Eleuterio Sánchez: “Que un obrero vote al PP es un reflejo de la estupidez humana”
Este merchero salmantino tuvo que ganarse a pulso el apellido que había perdido tras robar unas gallinas. Antes era el Lute, enemigo público número uno del franquismo. Condenado a muerte, estudió Derecho en la cárcel, donde se convirtió en un símbolo de la libertad. Ahora escribe libros y diserta sobre la miseria humana y la cultura alienante.
El primer delito del Lute fue nacer. Una chabola cochambrosa, un frío más severo que la Guardia Civil, una barriada desnutrida donde la nada era de todos. Pizarrales, vomitorio de la ciudad, el niño no duerme porque la imaginaria ronda su estómago. Serafina, sorda y muda, madre. David, el padre, escuchó su primer berrido tras los muros de la cárcel. Los Castellanos, familia merchera que alumbraría otras dos bocas, la camada toda mamando del teto. Lo primero que aprendieron fue a tener hambre. Un apetito nómada, que ruge de pueblo en pueblo. Eleuterio Sánchez Rodríguez (Salamanca, 1942), ni gitano ni payo, la otra tercera España.
Cabrero de prestado en Las Hurdes, lo confinaron en el carambuco por robar gallinas. La sopa boba del Estado: crear un mito con el molde de un hambriento. “Duérmete, niño, que viene el Lute”. Salió del talego, dio el palo a una lamería de Bravo Murillo y una bala tasó al biorro. Eran tres bravos quinquis tres a lomos de una moto desvencijada. Cuando los atraparon, un disparo de la policía mató accidentalmente a una niña que pasaba por allí. La llaman bala perdida, como si todos los casquillos del mundo no se echaran a perder. El tiro que tumbó al vigilante no era de su propiedad, pues nada tenía, pero le encalomaron todo: joyas, caídos y leyenda. Víctima de la Ley de Bandidaje y Terrorismo, juzgado por un tribunal militar y defendido por un teniente chusquero, es condenado a muerte.
Cuando los hijos la lían parda, sus madres señalan con el dedo acusador a las malas compañías. Del Lute dijeron eso, que se había juntado con quién no debía. ¿Fue así, Eleuterio? “Ya lo he contado en tantas ocasiones… He escrito mi vida para no tener que explicarla, mas estoy condenado a hacerlo una y mil veces”, gruñe entre bambalinas. Ha llegado con retraso a la entrevista y advierte de que saldrá pitando, pues tiene que firmar libros. Luego volverá al Circo Price para ilustrar al auditorio sobre la miseria humana y la cultura alienante «que nos domina». Es uno de los invitados al congreso Mentes Brillantes, donde dejará claro que el maniqueísmo va ganando la partida de la vida. “Nos olvidamos de que tenemos un cerebro prodigioso”, eleva la voz. “¡Portentoso!”, grita con las venas empachadas. “Nos comen el coco y apenas manejamos cuatro conceptos”.
A veces, Eleuterio se cabrea. Otras, sonríe. Lo hace bajo la inmunidad que concede la senectud, cuando los arrebatos ciclotímicos ya no te hacen pasar por necio ni por loco, acaso por un sabio que aún caldea la sangre del corazón y del cerebro. “Los mass media funcionáis con etiquetas”. Nunca dice «la prensa», tampoco «los medios». Repite una y otra vez “mass media”, como si se hubiera quedado colgado en McLuhan. El franquismo necesitaba un enemigo interno y, dado que la escoria comunista ya estaba entre rejas, forjó un icono que infundiese pavor. El quiosco hizo el resto: del “enemigo público número uno” que le había colgado el régimen a la aureola adjetivada de los periódicos. “El último bandido romántico”, titulaba uno. “Un Luis Candelas del siglo XX”, subrayaba otro.
-A mí me habéis puesto una etiqueta. Que alguien viola o comete un atraco, pues “vamos a ver qué opina el Lute”. ¿Y sabes qué es eso? Es maniqueísmo, es simplicidad, es estupidez, es negar nuestro cerebro… A base de simplificar conceptos complejos, se desnaturalizan las cosas.
– [silencio]
– Así que fíjate si tengo cosas que decir…
– ¿Todo esto también se lo cuenta a sus nietos?
– Bueno, a ellos les digo muy poca cosa [arquea la sonrisa, dulcifica el rictus]. No quiero que me consideren el abuelo cebolleta o el de las batallitas.
