El carácter de los granadinos (4): FONSECA PROTOTIPO DE LA MALAFOLLÁ

Está escrito en todos los tratados y ensayos sobre la malafollá granaína que si una persona se merece el honor de ser el mejor ejemplo de ese carácter tan nuestro es un tal Fonseca, un canónigo de la catedral que vivió a mediados del siglo pasado.

Se había inventado el tipo mil maneras de no sonreír. Somos varios los investigadores del pasado los que hemos acudido a él para tratar de buscar el personaje más representativo de esta forma de ser del granadino. Al igual que somos muchos los que hasta ahora hemos intentado buscar una definición con la que salir airoso cuando algún foráneo te pregunta qué es la malafollá granaína. A veces la explicación que damos nos parece incompleta o inexacta, lo que hace dudar de la propia existencia. Autores como Pepe Ladrón de Guevara, Paco Izquierdo o José Luis Kastiyo han dejado escrito que para saber lo que es exactamente la malafollá granaína había que haber conocido al cura Francisco Fonseca Andrade. Hasta tal punto que Ladrón de Guevara quiso inventar el ‘fonsecámetro’, un aparato que serviría para medir la malafollá. Cuenta Paco Izquierdo que el cardenal Parrado, que fue arzobispo en Granada a comienzos de los años cuarenta, oía a menudo la palabra malafollá y le preguntó al secretario qué significaba exactamente ese término. El secretario no sabía explicarle con palabras lo que era la malafollá y entonces acudió a la argucia de las comparaciones.

-Su eminencia conoce al canónigo Fonseca, ¿no?

-Dios me perdone, pero le conozco bien -contestó el arzobispo.

-Pues señor, ese es el auténtico malafollá.

Antonio Benegas y Ramón García, dos malafollás granaínos en Nueva York.Antonio Benegas y Ramón García, dos malafollás granaínos en Nueva York.

Antonio Benegas y Ramón García, dos malafollás granaínos en Nueva York.

Durante un tiempo buceé en los libros sobre Granada intentando saber algo más que lo que se había escrito sobre Fonseca. Recientemente he descubierto un libro de memorias de Félix Sánchez López de Vinuesa en la que habla del cura Fonseca porque fue su tío abuelo. Félix Sánchez, que vive en Escúzar, precisamente en la casa solariega que heredó de su tío abuelo, ha escrito un libro titulado La malafollá, el fonsecámetro y los caramelillos de menta en el que habla sobre este personaje, para él entrañable porque le daba caramelos cuando era niño. Cuando Fonseca murió en 1953, el autor del libro tenía cinco años.

Así que sabemos, gracias a su sobrino-nieto, que el cura vivía en un piso modesto y amplio de la Carrera de la Virgen que era propiedad del fotógrafo Torres Molina. Estaba el piso en el segundo piso del edificio donde más tarde se construiría el cine Madrigal. Convivían con el cura una hermana soltera llamada Ascensión y el matrimonio compuesto por la otra hermana, María Luisa Fonseca y su marido José López de Vinuesa, que tendría una hija llamada Rosario, madre del autor del libro. Dice Félix Sánchez que los Fonseca pensaban que sobre la familia había una cierta maldición porque murieron todos en unos pocos años, incluso su madre, que falleció a los 30 años y que fue la última en tener el famoso apellido. “Aquella casa era el colmo: en la guía de teléfonos, como número frecuentado, constaba el de la funeraria”, dice con cierta sorna el autor.

Félix Sánchez sostiene que si su familiar tenía esa fama de ser el ‘gran malafollá de Granada’ es porque motivos no le faltaban. Y los encuentra en esa espera perpetua por ser nombrado obispo que lo convirtió en un ser frustrado, agrio y secante. Eso lo mezcló con su escepticismo y su ironía y salió el malafollá perfecto. Al parecer, en tiempos en que a los obispos los nombraba el rey, su nombramiento como representante de la diócesis de Badajoz estaba ya en la mesa de Alfonso XIII a punto de ser firmado cuando vino la República y el monarca dio la espantada a Cartagena en 1931. Durante esos años y la posterior guerra no estaba el tema como para reclamar el ‘qué hay de lo mío’. Pero cuando se acabó la guerra la familia Fonseca creyó que Franco restituiría la monarquía y que el dichoso nombramiento de obispo acabaría por llegar. Pero no llegó.

