23 noviembre 2024

La epidemia de la soledad en España: jóvenes y sin recursos para una vida

El estudio de 40dB para la SER y El País muestra una sociedad profundamente preocupada por el avance de la soledad no deseada. Más de dos de cada diez declaran haberse sentido bastante o muy solos en el último año y los jóvenes son quienes más lo sufren

Un tercio de nosotros tiene muy pocos amigos o ninguno al que poder confiar algo importante. Más de un 25% no encuentra tampoco ese apoyo dentro de la familia y casi cuatro de cada diez querría pasar más tiempo acompañado del que pasa ahora mismo. Estamos solos, cada vez más profundamente solos, porque el 22% admite ya haberse sentido bastante o muy solo en el último año. Y todo rodeado de un imponente silencio, el de las conversaciones que no existen; pero también el de los solitarios, que se resisten a hablar de ello, como si temieran todavía una mácula en su carácter y no un problema social. Por eso, cuando lo cuentan lo hacen, sobre todo, a su terapeuta, si lo tienen, y en menor medida a otras personas de su entorno. Son datos sobre la soledad no deseada en España que recoge el estudio que ha elaborado 40dB para la SER y El País.

Hay tantas soledades posibles como personas, porque es un constructo complejo, señalan los expertos, que permite sufrirlo incluso cuando estamos rodeados de gente. Hay sentimiento de soledad entre hombres y mujeres, pero ellas la sufren más a menudo; hay ricos solitarios y también pobres, pero los segundos registran ese vacío con mayor frecuencia, porque no pueden hacer vida o porque son trabajadores con salarios bajos que les obligan a renunciar a sus planes de ocio. “Un hallazgo muy importante es la relación tan clara entre estar en paro y sentirse solo”, explica Belén Barreiro, directora de la compañía responsable del estudio.

“El paro es un factor de soledad importantísimo, pero también lo es, en general, tener problemas económicos. Vemos muy claramente como las personas que tienen dificultades para llegar a fin de mes tienden a declarar mucho más que se sienten solos.”

Nadie confiesa estar más solo que nuestros jóvenes. Aunque tendemos a pensar que quienes más aisladas están son las personas mayores, casi el 37% de los que tienen entre 18 y 24 años se sienten solos. Ellos conforman el grupo que se declara más afectado y la cifra se mantiene también alta en la franja que va de los 25 a los 34 años: el 32,9%.

Flor ha dispuesto en su casa cuatro sillas enfrentadas en un cuartito rectangular que hace de sala de estar. No tendrá más de cinco o seis metros de longitud y tras las sillas hay una mesa baja, próxima a una ventana. La han ayudado a preparar la escena Carmen, 73 años, y Blanca, 89, ambas voluntarias de la Fundación Nadiesolo. Flor tiene 84. Constituye el grupo que creemos más vulnerable, aunque entre las personas de su edad solo un 12,9% admite sentirse sola.

Hace cinco décadas que comenzaron a tratarla de asma y casi otras tantas de osteoporosis. “Un día llamó alguien al portero. Y la voz de una persona joven dijo: ‘¿Usted es una persona mayor?’. Digo: ‘sí’ y ‘¿quiere que la vengan a acompañar? Y yo pues sí, sí quiero. Claro que yo estoy deseando salir a la calle, pero como no puedo sola», cuenta Flor.

 

Fueron muchas tardes, las tardes de años, en que Flor dedicó el tiempo a sus habilidades de punto de cruz y elaboró sombreros y manteles sin que, necesariamente, nadie se los hubiera encargado. Entonces no salía de casa porque su movilidad se había visto muy reducida por la enfermedad y la medicación. “Desde muy joven tenía unos ataques muy fuertes (de asma) y empezaron a darme corticoides, corticoides, corticoides. Y claro, eso me ha hecho mucho daño a los huesos”. Hasta que aparecieron Carmen y Blanca de Nadiesolo y ahora las tres dedican las mañanas de los jueves a pasear, se sientan en algún banco, juegan a juegos de mesa o Carmen les cuenta su último viaje. Acaba de volver de Galicia, donde llovía pero todo le encantó. Y se va a los Fiordos en verano.

“En esos años que estuve tan malucha estaba sola, muy sola, sí… Venían de servicios sociales, pero tienen un tiempo limitado. Te ayudan un poquito y se van”. Ya no es así.

Un gran problema social, una pandemia mortal

El 77% de los encuestados coloca la soledad no deseada en el centro de las preocupaciones de la sociedad. Creen que se trata de un problema bastante o muy importante en la España de hoy. “En el último año, de manera espontánea, cuando preguntábamos a los ciudadanos que cómo estaban, qué sentían, como veían las cosas, de manera espontánea hablaban de la soledad como uno de los problemas sociales de nuestros tiempos” y eso encendió la mecha de este estudio, indica Barreiro.

El 21,9% habla de una gran soledad; pero más de cuatro de cada diez afirman conocer a alguien que se siente solo. La ausencia de una compañía real, completa, nos vuelve más tímidos, introvertidos, menos participativos en los mecanismos sociales y menos dispuestos a posicionarnos ideológicamente. Eso muestra el estudio, que también apunta a que intentamos romper el aislamiento recurriendo más a las redes sociales. Sentirse diferente y solo.