– ¿Cuántos tiene?
– Cinco. Yo podría ser bisabuelo, pero hoy los hijos ni se te van de casa, ni se casan, ni tienen hijos. No se mueven de ahí ni aunque los mates a palos. Indudablemente, hay razones objetivas.
Cuando él era hijo, no había casas. La vida era un carromato, una sinfonía de hojalata, un que vienen los mercheros. Su primera fuga fue de la mano de Consuelo, porque los suyos se arrejuntaban así, por ayuntamiento. El primer amor es como un tatuaje: no se va ni con lejía. Luego llegó el láser, también llamado divorcio, si bien él nunca olvidó a la madre de José María y David. No los separó un papel sino la cárcel, de la que saldría para casarse con Frasquita, una gitanilla de quince años con la que tuvo un pequeño Eleuterio. Dos más, Ismael y Camino, llegarían con Carmen Cañavate, que lo denunció por malos tratos. Con Teresa, su actual pareja, no ha tenido descendencia. Hay paro hasta en la fábrica de parados.
– Engrosan una generación que vivirá peor que sus padres, y no lo digo por usted, que nada tuvo.
– Mucha gente ha dejado la universidad porque no puede pagar la matrícula. Cuando terminas el grado, si no estudias un máster no eres nadie. ¿Pero quién lo puede pagar? Sólo los estudiantes de clase media para arriba. Ese elitismo se lo debemos a Rajoy.
– Lo ve como una regresión.
– La derechona que nos gobierna configura la élite. Son ellos los que se forman y los que están llamados a gobernarnos de nuevo, porque son quienes se han preparado. Con Felipe González, había acceso a la educación. El hijo del zapatero no tenía por qué ser zapatero, pero ahora sí. O casi.
– Sin embargo, el voto no siempre se corresponde con el poder adquisitivo del elector. ¿Cómo se explica que en los barrios obreros se vote al PP?
– Einstein dijo que hay dos cosas en la vida que no tienen límite: la estupidez humana y el universo, y de lo último no estaba muy seguro.
Eleuterio no ha venido aquí a hablar de su libro, que para eso ya lo ha escrito. Camina o revienta. Mañana seré libre. Cuando resistir es vencer. Todo lo de dentro también está grabado en los surcos de su frente. Si acercase la punta de un pañuelo para poner coto al sudor, sonaría el disco rayado de su existencia. Pero no hay aguja que valga porque el otoño se ha acordado de Madrid, al que había dejado olvidado en el paragüero de una taberna de frasca y serrín, como la que frecuentaba el Lute antes del palo gordo. “El 5 de mayo de 1965 fue el día más negro de mi vida”, le dijo a la tele, fijando el alumbramiento de la leyenda negra. Un tribunal civil y la aplicación del Código Penal no le hubieran perdonado el castigo de la celda, mas la ley “que se había sacado Franco de la manguita” lo condenó a muerte, pena conmutada por cadena perpetua. “Una vez que te llevan a los militares, ya no hay abogados, ni justicia, ni nada”.
Su madre no lo había parido para que se pudriese en la cárcel, por lo que buscó una razón para sobrevivir. Ese motivo estaba fuera: Franco tenía que morirse algún día y una amnistía podría librar de los barrotes a un preso sin delitos de sangre. Había entrado el Lute, aunque de allí tenía que salir Eleuterio Sánchez. Lo primero era aprender a escribir, porque le daba vergüenza que sus colegas conociesen sus intimidades, y Consuelo esperaba sus cartas. Luego entró en contacto con el dirigente comunista Simón Sánchez Montero, que lo animó a estudiar Derecho. Entonces, aquel analfabeto entendió que había sido un chivo expiatorio, y comenzó a redactar sus memorias en cartoncillos del papel higiénico.
Él no podía salir de la cárcel, pero su vida, sí. Le quitaba la entretela a los puños de la camisa y los rellenaba con los rollos manuscritos, que su hermana se llevaba a casa para hacer la colada y, de paso, blanquear su historial. Aquellos cientos de cilindros de doble cara, porque había que aprovechar el espacio, se reciclaron en Camina o revienta, un éxito editorial publicado en 1997 y traducido a diez idiomas. El pueblo, que había convertido en héroe a quien el Estado quiso vender como villano, piensa en Eleuterio Sánchez, si bien visualiza a Imanol Arias con el brazo en cabestrillo. Una foto que, en realidad, es un posado amañado entre los guardias civiles y los reporteros de El Caso, al loro de la detención. Vicente Aranda había llevado su historia al cine y Victoria Abril, su virginidad al huerto. El actor se metió tanto en el papel que, cuando se presentó la película, su bigote competía con el del salmantino.