Fonseca en Guadix

Durante aquella frustrante espera hubo un periodo de esperanza cuando el cardenal Agustín Parrado llegó a Granada y lo nombró vicario general de la diócesis de Guadix. Aquel nombramiento le produjo cierta ilusión porque él creía que sería el continuador de la obra de un antepasado suyo que había creado la diócesis accitana en el siglo XVI: don Juan de Fonseca. Así que allí se fue con la esperanza de que el régimen franquista confirmara el nombramiento como obispo. Pero Franco nombró obispos a todos los vicarios en la zona liberada menos a Francisco Fonseca Andrade porque, según Félix Sánchez, “la Falange se encargó de crear una leyenda negra sobre el carácter y los métodos de mi tío-abuelo”. Al parecer los falangistas le tenían ojeriza porque Fonseca se había opuesto a que, recién terminada la guerra, la procesión del Cristo Crucificado desviara su curso y pasara por delante de la casa de la Falange. Ante las presiones, Fonseca permitió que pasara la procesión, pero no el trono del Cristo, al que desvió por calles adyacentes. “¡Es que querían que el Cristo saludara con la mano en alto al llegar a la sede!”, parece ser que dijo Fonseca cuando le pidieron explicaciones del altercado que se originó. También se negó Fonseca a que la catedral de Guadix fuera pintarrajeada con aquellos lemas de «José Antonio, presente” y otras insignias y vítores patrióticos, por lo que no era extraño que los falangistas hicieran todo lo posible para que Fonseca fuera expulsado de Guadix. Lo que consiguieron con el tiempo y tras acusarlo de malversación de fondos.

En la foto de Fonseca que hay en el libro, se ve a un clérigo maduro, pero aún joven, cuando todavía la vida no le había dado las suficientes frustraciones. Félix lo describe así cuando era casi un anciano: “Era un cura grande, encorvado, con una sotana eterna y unas zapatillas de paño. Las zapatillas eran la única prenda laica que se le vía al canónigo. Aquel hombre, pensaba yo, había nacido con la sotana puesta. Además de la sotana, mi tío acompañaba su atuendo con la teja, el bastón, una cartera negra sobada y unos pañuelos enormes, primorosamente bordados y redoblados en el bolsillo. Tenía una mirada poderosa, ojeras profundas y pelo plateado”.

Momento de mi conferencia en el Instituto Cervantes de Nueva York sobre la malafollá granaína.Momento de mi conferencia en el Instituto Cervantes de Nueva York sobre la malafollá granaína.

Momento de mi conferencia en el Instituto Cervantes de Nueva York sobre la malafollá granaína.

Cuando murió Parrado, Fonseca volvió a Granada, a su piso alquilado de la Carrera de la Virgen, pero ya “envejecido, cansado y humillado”, dice Félix Sánchez, que desde entonces y para muchos sería ‘el gran malafollá de Granada’. “De todas maneras, era una persona muy culta y con un gran conocimiento de la Teología. Era un intelectual profundo y un delicioso malafollá”, dice Félix. Esa frustración constante con sus salidas sarcásticas fue lo que hizo que se convirtiera en el gran malafollá.

Ladrón de Guevara, el gran estudioso del tema y que escribe el prólogo del libro, dice de Fonseca que siempre supuso que fue un personaje de “recio carácter y sólidos principios, lo que suele entenderse por un tío raro, sí, pero fascinante por su integridad individual, su concepto y el ejercicio del libre albedrío”. Dice Ladrón de Guevara que Fonseca pudo, efectivamente, ser un malafollá, pero en positivo. Él sostenía que lo mismo que había un colesterol bueno y uno malo, había una malafollá buena y otra mala. “De suerte que un buen malafollá, en positivo, suele ser una persona admirable, interesantísima, incluso divertida y adorable. A un mal malafollá, por el contrario, en clave negativa, no hay por donde cogerlo. Es un coñazo insoportable, además de un tío cenizo, del que debemos alejarnos lo más rápidamente posible para evitar que nos amargue la vida, e, incluso, nos proporcione la ruina”.

Aspecto de la sala donde se celebraron las I Jornadas de la Malafollá Granaína en Nueva York.specto de la sala donde se celebraron las I Jornadas de la Malafollá Granaína en Nueva York.

Aspecto de la sala donde se celebraron las I Jornadas de la Malafollá Granaína en Nueva York.

Cuando falleció Fonseca, un inmenso gentío procedente de Granada, Guadix y Escúzar fue a su entierro. Era un malafollá, pero había hecho muchas obras de caridad. “No ser malo, pero aparentarlo”, como dice el lema que va en las etiquetas del vino Malafollá.

Las jornadas neoyorquinas

Como decía antes, durante años he estado investigando sobre la malafollá, ese rasgo idiosincrático tan nuestro que en algunos momentos nos hace diferentes a los demás. He escrito un libro sobre ella, he publicado muchos artículos y hasta he organizado unas jornadas para tratar el tema nada menos que en Nueva York. Y si una cosa tengo clara, como decía en la historia anterior, es que al granaíno no le molesta en absoluto ser portador de ese gen de la malafollá que lo hace tan peculiar. Es más, estoy en condiciones de admitir que se siete orgulloso, lo mismo que se sentía orgulloso el canónigo Fonseca.

