22 noviembre 2024

«Bueno… no pretendemos que sea una persona, pero sí que sea capaz de entender tus emociones, que sea educado, que de las gracias y que se despida o salude».

Para Behshad Behzadi, el ingeniero responsable del desarrollo de búsquedas por voz del asistente de Google, esta aplicación ha acortado en siglos la relación que se preveía para el futuro entre hombre y máquina en ficciones como Star Treck o Her, la película en la que el personaje interpretado por Joaquin Phoenix se enamora de un robot que le entiende mejor que cualquier persona de su entorno.

No es el presente pero Google se prepara para que lo sea al acelerar en los próximos cinco años su dominio sobre la revolución digital, un fenómeno que en dos décadas ha cambiado el mundo con el uso masivo de internet en ordenadores y teléfonos móviles.

Más de 3.000 millones de personas en el mundo tienen acceso a la red a través de estos dispositivos con un uso que en los países desarrollados es diario, ocupando cada vez más horas en cada jornada y que, en el caso de la empresa nacida en 1998, cuenta con más de 1.000 millones de usuarios para varios de sus servicios, todos gratuitos: el buscador Search, el sistema operativo para móviles Android, el servicio de localización Maps o el correo electrónico GMail.

El acelerador consiste en dotar progresivamente a sus servicios de sistemas de inteligencia artificial para que las máquinas conozcan cada vez mejor a las personas y que las personas tengan a su disposición estos servicios cuando lo deseen, donde lo deseen y para lo que deseen: su profesión, su casa, su educación, su salud, su dinero, su ocio, sus relaciones personales…. Dialogar con el asistente virtual y ordenarle la ejecución de acciones como que nos recuerde que necesitamos comprar una medicina y la pague, abrir una puerta a distancia o firmar un formulario es algo que ya está en proceso de desarrollo. «Hará sentir a la gente que tiene superpoderes», resume David Singleton, responsable de aplicar esta inteligencia a una nueva generación de aparatos que «nos libere del móvil», pero, al mismo tiempo, nos haga inseparables del sistema: los smartwatches o relojes inteligentes.

Las máquinas que aprenden no son novedad. IBM con Deep Blue en los años 90 superó a los campeones de ajedrez. La diferencia es la implantación masiva de estos sistemas inteligentes en los smartphones, aparatos de los que no nos separamos. Siri, de Apple o Viv, de Samsung, preceden a Google y su programa Deep Mind en este proceso. Que el buscador y su sistema Android se lancen a esta carrera significa arrastrar tras de sí a millones de desarrolladores de aplicaciones móviles en todo el mundo (sólo Europa emplea en este sector a 1,6 millones de personas y España a 66.000, según datos de Progressive Policy) para implantar definitivamente una nueva etapa en el uso de internet para consumidores.

Con sistemas que registran las acciones de miles de millones de usuarios para convertirlos en patrones de conducta categorizados y aprender de ellos para sugerir un siguiente paso lógico, el registro reputacional de Google en términos de privacidad sobre la vida de sus usuarios y el dominio de los mercados puede dar a entender a sus detractores que la compañía llega a un terreno inalcanzable para los reguladores.

El mayor éxito de éstos fue la sentencia del Tribunal de Justicia de la UE en torno al derecho al olvido en 2014 para obligar a los buscadores a suprimir los enlaces a informaciones publicadas en el pasado si se comprueba que son lesivas para alguna persona y carecen de relevancia. Pero, en términos de competencia, la Comisión Europea lleva seis años en un proceso para determinar si Google abusa de su dominio en el mercado de buscadores y de sistemas operativos.

Mayoría de edad

Para la mayoría de las personas, los 18 años suponen la entrada en la edad adulta. En sus 18 años de vida, Google se ha convertido, junto a Apple, en la empresa más valiosa del mundo en términos de capitalización bursátil. Y lo ha hecho por ser un servicio indispensable para sus usuarios, especialmente en el caso del buscador -que con excepciones como China o Rusia domina el resto de mercados y, en Europa, cuenta con una cuota de mercado superior al 90%- y Android, el sistema operativo que gestiona más de un 80% de los teléfonos móviles en todo el mundo. Hasta la fecha, Google ha encontrado para sus usuarios 130 billones de direcciones web.

La traducción de este dominio del nuevo mundo digital al valor de la compañía en Bolsa llega a través de la explotación comercial de los datos de los usuarios, fundamentalmente, en el negocio de la publicidad. Las mismas palabras que los usuarios registran en sus búsquedas acaban encontrándoles poco después en forma de anuncios de hoteles, moda, créditos… cuando consultan su correo electrónico o leen una información en la web. Google obtuvo por este concepto ingresos de 75.000 millones de dólares el año pasado. En el valor de la compañía también se incluye su potencial para digitalizar cualquier actividad y mover a sectores empresariales enteros a afrontar lo que se denomina disrupción, una transición acelerada y masiva de su negocio hacia internet. Es lo que ha sucedido con los editores de prensa y su negocio publicitario y lo que representan otras compañías como Uber en el transporte urbano o Airbnb en el turismo.

