La Navidad siempre es una época del año en la que salen a la luz los mejores momentos en familia; reuniones, regalos, tradiciones… Llevamos mucho tiempo celebrando estas fechas como algo sagrado, íntimo e indispensable.

Pero esta vez debía ser diferente. Al menos a ojos del sentido común. Al menos pensando en que hay una pandemia mundial que se ha llevado a millones de personas.

A mediados de noviembre la ‘segunda ola’ empezó a desaparecer. Por inercia propia (o inducida). En todos lados. A la misma vez. Sin preguntas, sin quejas ni escépticos. Se acercaba la Navidad. Diciembre. Para nosotros, los ciudadanos, fechas para reunirnos, salir, disfrutar y tomar un respiro. Para ellos, consumismo. Otra oportunidad más con la que alzar aún más las pequeñas riquezas individuales. Porque claro, los regalos son lo primero. ¿Qué más da el posible colapso posterior de la sanidad? ¿Qué más dan los ingresos en la UCI? Pobres aquellos, estos y los otros pero yo quiero mi Navidad.

Un mes después de la desescalada anunciada por la Junta de Andalucía y solo tres semanas desde que empezase Navidad, los datos ya vuelven a encaminarse a lo más alto de la curva. Según las cifras ofrecidas por la Consejería de Salud y Familias, en los dos últimos días Andalucía ha registrado más de 5.000 contagios de los cuales más de 600 son de la provincia de Granada, con su peor dato desde noviembre.

Llegados a este punto y con la conciencia de que esto está justo empezando, se abrirá el debate en tertulias y redes sociales sobre las causas de estas cifras. Es irónico que siempre se cuestionen las circunstancias cuando es irremediable el resultado. Nunca pensamos en las consecuencias previas que nuestros actos pueden tender.

Algo está claro, no me precipito al afirmar que, de nuevo, la ciudadanía ha perdido. Hemos perdido, por todas partes y en todas direcciones. Nos hemos fallado a nosotros y a los demás, unos a otros. Pero sin ser suficiente, seguimos dando el poder a nuestros distantes de tener la justificación perfecta para que sigan manejando las masas. Y esas masas somos nosotros.

Desde marzo se ha escuchado a los españoles criticar la gestión del Gobierno de España respecto a la pandemia (entre otras), la falta de recursos y poca responsabilidad que han demostrado. Siempre es fácil encontrar problemas en lo ajeno pero lo cierto es que nosotros no hemos demostrado ser mejores que los que están ahí arriba. El verano fue un ejemplo de lo que no podíamos normalizar.

Dentro de esa ‘nueva normalidad’ empezamos a creer que tenían cabida muchos comportamientos que, en realidad, suponían un problema para la salud pública. Aquella que en la cuarentena defendíamos a muerte. Hoy empiezo a pensar que toda la concienciación de marzo y abril fue porque no podíamos hacer otra cosa más que preocuparnos y exigir a los demás un buen ejemplo. Un ejemplo que luego nosotros no hemos sido capaces de dar.

Antes de Navidad se dieron numerosos debates sobre la importancia de celebrar en estas fechas, sobre lo necesario que era tener un respiro con los nuestros y olvidarnos de este mal sueño. Ahí pensé que no sería una tragedia si, en un año excepcional, nos quedábamos en casa; sin celebrar, sin reuniones, sin fiestas ni abrazos. Creí, ingenua de mí, que la verdadera tragedia solo la conocían esas personas que habían perdido a alguien cercano en estos meses de lucha. Creí que la gente razonaría y entendería que lo mejor a veces es esperar y celebrar cuando haya motivos por los que hacerlo y cuando sepamos, con certeza, que hemos vencido. Y reunirnos todos; sin sillas vacías.

Sin embargo, todo esto solo ha sido polvo. Las expectativas nunca se corresponden con la realidad. Los datos ya están traduciendo lo que nosotros mismos hemos buscado. Aunque no ha sido por igual, las actitudes de unos poquitos las pagan todos. Lo que se llama vivir en sociedad y que algunos aún no comprenden.

Estas palabras salen partiendo de una premisa y una base fundamental: no sirve de nada culpar a aquellos que están por encima de ti. El Gobierno de España, las competencias de las Comunidades Autónomas o el Ayuntamiento únicamente hacen su “trabajo”. Peor o mejor, están mandados a dictaminar lo que la sociedad española no es capaz de hacer: ser responsable.

Si fuésemos lo suficientemente independientes y sensatos como para manejar nuestros instintos y actos no estaríamos al servicio de unas restricciones que varían en función de la rentabilidad económica de cada época. Si nuestra responsabilidad estuviese por encima del individualismo, entonces tendríamos todo el derecho del mundo a exigir lo que nosotros ya damos. Pero no es así. Quedan muchas asignaturas pendientes; el trabajo de muchos está siendo la diversión de otros tantos.

A pesar de todo y contra lo demás, aquella otra gran parte de España que ha sido capaz de vencer con su sensatez también merece reconocimiento. Siempre con pasos pequeños, es necesario despertar y ayudar a los demás a que lo hagan.

FOTOGRAFIA : GRANADAHOY POR JESUS JIMÉNEZ

 

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