PATRONES Y MATRONAS Por Juan Alfredo Bellón

                 Hay que ver la suerte que ha tenido Rodrigo Rato y, subsidiariamente, Bárcenas, Álvaro La Puerta y otros fontaneros del PP, para no mencionar a Zaplana, Acebes, Cospedal y Esperanza Aguirre, qua ya tuvo tela de potra con lo del helicóptero cuando iba acompañada de Rajoy; y Arenas, y Monago y Sánchez Camacho; y Rita Barberá y Núñez Feijoo y hasta el mismísimo Aznar, que también tuvo el santo de cara cuando el atentado etarra. Porque es lo que yo digo, Dios protege la inocencia, la fe, la esperanza y la caridad y libra de todo mal a quienes lo invocan y esperan que la Justicia acabe exonerando a quienes proclaman su confianza en ella. Al fin y al cabo, la clase es la clase y los perroflautas zarrapastrosos no merecen su misericordia.

                ¿Para qué están las Matronas y los Patrones si no es para echarles el manto protector a sus matronizados y patrocinados, tapándoles las vergüenzas propias y las de sus ancestros, como las del padre de Rato y patriarca de la estirpe que, cómo estaría de claro lo suyo, que hasta el Franquismo lo condenó por sobredosis evasiva en los sesenta del pasado siglo? ¿Cuán seguro no estaría Aznar en 1996 de la reinserción de familia tan señalada, que aupó a Rodriguito a su primer gobierno y lo convirtió en su Príncipe de Bel Air a título casi sucesorio de no ser porque se le atravesó el galleguiño Rajoy y destacó tanto por la donosura con que defendió la chapuza del Prestige con lo de los hilillos de plastilina, atravesando tan galanamente las niñas de los sus ojos (salva sea la redundancia) y dejándolo todo tan enrevesado que, al final, cuando el pueblo mandó a Aznar a freír monas a la FAES, Rato se hizo el listillo, desdeñó la nominación envenenada de su mentor y se fue a Nueva York para afanar y servir al Capitalismo internacional, entonces liderado por el pequeño Bush.

                Pues desde entonces, no ha hecho más que encomendarse a sus patrones y matronas y acabar calentándoles tanto los cascos con lo de Bankia y las tarjetas opacas y las declaraciones suplementarias trucadas y fraudulentas concedidas por el tito Montoro y los constantes viajes sospechosos a Suiza y otros paraísos fiscales y el mismo Cristo que lo fundó, que ha batido el record mundial de acabar con la paciencia de Rajoy y este ha hecho como que se le terminaba de verdad y el jueves pasado lo ha dejado caer para representar ante la opinión pública la farsa de que aquí todos somos iguales ante la ley y no se le pasa una ni al mismísimo Cristo. Como si aquí anduviéramos lelos y no supiéramos de qué pie cojeamos cada cual ni que ellos no saben que, cuando alguien se precipita en el vacío a la velocidad de vértigo con la que ellos los están haciendo ahora, agarrarse a una espada de doble filo que pende vertical ante nosotros no es más que cortarse gravemente nuestras manos prensoras y continuar cayendo, ambimancos, con más velocidad.

                Así que de esto se deduce que ni la Virgen del Remolino ni el Señor de las Muchas Letras (de a treinta, sesenta, noventa y ciento veinte) ni santa Rita que regresara para encargarse de su defensa jurídica ante los tribunales más descafeinados, podrían hacer nada para mantener esa sonrisa ilusa y bobalicona desde la que declara estar confiado en la Justicia… a la corta, porque luego cosas veredes y veremos y para algo están las amnistías cuando volvamos a ganar con otra mayoría holgada de estas que ya habrá ocasión de obtener aunque ahora parezca tan lejana como improbable y las aguas del Ebro hayan vuelto a su cauce y la gente vuelva a ser tan desmemoriada como siempre.

                Y como en el Cielo deben ser de derechas, se estarán partiendo el culo de risa al contemplar nuestros afanes y el dolor con que procuramos construir una alternativa nueva y suficiente para darle la vuelta a la tortilla y así hacer que la Historia avance en bucles nunca idénticos pero progresivos en pos de la igualdad y cuando nos miremos a la cara, saber que ya hemos superado a los de Atapuerca.

                Amadrinados por la Virgen de la Victoria, carajo, aunque no sirva de precedente.

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