Con la información que registra a cada instante con billones de búsquedas al año en todo el mundo, Google sabía que lo que sucedió el pasado mes de mayo era la señal para dar un giro a su negocio. Ese mes, las búsquedas realizadas por móvil superaron a las realizadas desde ordenadores, marcando un hito en un servicio que comenzó incluyendo únicamente enlaces para después añadir sistemas de contratación de publicidad como Adwords y contenidos como imágenes (2001); noticias o productos (2002); frases autocompletadas y mapas (2005); Street View (2007); aplicación para el móvil (2008); búsqueda por voz (2009); la agenda Google Now (2012) y, ya este año, el asistente personal en el que integra tanto servicios de búsqueda como mensajería instantánea.

Una de cada cinco búsquedas ya son por voz

La evolución se justifica, según Behzadi, porque en los aparatos móviles es mucho más fácil dictar que escribir, lo que explica que en los dos últimos años las búsquedas introducidas a través del micrófono se hayan triplicado hasta suponer una de cada cinco del total.

A esta opción se añade que el asistente ya ha sido mejorado al entender órdenes en 55 idiomas entre los que están los más hablados del mundo, que el margen de error a la hora de comprender las peticiones orales ha caído del 25% al 8% y que ofrece las respuestas en un cuarto de segundo, como media.

«El avance más importante es que en la versión que ya funciona en Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Japón, el asistente admite lenguaje coloquial y contextualiza órdenes consecutivas, de manera que el servicio tiene en cuenta lo que has dicho antes, dónde estás o lo que estás viendo en la pantalla y ofrece respuestas que tienden a parecer más una conversación entre tú y Google para resolver cosas en tu mundo», explica. El ingeniero declina precisar qué lugar ocupará la publicidad en este diálogo. «No es nuestro trabajo. Eso viene después», señala.

En realidad, Google se ofrece como asistente intérprete entre las personas y las cosas. Su inteligencia consistirá, según el británico Demis Hassabis en transformar «datos desestructurados en conocimiento». Hassabis es neurocientífico, maestro de ajedrez desde los 13 años, experto en juegos virtuales y cofundador de DeepMind el sistema de aprendizaje automático adquirido por Google en 2010 por 600 millones de euros. ¿En qué campos aplicará Google su aprendizaje? «Hay numerosos sistemas complejos que serán entendidos por la inteligencia artificial: la memoria, la salud, la energía, la industria, la robótica, la economía…», explica Hassabis.

Teniendo en cuenta que la conectividad masiva a internet está a punto de superar su limitación a ordenadores, tabletas y teléfonos para pasar a relojes, coches y casas, dar con la clave que vincule a las personas con todas esas cosas (los dispositivos conectados a la red pasarán de los 16.000 millones actuales hasta 40.000 millones en 2020, según distintas estimaciones) es el gran objetivo. Como lo resume el ingeniero de ingenieros en Google, Sundar Pichai, «nuestra misión da forma a nuestros productos».

Para Pichai, director ejecutivo de Google, ésta es la vía para hacer presente tanto al asistente como a su sistema operativo Android en cada momento de la vida de las personas. Si es en un ordenador, un teléfono o un termostato es lo de menos.

«La evolución de los soportes conectados va al ritmo de la de la computación y por eso las máquinas inteligentes serán una plataforma presente en el transporte, la salud, la economía… En cada campo industrial que veo, creo que los datos dan campo para crecer», explicó Pichai el pasado martes durante una presentación en la que anunció la contratación de 3.000 ingenieros más para potenciar la sede de la empresa en Londres, donde ya emplea a 1.800.

Pero el mundo del consumo es menos abstracto que la mentalidad de los ingenieros y la fama de Google como infalible a la hora de imponer sus productos no es merecida si se tienen en cuenta sonoros fracasos como el de sus gafas inteligentes, lanzadas en 2014. El accesorio con el que se retrataron tantos famosos de todo el mundo con gesto de asombro fue retirado en 2015 hoy ya no se nombra en la empresa. Ahora es el tiempo de preparar la distribución masiva de relojes inteligentes.

«Los fabricantes de relojes y de electrónica ya tienen en marcha desde 2014 el lanzamiento de prototipos y 2017 será un año decisivo para la llegada masiva de estos dispositivos a los consumidores. Hemos puesto el sistema operativo Android en manos de estos fabricantes de manera que puedan hacer sus propias aportaciones», adelanta Singleton.

A diferencia de las gafas inteligentes, que costaban 1.000 euros y resultaban muy llamativas, el responsable de los dispositivos wearables de Google asegura que esta vez la adopción será masiva.»En 2007 los smartphones eran muy caros. Al lanzar Android en código abierto conseguimos que bajaran de precio y ayudamos a crear un mercado de 1.300 marcas. Con los relojes, que sustituirán la utilidad de todo lo que llevamos a día de hoy en el bolsillo, sucederá lo mismo».