«EL MORO TARFE» por José Enrique Granados
En el especial de las fiestas de IDEAL del año 2008, el último que se publicó, Antonio Rodríguez Gómez nos acercaba a conocer algo más sobre el moro Tarfe. Reproducimos a continuación dicho artículo.
“La figura del moro Tarfe es recurrente en la tradición literaria española desde el siglo XVI. Aparece citado por vez primera en las Guerras civiles de Granada, del murciano Ginés Pérez de Hita (1585), aunque aquí se le nombra como el moro “Atarfe”, sin la aféresis que sufre el término en sus continuaciones. Es descrito como pariente de los reyes de Granada, aunque próximo al bando rival, los Zegríes: es valeroso y caballeresco; y su hazaña más conocida es el encuentro que tiene en el Real de Santa Fe con el caballero cristiano Hernán Pérez del Pulgar, cortesano de no menores cualidades.
De este choque se hicieron eco diferentes plumas, algunas de las cuales hemos referido en estas mismas páginas en veranos anteriores; así hemos glosado la aproximación a este tema por parte del romancero popular, de Lope de Vega en el siglo XVII o de Juan Valera en el siglo XIX. También Cervantes trata indirectamente a este personaje, al hacer descendiente suyo a don Álvaro de Tarfe, ejemplo del hidalgo cristiano heredero de nobles granadinos musulmanes más o menos oportunistas que se cristianizaron y fueron admitidos entre los castellanos no sólo con respeto, sino también con admiración hacia su linaje. Azorín y Francisco Ayala dedicaron delicadas páginas a enaltecer esta figura admirable y un tanto melancólica. Es el mismo caso de los moriscos asimilados a la hidalguía, bien por concesiones reales, o bien por matrimonio: Çidi Yahya (Granada Venegas), Ben Omeya (Benjumea), Benaxara (Niño de Guevara), Ibrahim Azayte, secretario de Muhammad X (Hernán Valle); Malik Albez (Ávalos), etc.
La repercusión de la obra de Pérez de Hita fue inmensa. En cinco años la novela se reeditó en seis ocasiones, y sabemos que en los carnavales de Madrid salían disfraces de los personajes moriscos como el Abencerraje, Zulema, y, desde luego, el moro Tarfe. Quizá el primer poeta que hizo una versión de la hazaña del moro Tarfe fue el madrileño Gabriel Lobo.
Gabriel Lobo Laso de la Vega es el típico intelectual español de la corte de Felipe II; un escritor servil y adulador con las clases altas. Era un hidalgo segundón y menesteroso con ínfulas de grandeza que mendigaba los favores de los nobles y acomoda su ideología sin escrúpulos al soplo del viento favorable de los poderosos, ansioso por buscar un sitio entre los cortesanos.
Es curiosa la trayectoria de este poeta. Tenemos la mayor parte de su obra recogida en dos volúmenes, el Romancero, de 1587 y Manojuelo de Romances, de 1601. Entre medias se ha producido el desastre de la Armada Invencible y los piratas africanos asaltan impunemente el litoral español desde Gibraltar hasta el cabo de Creus. Consecuentemente se produce una sensación generalizada de miedo al morisco que constituye una amenaza real y concreta, más allá de prejuicios ideológicos históricos más o menos imaginarios.
Familia Venegas
Cuando se publica la primera de las colecciones de nuestro autor, todavía los hidalgos castellanos ven a los nobles descendientes de la aristocracia nazarí con respeto y admiración. Para nuestro autor la familia Granada Venegas es el modelo de esta simbiosis, y no les ahorra elogios. Admira su nobleza y buen gusto, tanto de quien a la postre sería último vástago de esta rama, don Pedro de Granada Venegas III, como de los poetas que frecuentan su pequeña corte en sus palacios de Madrid y Granada. Gabriel Lobo entabla diálogos y disputas literarias con estos poetas. Lo hace amistosamente, pues los poetas a los que reprueba su actitud son contertulios y amigos suyos. Uno de ellos, fray Pedro de Padilla es granadino y también aparece en el famoso escrutinio del Quijote; probablemente fuera morisco converso. Era principal animador de la academia de los Granada Venegas en la Casa de los Tiros. En 1578 Lobo viajó a Granada, y se refiere siempre a esta visita con gran admiración. Es casi seguro que aquí naciera la amistad entre los dos poetas. Podía decir “si español es don Rodrigo,/ también los es el fuerte Abdala”. Entonces Lobo recrea la famosa historia del moro Tarfe al que parangona en nobleza con su contrincante castellano, Hernán Pérez (“Tarfe, el joven más valiente/ que ciñó espada morisca”). Sobre la famosa historia, la versión del poeta madrileño ofrece dos versiones. Sitúa el encuentro en Alhama en lugar de Santa Fe, y el caballero cristiano clava su lema mariano en la Puerta de Elvira, en lugar de en la puerta de la mezquita mayor como recogen la mayoría de las otras versiones conocidas (romances anónimos o las versiones de Pérez de Hita y Lope de Vega). Gabriel Lobo añadió también al nombre del héroe castellano, Hernán Pérez del Pulgar los apellidos de Garci Laso, sin duda para añadir unas glorias no merecidas a sus antepasados y a sí mismo.
