• Triunfa el líder político autoritario que anima a votar con las entrañas. Duterte, Le Pen, Grillo, Farage o Viktor Orban hacen a Trump «moderado»

La aparición y ascenso al poder de líderes políticos populistas y de marcado discurso antisistema ha sido constante en la historia, si bien en las últimas décadas, por el avance del Estado de Bienestar y la mejora generalizada en las condiciones de vida en países desarrollados y emergentes, este tipo de situaciones se han ido produciendo a cuentagotas.

 A excepción de la llamada Revolución Bolivariana, con notables efectos en América Latina desde la pasada década, líderes como los ultraderechistas europeos Jörg Haider y Pym Fortyn; los Tea Party norteamericanos; o el izquierdista radical Alexis Tsipras, hoy reconvertido a disciplinado alumno de la austeridad europea, han ido pasando por la escena política con cierto exotismo y poco éxito.

Hasta 2016. Este sorpresivo año ha arrojado un Brexit y una victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses; está a punto de deparar una derrota del primer ministro italiano, Matteo Renzi, en su intento de reformar la Constitución por la oposición de la ultraderecha y la ultraizquierda; y ha catapultado a Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, a liderar las encuestas en el país de la Libertad, Igualdad y Fraternidad, Francia.

Y hay más: 2016 ha dejado a la ultraderecha al borde de la presidencia en Austria, donde están por repetirse los comicios; ha colocado a AND, la derecha radical alemana, como tercera fuerza política; ha motivado la reelección por mayoría absoluta del abiertamente racista húngaro Viktor Orbán; y ha colocado en la presidencia de Filipinas a un ex boxeador, Rodrigo Duterte, que llama «hijo de puta» a Barack Obama y ha sido denunciado por matanzas indiscriminadas contra los protagonistas del negocio de la droga en aquel país.

Contra la corrección política

Con la cara más o menos lavada y un discurso más o menos pulcro, todos estos líderes se ven beneficiados por la ola de interés que han despertado sorpresas como el propio Brexit, en el que el deslenguado y patriota Nigel Farage, de UKIP, tuvo mucho que ver.

Del radicalismo de los dirigentes de Amanecer Dorado en Grecia a las aparentes buenas maneras de Geert Wilders en Holanda (lidera las encuestas como Le Pen), la nueva hornada de dirigentes políticos triunfantes comparten buena parte de sus estrategias en el asalto al poder. Denuncian la corrupción y el clientelismo del sistema, se ríen de la corrección política (ni siquiera disimulan a la hora de insultar, burlarse de personas con discapacidad o atacar a la prensa). Avivan el miedo de la clase media, apelan a su emoción y prometen lo que quizá no vayan a cumplir.

Pueden llegar de la derecha o la izquierda, hasta ahora antagónicas pero entremezcladas en los postulados programáticos de todos ellos. ¿Alguien podría pensar que Trump, tildado de ultraderechista, iba a defender en campaña un proteccionismo que recuerda más al viejo comunismo que al liberalismo moderno? ¿O acaso cuadra que el ultraizquierdista M5S de Beppe Grillo iba a incurrir en la defensa del Brexit o el endurecimiento de la política inmigratoria en Italia? «No hay ideas de izquierdas o derechas, sino inteligentes o estúpidas», ha manifestado el cómico italiano en repetidas ocasiones.

Consecuencia de la crisis

Populismo el de todos ellos que ha calado en una importante capa de la sociedad, desafecta de sus instituciones y políticos después de la crisis más dura que se recuerda desde la Gran Depresión. La nueva hornada de ciudadanos empobrecidos, el aumento de la inseguridad, la libertad comercial y de movimiento y la inmigración han generado un caldo de cultivo perfecto para el auge radical. Ni la respuesta de austeridad en Europa ni la socialdemócrata en EEUU parecen haber funcionado como antídotos.

El 2016 puede acabar con un golpe más al establishment si Renzi, como parece, fracasa y convoca elecciones. Para el próximo año esperan su oportunidad Marine Le Pen y el ultra austriaco Norbert Hofer, ambos con grandes posibilidades de hacerse con el poder en un movimiento que muchos sitúan en el principio del fin de la UE. Líderes que, además, están distrayendo la atención de otros aún más peligrosos y de deriva autoritaria, como el turco Erdogan o el nicaragüense Daniel Ortega, cada día más cerca de imponer dictaduras que de representar democracias.

 

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