Durante los años 2012 y 2016 organicé unas Jornadas de la Malafollá Granaína en Nueva York y cada año me quedaba sorprendido por el número de personas que querían participar en las mismas y obtener el diploma de malafollá que expedíamos. Organicé estas reuniones en la Gran Manzana espoleado por el ánimo que me insufló Rafael Barranco, un empresario que tenía mucha amistad con Antonio Moreno Venegas, el granadino, recientemente fallecido, que había creado la Peña de la Malafollá en la ciudad de los rascacielos. Resulta que Antonio había emigrado a Estados Unidos hacía cincuenta años y allí había creado un grupo de granadinos que se reunían de vez en cuando para ponerse nostálgicos por las cosas que recordaban de Granada. Entre ellos estaba Álvaro Torres, un atarfeño que había sido cocinero en la Casa Blanca, y Ramón García, que había trabajado en la CIA y con el que aún me relaciono a través del correo electrónico. Los malafollás neoyorquinos querían que yo fuera hasta allí -con los gastos pagados, eso sí- para hablarles de mi libro ‘Dejaos de pollas, vayamos a pollas’, que tanto éxito había tenido en Granada. Les dije que sí, que iría con mucho gusto. Pero a los pocos días de esa propuesta original, Antonio me propuso que en vez de ir yo solo a Nueva York fuera con un grupo de granadinos y así organizar unas jornadas de convivencia. Fuimos casi cincuenta personas y el encuentro con los malafollás granaínos residentes en Nueva York fue un éxito. Además, dio lugar a anécdotas maravillosas como cuando uno de los viajeros, el entrañable Juan Espadafor, sin esperarlo, se encontró allí con Antonio Moreno y ambos descubrieron que habían sido amigos en la infancia y que habían jugado juntos por los alrededores de la Gran Vía. Ambos se fundieron en tal abrazo que a más de uno nos hizo saltar el mecanismo de la emoción. Ya no se separaron en todas las jornadas. Tenían que ponerse al día.

Hasta Carlos Sobera se interesó por nuestras jornadas.Hasta Carlos Sobera se interesó por nuestras jornadas.

Hasta Carlos Sobera se interesó por nuestras jornadas.

Antonio tenía carisma, ese carisma que surge de las personas humildes que saben aglutinar en torno a ellos a una comunidad. Había sido vicepresidente del Chance Manhattan Bank y uno de sus hijos era teniente en la Policía de Nueva York. Pero amaba tan profundamente a Granada que le dolía su recuerdo y soñaba siempre con el regreso. Hasta se sentía orgulloso de la porción de malafollá que gastaba. «Auténtica malafollá de la Gran Vía«, apostillaba. Una anécdota de esas jornadas se refiere a cuando visitamos el Instituto Cervantes, donde nos recibieron con una gran amabilidad y nos dejaron que utilizáramos sus instalaciones. Al año siguiente fuimos y el panorama había cambiado totalmente. Nos trataron con displicencia y cierta acritud y no nos permitieron utilizar el salón de actos. Se lo comentamos a Antonio y él, con esa chanza que a veces utilizaba, nos dijo: «Claro, el año pasado vinisteis a la Gran Manzana a sembrar la malafollá y este año estáis recogiendo la cosecha».

A lo largo de las jornadas reivindicamos, entre otras cosas, que la palabra malafollá fuera aceptada por la Real Academia de la Lengua y rescatar la figura del canónigo Fonseca, al que hicimos ‘embajador de honor’ o algo así.

Reunion para constituir la Real Academia de la Malafollá.Reunion para constituir la Real Academia de la Malafollá.

Reunion para constituir la Real Academia de la Malafollá.

Igualmente hablamos extensamente de Fonseca en una reunión que celebramos a finales de 2018 en Las Titas para constituir lo que se iba a llamar La Real Academia de la Malafollá Granaína. En una foto que acompaña esta historia estamos los que acudimos a esa llamada. Además del que esto escribe, estaban César Girón, Melchor Sáiz-Pardo (que moriría unos meses después), Antonio Parejo Carmona, Andrés Sopeña, Ramón Burgos, Manuel Juan García Corral, Pepe Cantero, Alejandro Aguilar, Tito Ortiz y José María Guadalupe. Ejerció de anfitrión Pepe Torres, el que regentaba Las Titas, auténtico solar granatensis de la malafondinga. En aquella cena jocosa se decidió la creación de la Academia, crear el premio al malafollá del año y nombrar como inspirador máximo de nuestra institución al canónigo Fonseca. Si los patafísicos tienen a Alfred Jarry como modelo a seguir nosotros, los malafollás, tendríamos al cura Fonseca. Nos dimos un tiempo -un año- para redactar los estatutos, promover iniciativas y buscar personas e instituciones que se adhirieran a nuestra idea. La segunda reunión fue a finales de 2019 y fijamos como fecha para la constitución de la Academia el sábado 14 de marzo de 2020. Aquel día el Gobierno decretó el estado de alarma y se suspendían todo tipo de reuniones a causa de la pandemia. ¿Tiene malafollá la cosa o no?

EN GRANADA HOY

https://www.granadahoy.com/granada/caracter-granadinos-Fonseca-prototipo-malafolla_0_1580542343.html

FOTO: El cura Fonseca.

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