Internet y el amor (o el sexo)
No se me ocurre un mejor marcador de cómo la tecnología digital ha penetrado en nuestra vida diaria que el online dating1. Cada vez es más habitual que usemos Internet como una herramienta más en el repertorio que nos permite buscar a alguien con quien compartir una intimidad física y/o emocional.
Podemos pensar que el papel de la tecnología en esta faceta es superflua, especialmente si vemos las redes sociales como una mera capa de intermediación que nos pone en contacto con los demás. De ser así, sería incluso natural concluir que existe una continuidad entre el online dating y otros modos más tradicionales de, por falta de mejor palabra, cortejo, con lo que no habría razón para estudiar el online dating como un objeto diferente y separado del offline dating.
No es difícil plantear un reto a esta concepción de que Internet en general y las aplicaciones de online dating en particular son un medio neutro. Al fin y al cabo, su uso nos obliga a exponernos de un modo particularmente personal en una plataforma sobre la que tenemos un control muy limitado. Sin embargo, el cambio en nuestra interacción con Internet me resulta menos interesante que el modo en el que Internet afecta a nuestra interacción con los otros. Como en muchos otros dominios, lo online no es una simple transposición aséptica de lo offline a otra esfera, sino que impone usos y estrategias que le son específicos.
En particular, yo destacaría dos elementos que le confieren especificidad al online dating. En primer lugar, las aplicaciones de online dating dan acceso a los usuarios a un panel de personas que están activamente enzarzadas en la misma búsqueda que ellos, lo cual contrasta con la incertidumbre a la que nos enfrentamos fuera de línea. En segundo lugar, la conversación online tiene lugar con el objetivo de persuadir al otro de transitar a un espacio fuera Internet y eso es un claro condicionante que afecta cómo los usuarios se presentan ante los demás.
Estos dos atributos generan a su vez dos dimensiones de comportamiento que son de interés para el científico social. Por una parte, la interacción se produce en un contexto en el que establecer contacto con potenciales parejas es muy poco costoso, con lo que los usuarios tienen una enorme capacidad para seleccionar con quién iniciar la comunicación en función de sus preferencias. Por otra, el contacto tiene lugar en un entorno en el que es fácil manipular la información que mostramos a los demás, con lo que las normas sociales e instituciones que fomentan la transparencia y la credibilidad se vuelven más valiosas.
De lo que quiero hablar hoy es de la primera de esas dimensiones, de cómo el tamaño de la oferta afecta a cómo seleccionamos con quién iniciar el contacto dentro de las aplicaciones. Pero antes de eso, no quiero que se pierdan de vista algunas cifras que reflejan cómo el paisaje del online dating ha ido cambiando en los últimos años. Quizás el hecho más impactante es que ya en 2010 Internet era la tercera forma más frecuente en la que se conocían las parejas en Estados Unidos, antes de la extraordinaria popularización de aplicaciones centradas en el teléfono móvil como Grindr, Tinder or Bumble. Además, el crecimiento en la base de usuarios de aplicaciones de online dating se ha producido en todos los grupos de edad. Así, si en lo que podríamos llamar el mercado natural (los usuarios de entre 18 a 24 años) el número de usuarios se ha casi triplicado entre 2013 y 2016, en un grupo que quizás veríamos como más reacio a cambiar sus modos de establecer relaciones personales (el de más de 55 a 64 años), hemos visto un crecimiento del 6% al 12%. Por tanto, no nos puede producir sorpresa que casi un 30% de los estadounidenses digan que en su círculo personal hay alguien ha conocido a su pareja en línea. Sin embargo, a pesar de esa evolución, la percepción negativa sobre su uso y sus usuarios todavía se resiste a desaparecer con lo que es todavía frecuente que las parejas que se forman online mientan sobre cómo se han conocido.
No hay misterio a la hora de explicar la expansión en su uso, sobre todo si pensamos en el efecto que estas aplicaciones traen a la eficiencia en la búsqueda de pareja, algo que está intimamente relacionado con la cuestión sobre el coste de participación y la escala de interacción a la que aludía antes. Las aplicaciones no solo nos permiten solapar una actividad que requería exclusividad en la atención con otras tareas de la vida diaria, además amplían considerablemente el tamaño de la oferta con la que cada uno de nosotros puede interactuar, lo cual nos facilita alejarnos de nuestros círculos de socialización tradicional2. El contraste con las redes en las que nuestros padres encontraron pareja no podría ser mayor ya que ahora tenemos una posibilidad clara de acceder a un entorno mucho más extenso que, potencialmente, atraviesa lineas de clase, edad u origen.
Así las cosas, no nos debería extrañar que la investigación sociológica haya dedicado especial atención al modo en el esta riqueza de opciones se traduce en nuestro comportamiento al escoger con quién interaccionar. El mensaje general, sin embargo, no es positivo. Por ejemplo, en una investigación reciente Potarca y Mills estudian el modo en el que el origen étnico afecta a los patrones de contacto entre usuarios de una aplicación de online dating en varios países de Europa. Las autoras confirman un resultado muy común en la literatura y es que la pertenencia al mismo grupo educativo o étnico es uno de los mejores predictores de la decisión de iniciar una comunicación con otro usuario. Es decir, los usuarios muestran una clara predilección por establecer contactos dentro de lo que podríamos llamar su grupo de referencia. Al contrario de lo que quizás veríamos como deseable, una mayor oferta se traduce en una intensificación del contacto con el mismo tipo de personas con quienes ligábamos antes.
No solo eso, y quizás es este sea el aspecto menos alentador de sus resultados, Potarca y Mills también documentan un claro patrón de exclusión en los patrones de comunicación fuera-de-grupo. En concreto, encuentran que los usuarios establecen una jerarquía entre diferentes orígenes étnicos, más acentuada cuando los grupos minoritarios son especialmente pequeños en una determinada región. En esta clasificación, los usuarios de origen europeo aparecen como los más deseables, seguidos de los de origen hispano, con los de origen africano, árabe o asiático al final de la distribución.
Dentro del marco que pintan estos resultados, es menos sorprendente la aparición de redes sociales nicho como las que Dan Slater estudia en “Love in the Time of Algorithms” y que incluyen redes para agricultores, para gente con tatuajes, para cristianos, para votantes republicanos, … Es decir, alrededor de aplicaciones más generalistas como Tinder, eHarmony o Match.com han surgido otras que nos permiten afinar la búsqueda dentro de dimensiones concretas de nuestra identidad.
Sin embargo, hay también resultados que nos llevan a moderar ese pesimismo sobre la siloización de nuestras preferencias. En un artículo de 2013, Kevin Lewis encuentra también el mismo patrón de interacción estructurado por el origen étnico, pero confirma que esta segregación se desvanece cuando miramos no a los iniciadores de contactos sino a quienes contestan. Es decir, independiente de su origen étnico, los usuarios son más proclives a contestar a contactos de fuera de su grupo étnico que a iniciarlos. No solo eso, una vez los usuarios reciben un mensaje de fuera de su grupo étnico, es más probable que ellos mismos los inicien en el futuro. Dicho de otro modo, la segregación decae a partir del primer contacto.
La idea que quiero enfatizar en este breve artículo es que el online dating refleja temas comunes que aparecen con frecuencia cuando miramos cómo los medios digitales se engarzan en nuestra relación con el mundo en casi cualquier parcela social. