LA TIENDA DEL PASO Por Juan Alfredo Bellón

LA TIENDA DEL PASO,  Por Juan Alfredo Bellón, Para Andaluces Diario del domingo 25-10-2015

 De entre los recuerdos que a veces rebobino de mi infancia ubetense quiero destacar hoy las vivencias relacionadas con la famosa Tienda del Paso, un bazar multiartículos entre mercería, perfumería y juguetería, situado en los soportales de la Plaza Vieja que arrancaban de la tienda de comestibles de Juan Ramón Jódar quien, después de la Guerra y tras la muerte de su dueño originario, mi tío Juan Velasco, pasó de pupilo a propietario hasta que, en los años setenta dejó los dos pisos del local del negocio a su viuda, mi tía Pepa Sola, y se trasladó al Rastro, junto al palacio renacentista de los Marqueses de la Rambla (ahora, hotel con encanto) que hace esquina con la calle de Jaén, donde, por cierto, me dio mi madre a luz, en 1946, frente a Sierra Mágina y al mismo borde de la margen izquierda del valle del Guadalquivir.

Pues, como decía, la Tienda del Paso soportaba de hecho una servidumbre de idem entre los portalillos de la Plaza Vieja, que daban a los de la Corredera y la calle Trinidad y con la plaza del Santo Cristo, que comunicaba con el Real y permitía el paso hacia la Rúa, el Paseo del Mercado, la calle de la Cárcel y la plaza de Santa María, todo en el eje meridiano de la ciudad y constituía un pequeño atajo para no tener que rodear la manzana aneja en cuyos bajos abría su tienda Paco Medel, con oferta de artículos variados y semejantes a los de su vecina aunque esta, mucho más bazar y aquella, más moderna y propia del Siglo de las Luces; porque en la Úbeda de los cincuenta, todo era antiguo-antiguo y lo que no lo era, lo parecía, como aquella costumbre popular de atajar una cuadra por medio de un establecimiento cuyo dueño, Marcial Cordero, no ganaba para aserrín, sobre todo en invierno, cuando sus cruzados manchaban indefectiblemente el suelo de baldosas nuemáticas grises y blancas alineadas al cartabón con el calzado sucio (zapatos, botas, alpargatas y albarcas) empapado en los charcos, el barro y el orujo o alpechín que inundaban las calzadas anejas y casi nadie de quienes por allí cruzábamos nos deteníamos a comprar creyendo estar ejercitando nuestro derecho absentista de toda la vida.

Marcial acabó por resignarse a limpiar con el aserrín el suelo cuatro veces por día a cambio de saber que su tienda era un icono de la localidad y había servido de paisaje sentimental urbano a casi todos los noviazgos de la época, pues nosotros y las chiquillas éramos felices cruzándonos quince o veinte veces por día, bajando unos y subiendo otros, por la Tienda del Paso, diciéndonos desaires y donaires, apretando o aflojando el compás de los andares para coincidir junto a Marcial cuando él o su esposa despachaban a la escasísima clientela o nos esperaban sujetando las cancelas para cerrar después de la enésima vuelta tirando de nuestros pavos respectivos. Qué tiempos aquellos cuando a nosotros nos dolían las gónadas y a ellas la barriga y los pezones de tanto pujar y reprimir nuestras desazonadas naturalezas.

(¿Que necesitabais en casa el apaño para algún guiso, fruta, arenques? Pues te alargabas en un periquete al Mercado a través de la Tienda del Paso por los portalillos de la Corredera, hacías las compras y de momento, de nuevo por casa de Marcial Cordero, estabas de regreso. ¿Que deseabas subir por la calle Mesones al tontódromo de la calle Nueva para cruzarte con las niñas y echarte con ellas unas cuantas ojeadas tirando de nuevo cada quien del pavo respectivo? Pues os acicalabais para el paseo vespertino y todo el mundo a repetir el rito cotidiano de interminables paseatas entre la Tienda el Paso y el Hospital de Santiago o, como mucho, los Jesuitas y el Paseo del León).

Ahora, cuando vuelvo a mi pueblo y paso por allí, veo cortado el Paso de la Tienda y sé que Marcial Cordero ya no está , ni su esposa, y espero que sobreviva su hija Mary, que alcanzó gran notoriedad social en los Sesenta y que deberá estar brincado los ochenta. Espero que, de ser así, conserve su natural jacarandoso de mujer encastada, con buen humor y mejor carácter, aunque fuera tan fuerte y decidido como echado para alante. Como Irene Lozano, cuya gesta reciente me simpatiza solo con verla por la tele, sin saber por qué, aunque presiento que por la semejanza entre la valentía de su pirula política reciente y la economía de nuestro proceder cuando tomábamos el trayecto más corto al tirar por la calle de en medio, la tienda de en medio, la Tienda del Paso, olvidando su antigua adhesión a quien también mudó inesperadamente de chaqueta, su exjefa Rosa Díez, y yéndose con la gente de Pedro Sánchez, solo por instinto, porque sí, a pecho descubierto, tan cálido como esa voz de periodista radiofónica que me suena a gloria y me sabe a tocino de cielo, servido con un buen brandy y aromatizado con un mejor Davidof… y eso que no la he catado ni la cataré jamás. Pero me pone el olfato contento viéndola ir contra la opinión de la inmensa mayoría de tirios y troyanos y contra la suya propia de hace poco tiempo.

Vaya lujo de fichaje, Pedro. Enhorabuena por haber logrado enganchar a tu partido a una persona tan capaz de usar, con esa libertad y ese tino, los pasadizos legítimos de la política que tanta falta hacen ahora en Europa, donde se está retrocediendo y llegando de hecho casi a la abolición de lo tratado y aprobado en Schengen. Viva la libertad de circulación y mueran los fielatos medievales interiores o exteriores, sean de emigrantes o de exilados, de ideas o de personas y de mercancías o de capitales. Ah, eso habrá que estudiarlo, revisarlo y determinarlo cuando se replantee un nuevo modo de producción y de convivencia

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