Tiempo atrás, no había sentido simpatía por él, aunque el libro le permitió descubrir a la persona que se escondía tras el personaje, porque el famoseo de la época abrazaba al Lute, no al autodidacta experto en Derecho Penal que había hecho prácticas en el bufete de Tierno Galván. “Ejercí muy poco la profesión, porque me enfrentaba con el sistema. La delincuencia de hoy es otra cosa, pero en el franquismo era subdesarrollada, una delincuencia de muertos de hambre”, afirma quien llegó sumar 1.022 años de condena, pues le endosaron hasta la muerte de Manolete.
– Usted los llama delitos famélicos.
– Es que no eran delincuentes, sino trabajadores del campo que se quedaban en paro cuando se terminaba la temporada. Hay que tener en cuenta que entonces no existía el subsidio de desempleo. Tú comías y vivías en tanto en cuanto había trabajo. Luego, con una mano delante y otra detrás, tenías que hacerte vividor y trincar lo que pudieras por ahí. Los Bárcenas y todos estos vinieron después.
– ¿Calificaría la pobreza como violencia de Estado?
– Esos delitos no deberían pagarse nunca con cárcel, porque se cometen para comer y subsistir. Los delincuentes son quienes crean las necesidades de protomiseria que fuerzan a un padre a robar un saco de trigo para darle de comer a sus hijos. Esos son los verdaderos chorizos. Aquí, el que roba un barco es un ladrón, pero el que roba mil barcos es un conquistador. ¡La hostia en bicicleta! ¿Hay alguien más ladrón que los de Bankia y sus tarjetas black?
Eleuterio, que colaboró en el guion de Camina o revienta, recuerda las que montaba en los juicios. Suyo también es este diálogo entre el juez y él, que toma la palabra:
– Estos hombres no tienen que estar en la cárcel. Lo que necesitan es libertad, ayuda sana y orientación. ¡Señoría, es antes la sociología que la criminología!
– ¡¿De qué está usted hablando, letrado?!
– Estoy hablando de la base fundamental, que ustedes no conocen.
– ¡Fuera, fuera!
– Adonde me voy a ir es al talego. Mi defendido y yo, juntos los dos.
“Tuve que dejarlo”, concluye Eleuterio, quien a partir de ahí siguió con sus libros, colaboró con varias publicaciones e impartió conferencias. Como la que le ha devuelto a la capital, de donde salió huyendo hace veintitantos años, porque Madrid le mataba. Ahora vive en Niebla, un pueblecito de Huelva que a veces deja atrás para refugiarse en Cabezabellosa. La localidad cacereña no dista mucho de Las Hurdes, porque uno nunca deja de ser de donde pacieron sus cabras. Allí, escribe. Debe de estar fantaseando las ingeniosas aventuras de un Quijote quincallero, su libro de cabecera, que habrá leído unas quince veces. Aboceta la historia de su gente, los mercheros, cuyas carretas terminaron echando el ancla cuando el plástico desplazó al vil metal que vendían y arreglaban de pueblo en pueblo. Eso, y las somantas de hostias de la pareja de la Guardia Civil, su enemigo natural, que rivalizaba con el frío y el hambre.
“Ahora echo de menos Madrid. Conviene reposar y tranquilizarse, pero cuando ya lo has hecho, esa combinación puede abotargarte. Ya sabes que descanso más descanso es igual a cansancio”. Sin embargo, cuando fue pasto de los focos, necesitaba poner tierra de por medio. Lo invitaban a saraos, posaba con Sofía Loren, Joaquín Sabina le cantaba “furtivo como el Lute cuando era el Lute” y Boney M. le destrozaba la cama de la prisión de Alcalá de Henares. Allí, en régimen abierto, recibió a Marcia, Bobby, Maizie y Liz, que popularizaron El Lute, cuya pronunciación, en boca del cuarteto antillano, a él le sonaba a El Luche. Le trajo sin cuidado, porque la canción de marras, donde se le comparaba con Robin Hood, le reportó cuatro millones de pesetas, que bien valían un jergón. El caso es que, durante la visita, los cantantes se habían subido a la cama, que terminó cediendo. Eleuterio, en cambio, no sucumbió a la proposición de una productora porno, que llegó a ofrecerle cincuenta millones por dar la talla en una película.
