A la fiscal Concepción Sabadell no le cabe ninguna duda: la Gürtel suponía un “sistema” organizado por políticos y gobernantes del Partido Popular para robar fondos públicos, o sea de todos.

“Nuestros gobernantes han dejado de disimular, de inventar una realidad y aplicar otra, y observan, seguramente con cierta estupefacción, que no pasa nada de nada”, escribe Fallarás

“Se han confirmado los indicios y se han comprobado los hechos con una abrumadora y contundente prueba”, ha afirmado Sabadell. “Esquilmaron arcas públicas”, ha añadido.  Y más: “Fue un modo de vida duradero de esta organización constituida para delinquir”.

La noticia ha pasado casi desapercibida, cuando no ha sido descaradamente omitida, en la mayoría de los medios de comunicación españoles. Después de diez años de Gürtel, cuando por fin llega el momento de las conclusiones, demoledoras conclusiones, tenemos la información tan cubierta de banderas que no se ve nada más.

Hay quien ve en asuntos como este una de las razones por las que no se ha querido dar solución al asunto catalán. Sostienen que a los corruptos, sobre todo al PP y la antigua CiU, les ha venido muy bien el jaleo. Sea intencionado o no, no cabe duda de que, efectivamente, la bandera tapa. Sin embargo, me interesa más algo menos obvio, algo que también ha quedado en evidencia, ligado al cinismo político.

Durante muchos años, al menos los que van desde los primeros 80 hasta el 15-M, nos hemos ido acostumbrando a ver el ejercicio de la política como una cadena de actos de cinismo. Sabíamos que el político decía A, pensaba B y hacía C, para que el medio de comunicación de turno publicara Z. No es cierto que nos engañaran. Había un pacto implícito donde todos sabíamos que el otro sabía: que Fraga era franquista, como Gallardón y toda la panda, que miembros del gobierno de Felipe González organizaron los GAL, que Jordi Pujol y sus secuaces acumulaban dinero en el extranjero sin contemplaciones, que entre todos se opusieron a juzgar a los criminales de la dictadura, que gran parte de la judicatura roza la extrema derecha, que los jefes tocan a las chicas, y los políticos, y los directores, y los curas, etc.

Después, con el 15-M, parecía que a ese cinismo se le había abierto una brecha y que era posible ejercer la política con franqueza y honestamente. Parecía, y quién sabe… Pero lo más interesante ha llegado ahora, con el Procés y su espectacular –de espectáculo– final. Ese pacto tácito por el que los partidos políticos vendían una moto y nosotros/as la comprábamos y aquí no ha pasado nada, se ha roto. No es que ahora denunciemos sus artimañas y tejemanejes. No es que ellos hayan dejado de ponerlos en práctica. Sencillamente, nuestros gobernantes han dejado de disimular, de inventar una realidad y aplicar otra, se han quitado la máscara y observan, seguramente con cierta estupefacción, que no pasa nada de nada. Ahora pueden decir las barbaridades que piensan, llegar a los acuerdos más vergonzosos, sonreír antes sus propias propuestas de ignorancia, y la población hace lo mismo que cuando fingía no saber: nada.

https://www.lamarea.com/2017/10/26/se-quitado-las-mascaras/

 

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