22 noviembre 2024

Brexit: campo, ciudad y los perdedores de la globalización

Hace un par de meses escribía sobre uno de los motores del aumento de las desigualdades en Estados Unidos estos últimos años, el ascenso de las grandes ciudades.

Por una serie de motivos que no vienen al caso, la combinación entre economías de red, cambios tecnológicos y globalización han hecho que las grandes aglomeraciones urbanas estén experimentando un crecimiento económico mucho más rápido que el resto del país.

Esta separación económica entre ciudades “conectadas” ricas y hinterlands estancadas y empobrecidas es algo que estamos viendo cada vez con mayor claridad en el mapa electoral de Estados Unidos, con los demócratas ganando apoyos en la América globalizada y cosmopolita, y los republicanos ganando terreno fuera de ella.

Esta noche, si miramos el mapa de resultados del referéndum sobre el brexit, vemos algo parecido. Inglaterra es, en muchos aspectos, un país dividido en dos regiones, el área metropolitana de Londres y el resto. El mapa electoral ha tenido este aspecto:

Brexit

Dejad de lado por un momento Escocia (que está casi vacía) e Irlanda del Norte, donde los nacionalismos locales han tenido mucho peso. En Inglaterra y Gales lo que vemos es esencialmente un mapa del área metropolitana de Londres, con algunos destellos de remain en zonas más o menos aleatorias en el resto del país.

La capital, la enorme, vibrante, cosmopolita, inmensamente rica ciudad que ha sacado un partido enorme a la globalización y sus vínculos con el resto de Europa, ha votado seguir conectada la UE de forma decidida. El resto del país, las zonas donde la economía nunca acabó de recuperarse de la gran recesión, han votado leave. 

Más allá de los efectos inmediatos para el Reino Unido y la Unión Europea de este referéndum (pista: la libra esterlina, ahora mismo, pierde casi un 11% de su valor frente al dólar), la cada vez más aparente divergencia entre los ganadores y perdedores de la globalización es algo que debería preocuparnos. Londres, Nueva York, París, Milán, Madrid o Barcelona* son lugares cada vez abiertos, prósperos, innovadores y productivos. Estas ciudades son el futuro prometido de sociedades tolerantes, creativas, muilticulturales y rabiosamente humanas.

El problema es que todo lo que hace estas urbes lugares atractivos y prósperos no está llegando al resto de los países que las albergan. Es más, en muchos casos el multiculturalismo, la inmigración y la apertura comercial son vistas como una amenaza o incluso el origen de la decadencia de esas misma regiones. La globalización, o al menos la globalización como está sucediendo en lugares como Reino Unido, Estados Unidos o Francia, está distribuida de forma muy desigual geográficamente, y a su vez está creando unas tensiones sobre el mismo sistema democrático con efectos difícilmente predecibles.

¿Quiere decir esto que la globalización, de forma inevitable, produce monstruos? No necesariamente; basta con mirar de nuevo el mapa de Estados Unidos. Aunque muchas ciudades medianas y pequeñas fuera de las dos costas, Texas y Chicago se han quedado atrás, hay una serie de zonas urbanas, a veces en medio de ninguna parte, que han adoptado medidas y políticas de forma consciente para conectarse al mundo y participar en la globalización. Lugares como Minneapolis-Saint Paul, Denver, Salt Lake o Portland están básicamente en medio de ninguna parte, pero han intentado crear unas infraestructuras, tejido universitario, empresarial, políticas de vivienda y mano de obra que sirvieran para atraer inversiones y poder generar la clase de bienes y servicios que pueden competir a nivel global. No es necesariamente algo fácil, pero puede hacerse; basta mirar a lugares como Irlanda, Suiza o Suecia (o Euskadi) para buscar ejemplos más cercanos.

Lo que parece cada vez más obvio es que durante demasiado tiempo las élites occidentales han dado la espalda a los efectos cada vez más traumáticos de la globalización, sin utilizar sus (enormes) beneficios para asegurar que nadie se quede atrás. Los populismos de estos últimos años, desde Trump a LePen, pasando por Farage, son el resultado de esta arrogancia.

Es hora de cambiar las cosas, o la cosa acabará mal.

*: Algunos en Barcelona parecen estar más preocupados de cortar amarras y desconectase con el mundo que de participar en la globalización, pero ese es otro tema.

@egocrata