Lo consultó con la almohada, porque era mucho dinero, pero él no se había fugado para eso. Siempre ha dicho que, adquirida cierta conciencia política, su objetivo una vez en libertad era despertar a los suyos. Quería que los hijos de los mercheros tuvieran una educación, que la cuna no marcase el destino del recién nacido. Todo esto lo cuenta en sus libros, que ilustran su mutación en un hombre nuevo. Hay pasajes que ponen la piel de gallina, aunque el ave fénix resurgió de sus cenizas para contarlo. Antes de caer en el sótano de la Dirección General de Seguridad, no podía imaginarse las técnicas de tortura de la policía franquista, ni la capacidad del ser humano para soportar el calvario. Tampoco se le habría pasado por la cabeza introducirse en el ano una llave que le había pasado un preso anarquista, abrir las esposas, salir al pasillo escoltado por dos guardias civiles y arrojarse de un tren a setenta kilómetros por hora. Durante el trayecto a Madrid para testificar en una causa, había calculado la frecuencia del paso de los postes: cada dos segundos. No se partió la crisma de milagro y saboreó la libertad durante trece días.
Su fama de fuguista se consolidó cuando una Nochevieja logró huir de la cárcel del Puerto de Santa María. Fue el único preso que lo consiguió en la historia del penal, lo que le valió un homenaje de sus compañeros, que bautizaron su vía de escape como la Avenida del Lute. Más allá de esquivar las balas que le iban marcando el camino, su mérito había consistido en ganarse la confianza de los carceleros. ¿Quién iba a pensar que el estudiante de Derecho, resignado a envejecer en prisión, iba a fugarse? Podría haberse dedicado a contar las arrugas de su rostro, como quien raya la pared año tras año. No obstante, la única operación matemática de su ábaco daba como resultado la libertad. Tres bolas, otros tantos propósitos: “Estudio, gimnasio y fuga”, se repetía. “El primer año fluctuaba entre el homicidio, el suicidio y la idiotez, porque el traje me venía muy grande. Era joven, analfabeto y no entendía nada de lo que me pasaba. Por ello, empecé a estudiar como un loco, me declaré estudiante a perpetuidad y seguiré siéndolo para siempre”.
Eleuterio empezó a adjetivar su vida. Una vida perra. “Descubrí todo lo que habían hecho conmigo y saqué mis conclusiones”. Cuando se fugó de la prisión gaditana, los suyos lo acogieron durante casi tres años. La Guardia Civil tiró de mosquetón y peinó con su capa la piel de toro. En Granada conoce a Frasquita y le pide la mano a su padre, pero es localizado y huyen a Sevilla. Dos meses ocultos en un colector echaron los recién casados por el rito gitano, y de ese agujero salieron las primeras páginas de Camina o revienta, que ha sido reeditado por Almuzara. Cuando es capturado de nuevo en junio de 1973, luce perilla, mientras que los picoletos que lo escoltan sonríen a la cámara y alguno lo mira con arrobo.
Frasquita regresa a Granada, donde la entrevista un periodista del Ideal durante una reunión del clan de Los Gatos. Sobre la mesa, para cenar, hay torreznos y vino en damajuana. «Resulta violento hacerle cualquier pregunta”, escribe Antonio Ramos. “Apenas habla, y cuando lo hace, con la mirada baja y la voz apagada”.
– ¿Cómo es el Lute?, o perdona, ¿cómo es Manolo? —pregunta el reportero.
– Me ha tratado muy bien. Conmigo lo ha hecho lo mejor que ha podido —responde ella.
– ¿No te dejaba salir?
– Eso no.
– ¿Cómo te compraba la ropa?
– Él sabía mi talla y me compraba los vestidos.
– ¿Qué hacías sola en casa?
– Guisaba. También me aburría.
– ¿Quién creías tú que era él?
– Siempre nos dijo que era un comerciante.
– ¿Piensas escribirle ahora?
