5 diciembre 2024

De Ana a Ana Belén. 20 años desde el asesinato de Ana Orantes

Su exmarido la quemó tras denunciar en un programa de televisión que era víctima de malos tratos

Dentro de poco hará nada menos que veinte años del asesinato de Ana Orantes a manos de su marido, que la quemó viva en su propia casa. Un hecho que probablemente hubiera pasado desapercibido más allá de las crónicas de sucesos, si no hubiera sucedido en unas circunstancias que hicieron clic en la conciencia colectiva, y marcaron una antes y un después es esa pandemia que entonces no tenía nombre y hoy se llama Violencia de Género.

Fue asesinada días después de que se atreviera, en un acto de valentía que le costó la vida, a contar su historia ante las cámaras de televisión

Es posible que a las personas más jóvenes no les suene de nada ese nombre. Al fin y al cabo era una mujer normal, en un entorno normal, sufriendo una violencia que por muchos se tenía como normal. En esos días, la legislación empezaba a dar sus primeros pasos para castigar la violencia doméstica, toda aquella que tenía lugar en el seno de la familia, independientemente de que el agresor fuera padre, madre, cónyuge, hijo o hija de la persona agredida. Y ya era un avance, porque poco tiempo atrás, el hombre que pegaba a su mujer, si ésta tenía la osadía de denunciarle, veía su castigo –si existía- reducido a unos días de arresto domiciliario que no hacían más que castigar a la propia víctima a permanecer a todas horas con su agresor, incrementando el riesgo y quitándole de cuajo las ganas de acudir a la Justicia.

¿Qué sucedió entonces en el caso de Ana Orantes para que marcara la línea entre la normalización y la conciencia? Pues ni más ni menos que algo que después hemos visto con frecuencia. La irrupción de los medios de comunicación y la difusión de su historia. Ana Orantes fue asesinada días después de que se atreviera, en un acto de valentía que le costó la vida, a contar su historia ante las cámaras de televisión.

Fue una vuelta de tuerca. Ya no eran las páginas de sucesos de un periódico, ni la voz impersonal de un redactor, sino ella misma quien, entrevistada por Irma Soriano en Canal Sur, con el propósito de denunciar su caso y el de tantas mujeres como ella, puso cara a la violencia machista. Un magazine de formato variado, en los inicios de la televisión matinal, cuyo público, además, estaba formado en gran parte por mujeres que podían identificarse con ella.

El maltratador no le perdonó este postrer acto de rebeldía a quien siempre trató como su posesión, y, a los pocos días, la prendió fuego en su propio domicilio, situado, tras la resolución judicial, en el mismo edificio que el de él.

Tras el asesinato de Ana Orantes se escucharon las primeras voces de condenas a la violencia machista como tal

La reacción social a la terrible muerte de Ana no se hizo esperar. La sociedad empezó a despertar de ese letargo en que andaba sumida desde la noche de los tiempos y empezaron a escucharse las primeras voces de condena a la violencia machista como tal, mucho más allá del tan traído y llevado crimen pasional. Y, es justo decirlo, los medios de comunicación fueron los primeros en reaccionar. Cambió el tratamiento de estos hechos que, de inmediato, pasaron de ocupar las páginas de sucesos a las de sociedad, de ocupar una columna en mitad de una página a copar titulares. Y, sobre todo, de tratarlos como hechos aislados a considerarlos fruto de una problema social.

A partir de ahí, todo tendría que haber ido rodado. Aunque la sociedad aun no acababa de asimilar el cambio, y nadie se alarmaba todavía cuando en un progama de humor se hacía mofa de una mujer maltratada, algo estaba cambiando en la conciencia colectiva. Las mujeres habían salido de cuatro décadas sin derechos por disposición de la ley, y no estaban dispuestas a seguir soportando que algunos hombres se comportaran como si todavía no los tuvieran.

La propia legislación siguió el pulso de la sociedad y, en diciembre de 2004, por unanimidad, se aprobaba la ley integral de medidas contra la violencia de género, una de las leyes más avanzadas del mundo en la materia. Ya antes, en el año 2003, la legislación dotaba a los operadores jurídicos de uno de los instrumentos más útiles hasta hoy para luchar contra el maltrato: la pena y la medida cautelar de alejamiento y prohibición de comunicación. Lo que popularmente se conoce como orden de alejamiento.

Se había tomado impulso. Se modificó el Código Penal y otras leyes, se crearon juzgados específicos, se cambió el tratamiento en medios. A partir de ahí todo tendría que ir mejorando hasta conseguir erradicar esta tragedia social de nuestras vidas. O eso era lo que esperábamos

Sin embargo, en octubre de 2017 fue asesinada Ana Belén, la mujer que hacía el número cuarenta del cómputo oficial de asesinadas por violencia de género. Un cómputo que, además, supera con creces el del mismo mes del año anterior. ¿Qué ha pasado en todos estos años para que no se haya llegado al punto pretendido, para que, incluso, se note una clara regresión en los asesinatos y en la conciencia social?