En los poemas recogidos en la segunda colección (Manojuelo, 1601), su actitud es claramente maurófoba, conforme ha cambiado la política exterior de la corte de Felipe II. El poeta acude a los ejemplo de Troya o de la traición de don Julián para recelar de los conversos, a los que ahora condena: “júntanse con los cristianos/ que su favor atendían,/ y en la descuidada tierra/ dan principio a su conquista.” También aconseja “es muy bien primero echar/ los enemigos de casa,/ que no se pelea bien/ con recatadas espaldas”. Arremete contra ellos por vagabundos y perezosos, afirma que “hoy son podencos flojos y harones”; critica a las moras, antaño princesas, hoy vendedoras de aguardiente y buñuelos “con más trapos y antepuertas/ que una sala entapizada”, aunque antes afirmara “Si una gallarda española/ quiere bailar doña Juana,/ las zambras también lo son/ pues es España Granada”. Critica la moda maurófila iniciada por Lope de Vega y Góngora basada en el enaltecimiento de lo moro que, antes compartiera nuestro poeta y viera concretado en el moro Tarfe y que ahora, después de este giro, diríamos, en términos actuales, a la “extrema derecha” del poeta, denuesta violentamente.
El uso simbólico del moro Tarfe como representante en la imaginería popular de la gallardía árabe, lo tenemos en una chirigota taurina del siglo XIX en la que salen al ruedo una charanga que interpretaba a personajes exóticos como Fierabrás de Alejandría, Bernardo del Carpio y “El Valiente Moro Tarfe”.
Martínez de la Rosa también versionó la historia desde un punto de vista eminentemente romántico. En su romance El desafío de Tarfe capta un rasgo del héroe morisco, su intrepidez y valor. Son versos violentos y ardientes de los que han quedado en la memoria colectiva su colofón: “Esto el moro Tarfe escribe/ con tanta cólera y rabia/ que donde pone la pluma/ el delgado papel rasga.” Es elocuente comparar la lectura bravía de Tarfe que hace el gran escritor romántico con la paródica que hace pocos años después Juan Valera, para entender la decadencia de los valores románticos.
Pero la figura del moro Tarfe también se asocia en la memoria colectiva con personas taimadas que mantienen ocultos sus tesoros y esconden una vieja sabiduría herética. Incluso poseen el don de convertir los metales en oro. Son personajes siniestros, brujos con poderes satánicos. Así Bécquer alude a él en el relato cómico Un tesoro asociado con otros supuestos nigromantes: “-Pues, hombre, no faltaba otra cosa… Quinto Curcio lo asegura; ambos Plinios, el joven y el viejo, lo confirman; Sardanápalo, Príamo y Confucio habían ya iniciado la misma idea, y si bien el judío don Rabí Ben- Arras y el moro Tarfe son de distinta opinión, los cronicones del arzobispo Turpín y las Memorias del preste Juan de las Indias han resuelto hasta la más insignificante duda que pudiera ocurrir sobre el asunto.” Parecidas referencias encontramos en Pedro Antonio de Alarcón y Emilio Castelar.
El testimonio más antiguo que conocemos del moro Tarfe como mago y hechicero, es el del protagonista de la comedia Lo que vale una amistad, de Francisco Viceno. En esta comedia el moro Tarfe se bate con el mago Federico, en un duelo de la magia negra y la ciencia. Se trata de una obra espectacular, típica del gusto barroco por las comedias de magia, llena de trucos y efectos especiales. En ella prevalece la tramoya y los efectos visuales sobre el contenido y el texto. Para su representación se requería la presencia de una orquesta de no menos de once músicos, dos garruchas que mueven dos cuerdas que cruzan diagonalmente el patio; por supuesto, uso frecuente de portillos y escotillas, y aparición abundante de animales como leones, osos y caballos. Quizá fuera escrita simplemente para aprovechar el decorado de una obra de Calderón, con cuya escenografía coincide sospechosamente. Aunque se opone la magia cristiana a la mahometana, no es por una intención teológica de contrastar el bien y el mal, sino un mero pretexto por doblar los efectos escénicos. Aunque es derrotado por el mago Federico, el moro Tarfe no representa el mal, sino el legendario poder que contribuye a realzar los méritos del cristiano. Por eso, el prestigio simbólico del mito granadino como poseedor de poderes sobrenaturales se mantiene intacto”.
Curiosidades elvirenses.
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