23 noviembre 2024

Un juego algo libre con las fechas ha permitido hermanar en la muerte a Cervantes con Shakespeare (fallecido según el calendario gregoriano el 3 de mayo de 1616, y no el 23 de abril; Cervantes murió el 22), pero tal circunstancia no deja de ser una trivial ingeniosidad en el trazado de las posibles «vidas paralelas» de dos ingenios que alcanzaron las más altas cimas del teatro y la literatura.

Shakespeare alcanzó la fama por sus piezas teatrales (como Lope en España), pero Cervantes solo consiguió triunfar con el Quijote. Las dos grandes ilusiones del español (la poesía y el teatro) solo le acarrearon frustraciones y desprecios. Los teatros no quisieron las comedias de Cervantes. En sus Ocho comedias escribe: «me dijo un librero que él me las compraría [las comedias], si un autor de título no le hubiera dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero que del verso, nada; y cierto que me dio pesadumbre el oírlo». Pesadumbre que se encona con el éxito de las comedias de Lope, que el canónigo del Quijote juzga «espejos de disparates, ejemplos de necedades e imágenes de lascivia…».

En Inglaterra Shakespeare brilla con la misma luz teatral que en España alumbraba Lope. Ben Jonson rendía tributo al gran William: «Shakespeare no pertenece a una sola época sino a la eternidad».

  El novelista Nahum Montt se imagina en ‘Hermanos de tinta’ a Shakespeare y Cervantes asistiendo a una representación de Hamlet en The Globe y montando a dos manos una obra que intuimos llena de fantasía, ‘El relato de la caravana de los prodigios’. Pero es difícil imaginar qué hubiera pensado Cervantes del teatro de Shakespeare, tan lleno de peripecias como aquellas comedias que en los corrales de Madrid rechazaba por excesivas, poco verosímiles y nada atentas a las normas clasicistas. (De eso mismo acusó Voltaire, tan neoclásico él, a Shakespeare).

¿Habría aplaudido Cervantes las inverosímiles tramas de ‘El rey Lear’, la necedad de ‘Otelo’, las mágicas invenciones de ‘Sueño de una noche de verano’ o ‘La tempestad’, los enredos de ‘Los dos hidalgos de Verona’ o la ‘Comedia de las equivocaciones’? ¿Se habría divertido con las conversaciones de Falstaff y Sancho Panza? Creo que sí.

Tengo para mí que a Cervantes le gustaba el teatro de Lope, pero un sentimiento de rivalidad le impulsaba a atacar al monstruo de naturaleza que le cerraba los escenarios nacionales. Con Shakespeare no hubiera existido esa rivalidad y podría reconocer la admirable grandeza de un teatro que repudiaba de palabra. Pues es muy probable que el «clasicismo teatral» de Cervantes fuera más un convencimiento intelectual que su verdadera inclinación. El mismo que exigía que las comedias fueran imagen de la verdad, y que criticaba los disparates de las comedias de santos (Quijote, I, 48) ofrece estupendos demonios (uno en forma de oso, otro de galán…), almas sacadas del purgatorio, esqueletos andantes, sátiros y salvajes, llamas del subsuelo y nubes volantes, con bocas de sierpes en ‘El rufián dichoso’ y ‘La casa de los celos’… La última obra de Cervantes, ‘Los trabajos de Persiles y Sigismunda’ es una novela fantástica, de aventuras asombrosas en territorios tan maravillosos como el maravilloso mundo de Shakespeare.

Si Cervantes no conoció el teatro del inglés, este sin embargo supo del luminoso y melancólico Quijote, que le proporcionó la idea para ‘Cardenio’, representada en el invierno de 1612-1613, y mencionada en el repertorio del librero Humpfrey Moseley como ‘The History of Cardenio’, atribuida a Flechter y Shakespeare.

De esa historia llena de sutilezas y peligros, y de las aventuras de Cardenio, Luscinda, don Fernando y Dorotea -que se pueden leer en la primera parte del Quijote-, hizo otra comedia Guillén de Castro y la volvieron a reescribir diferentes poetas. Pero las piezas inspiradas en Cervantes debidas a los dos más profundos dramaturgos de la época, Shakespeare y Calderón (cuya comedia Don Quijote quedó igualmente perdida) no las conocemos.

Como le sucedió a Shakespeare, también se perdieron algunas creaciones cervantinas. Quedaron, sin embargo, las suficientes de uno y otro como para justificar -así lo juzgó otro genio de la literatura, Teodoro Dostoyevski- la historia entera de la humanidad.

Ignacio Arellano es director del Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO). Universidad de Navarra