rica en alfa-lactoalbúmina. Al añadirla, los laboratorios consiguen un perfil de proteínas que sea más parecido al de la leche materna”, concluye la experta.

García, que también es profesora en la Universidad Isabel I (Burgos), recuerda que las consultas de padres desconcertados por este tema son muy habituales. “Los ingredientes de las etiquetas están explicados de una forma demasiado técnica. No se puede presuponer ese nivel de entendimiento en la gente. Sobre todo cuando nadie nos enseña a hacerlo”, explica.

“Cuando vamos a ser padres se nos dan, por ejemplo, clases de preparación al parto. Que están muy bien, pero el parto es un momento puntual. Estaría genial que nos preparasen también para lo que va a venir después. Y la alimentación del bebé es algo fundamental. Se debería de hacer un esfuerzo en ello”, señala. “Porque, además, no solo beneficiaría a los consumidores, sino también a los productores y laboratorios que sí están ofreciendo artículos de calidad”.

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