Dentro de las devociones populares más características y destacadas se encuentra la consagrada a la figura de santa Ana, cuyos orígenes hay que buscar en Oriente, donde se aprecia la existencia de una iglesia bajo esta advocación en Jerusalén, ubicada en el lugar en el que se supone nació la Virgen María, al igual que otra en Constantinopla dedicada a la santa por el propio emperador Justiniano.

Sin embargo, el desarrollo de su culto en Occidente se producirá de forma tardía a finales de la Edad Media, vinculado a la persona de la Virgen María y su Inmaculada Concepción y traído durante la época de las cruzadas g racias a los supuestos hallazgos de sus reliquias.

Así en Francia por ejemplo, distintas localidades se manifestarán como centros de devoción a santa Ana en los que se conservaba alguna reliquia de la misma, destacando la Catedral de Apt, cerca de Aviñón, donde se guardaba el velo de santa Ana que según la tradición había envuelto el cuerpo de la madre de la Virgen en su traslado a  Provenza, efectuado por Magdalena y su hermano Lázaro.

En Chartres, según la tradición, se veneraba la cabeza de la santa que el conde Louis de Blois había traído desde Constantinopla en 1204, reliquia que fue donada a la Catedral de Notre Dame.

Por la geografía europea se repartían los restosde la madre de María, una costilla en Angers, los brazos en Génova y Tréveris, la mano derecha en Viena, etc.

Distintas órdenes religiosas centraron su devoción en la persona de santa Ana, como la fundada por santa Brígida en el convento de Vadstena, Suecia, donde ésta llevó el cuerpo de la abuela de Jesús desde Roma; los franciscanos ligaban su culto de forma intima a la defensa que llevaron a cabo de la Inmaculada Concepción y los carmelitas por su parte contribuyeron enormemente a la difusión del mismo.

Pero también, al igual que otros santos y tradiciones dentro de la Iglesia, el protestantismo criticó duramente esta creencia popular y sus manifestaciones religiosas hasta el punto que la Iglesia de Roma optó por retirar del calendario el nombre de santa Ana y condenar su historia apócrifa junto con la de san Joaquín. Por el contrario, la devoción a la santa lejos de desaparecer cobró mayor fuerza, siendo reflejo de ello la popularidad en el uso del nombre de Ana, tanto para hombres como para mujeres, y el hecho de que en 1584 el Papa Gregorio XIII restableciera la festividad de santa Ana y en el siglo siguiente Gregorio XV la dotara de una solemnidad especial.

Los últimos ejemplos de la fuerza que adquirió esta devoción quedan representados por la famosa peregrinación a Sainte Anne d’ Auray que se remonta al siglo XVII y la adopción de este culto por parte de los habitantes de la ciudad de austríaca de Innsbruck en 1703, al ser liberada en el día de la santa.

Extraída su historia de los evangelios apócrifos, no existe referencia alguna a santa Ana ni en el Antiguo Testamento ni en los Evangelios, siendo necesario recurrir al protoevangelio de Santiago, el evangelio del SeudoMateo y el evangelio de la Natividad de la Virgen como los más completos acerca del tema. En ellos se narra como santa Ana y san Joaquín carecieron de descendencia tras años de matrimonio hasta el momento en el que el arcángel Gabriel se apareció a ambos, a edad ya avanzada y separados en la distancia por el retiro voluntario de san Joaquín al desierto, con la predicción del nacimiento de una hija. Llenos de júbilo, los esposos salieron al encuentro el uno del otro, hallándose frente a la Puerta Dorada de Jerusalén donde se fundirían en un beso con el que, según la tradición,María sería concebida.

Dicho relato daría forma dentro del arte a varias iconografías como la Anunciación a santa Ana o el Encuentro en la Puerta Dorada, entre otras muchas. En la primera se presenta a la santa, triste por la separación de su marido e implorando al cielo el milagro de la concepción, recibiendo respuesta a través del ángel que anuncia el nacimiento de la Virgen, ante lo que santa Ana promete consagrarla a Dios, escena que, a diferencia de la Anunciación a la Virgen, se desarrolla bajo un laurel al aire
libre.

