Este relato de Clara Sánchez, continuación de su novela Lo que esconde tú nombre, cierra una trama llena de oscuridades que revela la parte más aciaga del ser humano.

Un matrimonio de octogenarios noruegos, aparentemente llenos de dulzura y amor, se revelan dos villanos, cómplices activos en su juventud del exterminio nazi. Sandra una joven desorientada, que anhela encontrarse a sí misma, recala en un bello pueblo de la costa levantina, en donde en su inocencia inicia una relación con los ancianos y descubre, tras una conversación con un español superviviente del campo de concentración de Mauthausen, que la paz y la armonía que desprendían no era más que una ilusión. Su compromiso con el nacionalsocialismo alemán seguía intacto tras décadas y Sandra queda atrapada en un entramado que pone en riesgo su vida.

Tras esta difícil experiencia retoma su camino en Madrid, en donde amparada en el anonimato se cree inmune al pasado, pero vuelven los peligros, esta vez ya para su bebé de pocos meses, pues la venganza por parte de los malvados se sirve fría y haciendo el mayor daño posible. Sandra, con la fuerza que inspira ser madre y no tener miedo a nada, salvo a la locura, se adentra en un laberinto de pesadillas concadenadas, con un final feliz y con un aprendizaje rotundo y claro: nada es lo que aparenta. Ni la fragilidad, ni la sensibilidad, ni la belleza son veraces hasta que no lo son realmente, pues en ocasiones la superficialidad nos engaña y desliza hacia las fauces del mayor de los monstruos. Un monstruo que trata de destruirnos y del que también en ocasiones podemos librarnos, dejándolo exhausto en la cuneta de nuestras vidas.

Cuando llega la luz dejará en su ánimo opacidades y diafanidades, dos sensaciones en las que nos desenvolvemos cotidianamente, que forman parte de nuestro discurrir, pero que mal conjugadas pueden producir vértigo y resquemor. En el caso que nos ocupa triunfa la luminosidad, aunque queden por siempre huellas insalvables.

POR HILDE SÁNCHEZ MORALES

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