22 noviembre 2024

Soy mujer. Mi talla de sujetador es una 95B, y uso una 34-36 de pantalón, dependiendo de la tienda en la que lo compre. Tengo granos, puntos negros y pelos en el entrecejo y en el bigote. Visto ajustado, a veces con escote, me depilo y de vez en cuando me maquillo.

Tengo complejos: he querido un vientre plano, menos estrías y menos varices. He querido una cara más perfilada, los labios mas gordos, los dientes más blancos y las tetas más grandes. He hecho dieta, muchas veces.

Soy mujer. Como bien, hago deporte, me gusta salir de fiesta y no soy mala estudiante. Pero tengo miedo cuando vuelvo sola a casa, y me cuesta rebelarme ante el acoso callejero, eso a lo que algunos llaman piropos. Finjo que hablo por teléfono por las noches cuando camino sola por alguna calle, y odio los chistes machistas. Me acompleja el catálogo de bañadores de Calzedonia, me repugnan los “buf” de los tíos que se cruzan conmigo, y sufro con cada mujer asesinada por violencia machista.

Soy mujer. Conozco a mujeres que han sido humilladas, acosadas, perseguidas, controladas, manoseadas y violadas. Conozco a hombres que han humillado, acosado, perseguido, controlado, manoseado y violado. No soporto que nos hagan creer que la violencia machista es violencia de género. Porque es violencia machista, no violencia de género. No soporto que entre machismo, feminismo e igualdad, se elija igualdad. No queremos una sociedad igualitaria, queremos una sociedad feminista.

Soy mujer. He estudiado filosofía y un máster en comunicación política. En la mayoría de las asignaturas he tenido profesores, no profesoras, y juraría que he tenido más compañeros que compañeras. Una vez le pregunté una duda a un profesor, y me dijo que las dudas me las resolvería en una cena. He tenido un profesor que, después de un examen, me ha invitado a comer. He tenido que escapar corriendo de un hombre que no aceptó un NO por respuesta.

Soy mujer. Un tío me pidió hacer la cama después de echar un polvo, me han invitado a copas por tener los ojos bonitos, me han acosado a llamadas y me han metido la mano entre las piernas por la calle. Me han llamado malfollada, histérica, borde, puta, guarra, granosa, chica gamba, preciosa, tía buena, cachonda, morenaza, calientapollas, frígida… Me han dicho que vaya piernas tengo, que vaya culo tengo, que vaya tetas tengo. Me he sentido intimidada por hombres de 15, 20, 25, 30, 35, 40, 45, 50, 55, 60, 65, 70, 75 y 80 años.

Soy mujer. He leído sobre feminismo, he escrito sobre feminismo, he hablado sobre feminismo y he discutido sobre feminismo. He militado en espacios solo de mujeres, y en espacios de mujeres y de hombres. He sido pedagógica con mis compañeros, he sido paciente, he sido comprensiva y hasta dulce. Pero también he sido agresiva, violenta y combativa. Me he sentido sola, desamparada, incomprendida y rechazada. Me he repensado. Me repienso cada día. Y me pregunto por mi cuerpo, por mi identidad, por mis gustos, por mis deseos y por mi lugar en el mundo.

El feminismo me ha jodido la vida porque ahora todo es denigrante, maltratador y violento para mí, que soy mujer: el anuncio de Somatoline Cosmetic, el pelo de Eva Longoria en el anuncio de Pantene Pro V, las películas de Disney, las canciones de reggaeton de Don Omar, pero también las de rock de The Rolling Stones. Las obras de Kant, la literatura que hace apología de la sumisión, que la talla 44 de pantalón se venda en tiendas de “talla grande”, la piel de Jane Fonda en el anuncio de la crema antiedad de L’ORÉAL, y la idea misma de que a medida que nos hacemos viejas somos más feas y gustamos menos a los hombres.

El feminismo me ha jodido la vida porque entendí que las mujeres estamos destinadas a cuidar, a limpiar, a hacer la compra y a hacer la comida. Entendí que las mujeres estamos destinadas a estudiar enfermería, educación infantil o una FP en peluquería, pero no matemáticas, ni física, ni ingeniería. Entendí que las mujeres estamos destinadas a ocupar puestos inferiores que los hombres, a cobrar salarios más bajos que nuestros compañeros por el mismo trabajo, a decidir si ser madres o no en función de las necesidades de nuestro jefe y de su empresa, a estar dispuestas a adelgazar por un puesto de trabajo, a terminar el día con los pies ensangrentados por los tacones y a tener que pelear mucho más que los hombres por un trato digno, simplemente digno. Entendí que las calles y los bares dejaron de ser nuestros espacios, si es que en algún momento lo fueron, que no podíamos caminar solas sin que se nos interpelara, que no podíamos estar tomando una caña sin “ser una chica tan guapa en un sitio como éste”. Entendí que en los debates políticos se le dedicaran 26 segundos al tema de la “violencia de género”, de los cuales solo 16 fueron destinados a proponer medidas, porque los bloques de economía y política internacional son más importantes, y entendí que son los hombres los que hablan de ella, que son los hombres quienes dicen qué necesitamos para ser mujeres libres y disfrutar de los mismo derechos que ellos, y no nosotras. Entendí, gracias al feminismo, por qué las mujeres no queremos que nuestros muslos se rocen entre ellos, por qué las mujeres tenemos miedo por las noches cuando volvemos solas a casa, por qué las mujeres somos violadas y por qué las mujeres somos asesinadas. Sí, asesinadas, porque no morimos, nos matan.

Día tras día.

El feminismo me ha jodido la vida, pero también me la ha salvado. Con el feminismo entendí que lo que duele en nuestros cuerpos, en nuestras relaciones y en nuestras vidas es la violencia machista. Lo que el feminismo hace es aliviar ese dolor.