Ha pasado el tiempo y, quienes soñamos con horizontes de mil colores, nos hemos despertado en un mundo rosa para las niñas y azul para los niños. Un paisaje de fantasías principescas, cuentos de hadas, juegos, películas y toda clase de artículos de consumo con versión masculina y femenina.
La igualdad resulta más formal que real: estamos lejos de haber conseguido la justicia política, social y económica a que aspiramos. Los valores sexistas salieron por la ventana, solo para volver a entrar por la puerta. Y en ese recorrido, la ideología patriarcal se ha ido metamorfoseando: ya no se limita a oprimir a las personas desde afuera, agobiándolas con ideales, normas y prohibiciones.
Ahora se ha hecho carne incrustada en la identidad individual y colectiva, se ha transmutado en inferioridad moral y emocional, en una pérdida no solo de valor social sino, incluso, del sentido del valor propio…Resulta tópico afirmar que a las mujeres, en general, nos falta autoestima. Los manuales de auto-ayuda repiten el mantra hasta la saciedad: “Quiérete a ti misma”, ¿no fue eso lo que dijo Sócrates?
Tal vez ese amor debería inocularse en nuestros genes, verdaderos responsables, según la nueva pseudo-neuro-ciencia, de unas diferencias cerebrales que explicarían el “fracaso” del feminismo. Ellos, y no las sutiles discriminaciones vividas desde el útero materno, dan cuenta de unas necesidades específicas que aconsejarían la vuelta a la educación segregada. En el bazar del todo vale, elija usted los argumentos que mejor le convengan…
Sin embargo, no parece genético que las niñas de 11 años estén mayoritariamente insatisfechas con sus cuerpos: precisamente cuando empiezan a desplegar sus atributos femeninos, dejan de sentirlos como una irradiación de su propia subjetividad, y empiezan a vivirlos como un objeto para otro….
La extraordinaria presión social y psicológica por lucir una figura “perfecta” es probablemente una de las causas principales de la estrepitosa incidencia de los trastornos de alimentación en la adolescencia. Millones de mujeres de todas las edades, en todo el mundo, recurren a procedimientos estéticos cada vez más sofisticados y violentos para cambiar sus rostros, sus siluetas, sus senos o la apariencia de sus genitales. Jóvenes, nacidas y educadas en democracia, reproducen voluntariamente modelos relacionales de sumisión-dominación, toleran comportamientos abusivos, poco respetuosos con sus derechos y libertades. La persistencia de una fuerte relación entre atracción y violencia, se combina con el alto grado de mercantilización y deshumanización de la sexualidad que interfiere en la capacidad de las personas para forjar vínculos sanos y auténticos…
Acaso fue un error pensar que con parecernos a los hombres sería suficiente. Imaginar que co-educar equivaldría a educar para la igualdad de género. O quizás los discursos escolares sean incapaces de competir con el poder de seducción que despliega el mercado. Posiblemente necesitemos conocernos mejor, comprender de qué modo, sin darnos cuenta, vivimos y transmitimos la ideología dominante. Y plantear una evolución conjunta de los roles, en el marco de una cultura del buen trato.