Pues, aunque no hay única causa y nadie –y yo menos que nadie- estamos en posesión de la verdad absoluta, trataré de hacer un somero análisis de aquellas cosas que han ido colocando lastre en el camino hacia el fin de la cifra de la vegüenza.

Lo primero que hay que destacar es un dato importante. Aunque la ley preveía revisiones anuales para comprobar su implementación, tal revisión solo tuvo lugar el primer año. Nunca más volvió a efectuarse ninguna, aunque iban haciéndose avances, como una segunda ampliación del número de juzgados de violencia sobre la mujer y la esencial aprobación de la Ley de Igualdad en 2007. Todos sabíamos que era un enemigo fuerte y difícil de combatir, pero aún estábamos en el camino.

Las mujeres víctimas de la violencia machista fueron también víctimas de la crisis y los recortes

Después llegó la crisis, y los recortes, y la inversión en esta materia fue una de las primeras víctimas. A su vez, la sociedad, acuciada por problemas más inmediatos relacionados con la supervivencia del día a día, fue relajando la guardia. Y no sé si antes fue el huevo a la gallina, pero si importa poco, poco van a invertir los medios de comunicación en un tema como éste. Se relajó la conciencia, se bajó la guardia y se anestesiaron nuestras mentes y nuestras almas. Ya no copaba titulares, ni ocupaba páginas, ni se dedicaba tiempo de debates y tertulias, desplazados por otros problemas más inmediatos. Ya no era suficiente que se matara a una mujer. Tenía que ser en circunstancias especialmente morbosas, o que el autor y la víctima fueran personajes conocidos, para que les dedicaran tiempo. También se relajó el listón para los medios de comunicación, que ya no cuidaban titulares ni modos de dar la noticia con la exquisitez a que un día se comprometieron.

Por su parte, los políticos no estuvieron a la altura. Hay que recordar que en el debate a cuatro de la penúltima legislatura fallida, sólo dedicaron 29 segundos a la violencia de género, tras la insistencia de la única moderadora mujer, y que solo fueron dos de los cuatro líderes los que abordaron, aún fugazmente, la materia. Y, aunque es cierto que al final se ha aprobado el tan reclamado pacto de estado, no lo es menos que ha quedado en un catálogo de mínimos, y que más mínimos serán habida cuenta que no se ha previsto ningún presupuesto. Algo que hace temer que no quede más allá que una bieninetencionada declaración de intenciones sin consecuencias prácticas.

También la ciudadanía lleva su parte de culpa. A cada uno lo suyo. Y sea porque no se invierte en concienciación, o porque no se conciencia porque no interesa, lo bien cierto es que la violencia sobre la mujer ocupa un ominoso puesto décimooctavo entre las preocupaciones de los españoles según las últimas encuestas del CIS.

Nuestras víctimas son cada vez más jóvenes, y nuestros jóvenes cada vez más machistas

Mientras, nuestras víctimas son cada vez más jóvenes, y nuestros jóvenes cada vez más machistas, sin que nadie ponga remedio ni parezca tener ganas de hacerlo. Y ahí está gran parte del problema. Sin una fuerte y seria apuesta por la educación en igualdad, el probelema seguirá siendo endémico generación tras generación.

Como muestra de todo lo que digo, traeré un botón. O mejor, dos. Si preguntamos a cualquiera qué recuerda del pasado verano sobre violencia de género, seguro que responderá que el asunto de Juana Rivas. Nadie se acuerda de todas las mujeres que fueron asesinadas mientras las televisiones buscaban la entrevista a la puerta de los juzgados para ganar audiencia.

Y, sin ir más lejos, volveré a Ana Belén. Como quiera que tuvo la desgracia de ser asesinada mientras se desbordaban los acontecimientos sobre la independencia de Cataluña, nadie se acordó siquiera de llorarla en los informativos, y los pocos que lo hicieron, fue un día después y despachado en menos de un minuto mientras dedicaban más de veinte a las veleidades independentistas de un famoso futbolista y a la reacción de los aficionados ante ello.

Ana Belén fue asesinada mientras se desbordaban los acontecimientos en Cataluña, nadie se acordó de llorarla en los informativos

Así que ahí seguimos. La muerte de Ana Orantes hizo mucho por las víctimas, es cierto. Pero si queremos devolverle lo que le debemos, no sigamos dando pasos atrás. O todo habrá sido en balde, y Ana Belén no será la última en sumar su nombre a la negra lista.