El psicólogo especializado en infancia y juventud Javier Urra, director Clínico de Recurra-Ginso, advierte de los riesgos de buscar refugio en los móviles. “Claro que la red social permite relacionarse, pero también es verdad que impide el piel con piel, el contacto, la esencia de la vida. En algunos casos es un mal sustitutivo. Sobre todo, porque se busca dar una imagen estupenda de uno mismo, uno ve una imagen maravillosa de los demás, y eso no se sostiene con la realidad”. Un 33,8% de los estudiantes dice sentirse solo siempre, muy a menudo o bastante a menudo cuando está en clase.

Barreiro recalca cómo varios factores encajan con los alarmantes datos entre los jóvenes españoles. No solo la precariedad de aquellos que están en edad de trabajar o su disposición a hablar más abiertamente de salud mental. Es también “una generación más variada, más atrevida, que se atreve más a vivir la diferencia”, más propensos, por ejemplo, a declararse parte del colectivo LGTBI+. “Pero la diferencia tiene un precio, claro, porque el vivir siendo diferente te hace sentirte probablemente más aislado”.

“Es una sensación que nunca había experimentado”, dice Sofía, de 26 años, que salió de su ciudad de 120.000 habitantes para ir a Madrid. “Me fui un poco persiguiendo muchos sueños, la verdad (quería ser actriz). Y se fueron yendo un poco al traste». En la capital compartió piso con desconocidos. “Llegas de una ciudad pequeña a una gran ciudad” y allí “todo es más frío”.

«Es como que te comen. Esa fue mi sensación. Los primeros días porque vas un poco emocionada y estás ahí en tu ‘para, no, venga, voy a cumplir mis sueños. Pero luego, a medida que vas cogiendo el metro, el cercanías, la vida pasa en autobuses, ves a la gente que está como triste·. Y entonces pasan las semanas y ·”como que se te contagia un poco esa sensación. Y ahí empecé ya a meterme en un hoyo de decir ¿qué hago aquí sola?” Tardó dos años en dejar la ciudad y regresar a la suya.

 

Anabel, que tiene ahora 22, salió de Canarias porque “no había muchas opciones laborales para lo que yo estudio”. Vive en Bolonia, Italia, con su pareja; pero también se siente sola. EN una ciudad de estudiantes, la gente viene y va. “Sí he llegado a tener algunas relaciones de amistad. Pero hay gente que yo sé que se va a ir. Entonces es como esa sensación de que sigo sin tener una red.” Se esfuerza, dice, perro siente que siempre tiene que volver a empezar de cero.

La Organización Mundial de la Salud ha concluido que la soledad aumenta el riesgo de mortalidad un 30%, porcentaje parecido al de la adicción al tabaco. Incrementa la posilidad de sufrir problemas cardiovasculares y reduce, en general, la esperanza de vida

¿Qué es la soledad? La conversación, laboratorio del pensamiento

Hay una soledad que es buena y que todos elogiamos, el poder estar un momento tranquilo, pensando con uno mismo, aislado del ruido; pero hay otra tóxica, la no deseada, que consiste «esencialmente en no tener con quién hablar”, argumenta Mariano Sigman, uno de los neurocientíficos más destacados del mundo, autor del libro ‘El poder de las palabras’. Es la que ocupa el estudio de 40dB y en la que la ausencia de conversación convierte el pensamiento en un círculo de ansiedades, inseguridades y miedos.

“A veces, el laboratorio natural del pensamiento es la conversación, en la cual uno puede intercambiar ideas con otras personas. Cuando uno no tiene esto, aunque lo quiera, es decir, uno tiene con quién hablar las cosas importantes, las cosas que nos cuestan, las cosas que nos indagan o que nos interpelan, las que son justamente difíciles de resolver, entonces esto entorpece en muchas dimensiones de la vida”. Hallar un lugar, una persona a la que rebotarle los pensamientos y que los devuelva mejores es una de las búsquedas más complejas y fundamentales de la vida. Porque la conversación en verdadera confianza, indica Sigman, alimenta el ánimo de cuidarnos.

El neurocientífico recuerda el estudio del investigador John Cacioppo, quien comprobó cómo el pronóstico de los enfermos de sida que tenían alguien con quién hablar de su enfermedad era mejor que el de aquellos que no lo comentaban con nadie. Hablar sin pudor, sin vergüenza, tiene un efecto sanador que de no darse se transforma justo en lo contrario.

“Si, por ejemplo, uno va por la calle y una persona se tropieza y se cae, cualquier persona, es lo más natural, se acercaría y le diría ‘señor, señora, ¿está bien?, ¿puedo hacer algo para ayudarle?” Es un reflejo que tenemos. Un reflejo compasivo y bueno”. En cambio, cuando es uno el que se cae, el diálogo interno es muy distinto. “Esa voz con uno mismo dice ‘qué tonto he sido’, ‘¿pero cómo pude haber hecho esto?’. Tendemos a ser muy exigentes con nosotros mismos en lugar de preguntarnos si estamos bien. De ahí, dice Sigman, que precisemos a alguien que nos diga que debemos ir al médico a vernos esa mancha “porque es lo mejor que puedes hacer en la próxima hora”, en lugar de trabajar. Enriquece y salva vidas.

Hay, de algún modo, una verdad en la compañía que se parece a la del amor. Por eso Flor, que renunció a él bien joven porque cómo iba ella a crear una familia si la enfermedad consumía su fuerza más deprisa que la ilusión, encuentra ahora una felicidad que no tuvo durante mucho años. Y a los 84 confiesa que sí, que Carmen y Blanca son hoy sus mejores amigas y el jueves el mejor día de la semana.

 

Sergio Soto

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