– No queremos saber nada [contesta su padre]. Lo pasado…
Lolo y Toto también son detenidos. Los hermanos del Lute sufren cinco años de prisión preventiva hasta que son absueltos. Le debe todo a Lolo, muerto de cáncer en 2010, pues le pagó la carrera y los libros. Peor suerte corrió Toto, que se enganchó entre rejas y, cuando salió a la calle, lo hizo a caballo. Después de la cena de Nochebuena, entró en una tienda de ropa para llevarse unas prendas y procurarse lo suyo. No le urgía, pero quería guardarse una dosis para el festivo de Navidad. Eleuterio asegura que el dueño y su hijo le pegaron un escopetazo por la espalda, lo metieron en un coche y lo arrojaron a un pozo. El ABC del 4 de abril de 1989 refleja la condena de quince años impuesta al hijo por homicidio y de dos meses de arresto mayor al padre por inhumación ilegal.
– Tras ser arrestado en Sevilla, es trasladado a Cartagena y después a Córdoba. ¿Qué cárceles hay más allá de las rejas?
– ¿Te refieres a las cárceles del alma? Son las peores, porque de las físicas consigues salir antes o después, ¿mas cómo sales cuando estás atrapado en un conflicto? Donde está la vida, está la muerte. Y el hombre está atrapado en su conflicto porque la propia naturaleza nos ha hecho una trampa tremenda. O sea, nos ha dotado de una inteligencia prodigiosa, sin embargo esa inteligencia también nos dice que somos seres finitos y que figuramos en la lista: estamos vivos hoy, pero mañana tenemos que morir. Y eso nos crea un conflicto tremendo. Si no los resuelves, se convierten en cárceles del alma.
– ¿Se arrepiente de algo?
– De muchas cosas. Me hubiese gustado que me conociesen por ser un buen cantante, un magnífico actor, un gran científico, un médico eminente… No por haber protagonizado robos ni por haberme fugado tirándome de un tren, desesperado y buscando la muerte antes que la cárcel de por vida.
– Pero usted se ganó el respeto después.
– Sí, a posteriori. No obstante, si hubiera ido a la escuela como un chico cualquiera, con unos padres y una familia convencionales, tendría una vida normal e iría a la universidad. A lo mejor hubiese sido un berzotas, aunque es de suponer que seguramente habría llegado lejos, por otros conceptos y por otros méritos. Algo debía de haber en mi cerebro, porque nada sale de la nada.
Eleuterio es un hombre nuevo, pero la amnistía de 1977 lo esquiva. Consigue, al menos, que le concedan el régimen abierto un año después. Llega a la cárcel de Alcalá de Henares en un furgón, escoltado por dos coches y con las esposas puestas. Cuando mira atrás, la puerta de la prisión está abierta y él, claro, no da crédito. Carlos García Valdés, director de Instituciones Penitenciarias, entendió que necesitaba esa “prueba de confianza” tras ser víctima de una “legislación anacrónica” que lo había condenado al olvido eterno. Eleuterio pensó que era una trampa de “la derechona” para que se fugase y, así, mancillar su imagen. El Lute se dijo a sí mismo que el Estado tendría que inventarse otro Lute. Cumplió, bajo la tutoría de su guitarrista y amigo Narciso Yepes. Ya libre, dejó que lo bronceasen los flashes, hasta que harto de matar al personaje con la palabra, que había regado durante tantos años con lecturas a la sombra, se fue a vivir a Sevilla. Allí trabajó con Jesús Quintero, buscando almas descarriadas para El perro verde, y conoció a Carmen Cañabate, quien años después lo denunciaría por pegarle y amenazarla de muerte. Él se declaró inocente y la Justicia lo absolvió.
– Usted que conoce al ser humano y ha visto cómo se ha robado a izquierda y derecha, ¿cree que pasará lo mismo con los nuevos políticos? ¿Cree que el hombre y la mujer, cuando tienen poder, se crecen, olvidándose del proyecto inicial?
– Cuando se está de estreno, por una revolución política o por los derechos feministas, inevitablemente se cae en excesos. Con la ley de violencia de género, que bendita y bienvenida sea, se están dando muchos abusos, porque a la mujer se le cree bajo palabra y ésta no se discute. Ahora bien, más vale absolver a un culpable que condenar a cinco inocentes. La ley hace aguas por muchos sitios, pero había que hacerla, porque la mujer tradicionalmente estaba abocada a ser un objeto, o sea, nada.
– En realidad, le preguntaba si cree que la nueva política también puede corromperse.
