La noche del 11 de abril una voz de mujer decía en la tele, (El Intermedio. La Sexta): «Me he pasado los cincuenta años primeros años de mi vida discriminada por ser mujer, y los siguientes hasta hoy discriminada por ser mayor».

Levanté inmediatamente la mirada del teclado de mi ordenador. La mujer se llamaba -se llama-  María Izquierdo Rojo y es una de las diputadas de las Cortes que vieron nacer e impulsaron la Constitución en 1978. Socialista, aunque no sé si esto es lo más relevante. Sí lo es la manera crítica pero desprovista de todo resentimiento con la que hablaba de su trayectoria profesional y humana, de la soledad que sentían las primeras mujeres que llegaron a ocupar escaños y cómo en pleno auge profesional -siendo Secretaria de Estado para las Comunidades Autónomas- decidió ser madre, y contrató a una canguro que la esperaba en una sala cerca de su despacho  con su bebé para darle de mamar «algo que la mayoría de las mujeres no pueden permitirse, por la precariedad laboral»; o cómo el 23-F, cuando los golpistas dieron la opción de que las mujeres abandonaran el hemiciclo, ella (y otra compañera) se negaron. «Si éramos iguales que ellos, lo seríamos en lo bueno y en lo malo», vino a decir.

Sandra Sabater -la entrevistadora- se le escapaba esa expresión de indisimulada admiración y connivencia empática que a veces se nos pone sin querer a los periodistas cuando nos sentamos frente a alguien que nos conquista con su discurso y, en este caso, supongo que además por su serena forma de explicar la excepcionalidad sin adornarse. Con una naturalidad majestuosa, me atrevería a describir. Me pareció que la exdiputada era muy ella, enfundada en sus gafas redondas, su juvenil camiseta de algodón de rayas y una especie de bufanda anaranjada sobre los hombros que le daba cierto aire de gurú a su pesar.

María Izquierdo Rojo eurodiputada en 1990

María Izquierdo Rojo nació en 1946 y ha vivido mucho, desde luego. Dice que se siente bien representada por las diputadas que hoy ocupan los escaños que ella dejó después de dos legislaturas. Jóvenes, muchas de ellas. Pero a ella hoy la discriminan por ser mayor, y antes, por no bailarle el agua a su partido. «He sido castigada por ser una niña mala», declaró al Ideal de Granada, donde vive, en 2008. El PSOE la había excluido por primera vez de sus congresos nacional y regional por defender una enmienda a favor de la democracia interna en su partido.

Tuve la sensación poderosa de que las mujeres -y los hombres- le debemos mucho a esta persona a la que me encantaría conocer. Y me pareció que era una pena que hoy, a sus 71 lúcidos años, no pueda seguir en activo porque su discurso político construye. Y no estamos tan acostumbrados a escuchar en el Parlamento palabras que sobrevuelen las rencillas, que no suenen impostadas, vulgares, violentas o alimentadas por espúreos intereses de poder. Creo que María Izquierdo Rojo nos dio ayer una lección de feminismo bien entendido, de vocación política sincera, de excepcionalidad; y fue un bálsamo de cremosa lucidez en medio de la mediocridad correosa que nos envuelve.

Primero discriminada por mujer. Ahora por ¿mayor? Y el milagro de asumir ambas lacras con espíritu crítico pero sin un ápice, me pareció y repito, de resentimiento. Gracias, María, por el trabajo que has hecho por todas nosotras. Y por contarlo así de bien, como sin darte importancia… Como lo hacen los mejores.

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