El siguiente motivo, el Encuentro en la Puerta Dorada, representa a los dos ancianos abrazados tiernamente para fundirse en un beso, siendo la iconografía más popular por el significado que en la Edad Media se le daría como preámbulo al Nacimiento de la Virgen, junto con la identificación de la Inmaculada Concepción que se hace del tema, señalando los teólogos de la época que la Virgen fue “concebida por un beso sin semen de hombre (ex osculo concepta, sine semine viri)”, lo que era interpretado como símbolo de la redención del pecado original, entroncando con el propio sentido que aportan los nombres de Ana y Joaquín –en hebreo, Gracia y Preparación del Señor-, detalle ya observado en el siglo XVII, además del valor que en el siglo XIV se le dio a la Puerta Dorada como emblema de la Puerta del Paraíso.

Sin embargo, la nueva iconografía, surgida de Trento, de la Virgen de las Letanías descendiendo del cielo, actual representación de la Inmaculada, fue desplazando poco a poco el protagonismo de este encuentro entre Joaquín y Ana.

Conforme el culto se fue desarrollando las diversas iconografías de santa Ana fueron tomando protagonismo o cayendo en desuso, según se matizaba la devoción a la santa incidiendo en un aspecto u otro de su leyenda  Como ya se ha mencionado, su culto y su representación en el arte estaban vinculados a la figura de María, por lo que no resulta extraño que la mayoría de las escenas asociadas a santa Ana pertenezcan a la Vida de la Virgen o que ésta aparezca en ellas.

Una de las más representadas es la Natividad de la Virgen en la que madre e hija quedan igualmente glorificadas, desarrollándose la escena con santa Ana al fondo de una habitación, recostada en el lecho y asistida por varias mujeres mientras Joaquín ofrece a la niña a los cielos. Su popularidad radica en el hecho de formar parte de los ciclos dedicados a la Virgen que la incluyen como escena crucial dentro de la historia de María, haciéndose una representación en la que se pone de manifiesto su nacimiento alejado de toda mancha, al dar a luz santa Ana sin dolor alguno, con lo que la Virgen quedaría apartada de la maldición impuesta a Eva tras el pecado original (…con dolor parirás los hijos) no sólo por su Inmaculada Concepción sino por su propio nacimiento distante de las leyes generales a las que está sujeto cualquier otro mortal.

Otra escena es la que muestra a santa Ana con la Virgen y el Niño, composición derivada de otras dos distintas pero con igualdad de mensaje: la Parentela de Maria y la
Sagrada Familia. En la primera, del mismo modo que en el Árbol de Jessé se refleja la supuesta genealogía de Cristo que lo vincula a la casa de David partiendo desde
Jessé -padre de este último-, se plasma la familia de Jesús partiendo de santa Ana. La segunda limita los personajes únicamente a los más allegados, es decir, a José, la Virgen y el Niño o santa Ana, su hija y su nieto, versión en la que se muestran las tres generaciones, siendo ambos cuadros considerados como una representación de la “Trinidad terrena” con la que se pretende destacar la condición humana de la figura de Cristo del mismo modo que en la “Trinidad celeste” se exalta su carácter divino,
destacando en la imagen junto a santa Ana que se hacen patentes los vínculos sanguíneos de los tres personajes.

Por último, se ha querido hacer referencia de forma particular a la iconografía definida por la sola presencia en la escena de santa Ana y la Virgen niña en el momento de su educación. Esta imagen de la Educación de María, grupo al que pertenece la talla venerada en la ermita de Santa Ana en Atarfe, plasmando el momento en el que la
santa enseña a leer y a comprender el Antiguo Testamento a su hija, que si bien tuvo opositores a su representación por considerar que al ser la Virgen presentada y
consagrada al templo con la temprana edad de tres años no tenían cabida este tipo de escenas, fue muy notable a partir del siglo XVI como consecuencia del auge que
experimentaba el culto a santa Ana.

La devoción popular le otorgaba a la santa un papel esencial en la educación de la Virgen, mostrándola como transmisora de sus virtudes, piedad, caridad, etc, sublimándose a través de María los dones de su madre. La disposición habitual era colocar a santa Ana sentada con un libro mientras la Virgen niña, de pie o sentada en su regazo, señala las escrituras mientras, aparentemente, deletrea. Cautivados por el tema, numerosos artistas hicieron uso de su genio para llevar a cabo la realización del mismo, destacando
entre otros Rubens, Murillo, Zurbarán y su escuela, e incluso el ilustre artista granadino Alonso Cano, quienes aportaron un exquisito toque de dulzura y cariño a una
escena ya tierna y conmovedora de por sí.

 

Artículo editado por Corporación de Medios de Andalucía y el Ayuntamiento de Atarfe, coordinado por José Enrique Granados y tiene por nombre «Atarfe en el papel»

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