– No podemos establecer reglas generales, porque existen personas con ética y pudor. Hay una frase muy bestia: “En este mundo, el que no jode y no roba es porque no puede”. Se suele dar bastante y es muy triste. No obstante, hay gente honrada y decente, sí, en la política y fuera de ella. No creo que todos sean unos chorizos. La política, para mí, tiene un carácter muy especial. Yo no sería político jamás, y eso que me han propuesto ir en listas electorales al Congreso. Para ser político hay que ser un poco actor y tener muchos deseos de protagonismo. Que no me llamen para nada de todo eso.
Eleuterio lleva años luchando por la nulidad del proceso que lo elevó a una fama indeseada. Reclama su particular ley de memoria histórica, pues el indulto de 1981 lo sumió en una extraña y paradójica tristeza, como quien sufre una depresión posparto o acusa una resaca pegajosa tras superar unas oposiciones. Él quería ser amnistiado, como los presos políticos, porque se contaba entre los perdedores de la guerra: muertos de hambre que tuvieron que hacerse buscones para malvivir. “No tenía conciencia de haber hecho tanto daño y tanto mal como se me atribuía. Me habían utilizado hasta el último momento como chivo expiatorio y no se había hecho la reparación que yo necesitaba”, declaró en una entrevista. No tenían que perdonarle, sino que pedirle perdón.
– Dice que la cárcel es una escuela de criminología. ¿Es posible rehabilitarse entre rejas?
– Es bastante raro e insólito. Una pena, porque te condenan a estar un tiempo dentro y, si pudieras aprovecharlo, sería una gran oportunidad para estudiar o formarte. En la calle no puedes hacerlo porque la mayor parte del tiempo se te va en pos de la magra pitanza, de pagar las letras, del hijo que tiene paperas… Cuando tienes una hora libre, no puedes estudiar ni leer, pero en prisión, sí. Las condenas son tiempo de espera y de desesperación. Si pudieras hacer abstracción de tu condición de preso, sería magnífico, aunque no es posible. La cárcel te mina psíquicamente, está dentro de tu cerebro. Ése fue mi milagro.
-¿Cuándo se obró?
-Llegó un momento en el que me harté de llorar, de no dormir, de sufrir como una bestia… Y dije: “Alto, que tengo veinte años y Franco se tiene que morir antes que yo. Vamos a prepararnos para cuando se muera el dictador, y los mismos verdugos que se han cebado conmigo me van a tener que escuchar”.
La prisión no lo rehabilitó, fue él quien se reinsertó. “Soy un caso de sociología. Un señor que, como diría Miguel Hernández, ha arrastrado los pies por la humedad del mundo, que son las cárceles”, afirma Eleuterio, cuyo bastón es la cita. “En mi hambre mando yo”, decía su padre. “Yo a los palacios subí”, escribió José Zorrilla en Don Juan Tenorio, “y a las chabolas bajé”, añade el merchero más popular de su estirpe, cuya figura sigue siendo glosada por la juventud patria. Lo reivindica El Coleta con su rap quinqui de Moratalaz; le rinden honores José Mercé y Haze; todavía en el recuerdo la rumba ensamblada en la Seat por Estopa. “Cuando el hambre y la miseria te margina / cuando la ley te persigue en cada esquina / cuando en tu mirada la tristeza domina / y no te queda más remedio que luchar”, rima el hiphopero sevillano en Libre o muerto. La disyuntiva ya la había resuelto él en aquella máxima que circula por presidios y juzgados: “La obligación de todo preso es fugarse”.
La vida, cantada o no, es un bumerán. La primera vez que delinquió era un mocoso famélico que no pudo evitar mangarle el bocadillo a un niño, saltar varias tapias y devorarlo al abrigo de un muro. Hace cuatro años, Todocarne, un puesto del mercado del Alto de Extremadura, ofreció durante su reinauguración un emparedado bautizado como El Lute: “Estos huevos fritos con chorizo español en un bocata te darán energía hasta el final de tu escapada”, rezaba el eslogan que animaba a la clientela a hincarle el diente. No le hubiese hecho ninguna gracia: “El Lute sois vosotros, yo soy Eleuterio Sánchez”, ha repetido hasta la extenuación este rebelde con causa, pesadilla del régimen, sinónimo de lucha e icono de la superación. “La libertad lo es todo”, insiste. El hombre que no es libre no es hombre, sino eunuco. Un ser castrado, repite como un mantra. Se levanta porque tiene que irse. Debe firmar libros. Que tampoco le quiten eso. Antes muerto que preso; sometido por los barrotes o soberano de sí mismo, siempre al dictado de su conciencia. “Sin escribir no podría vivir”.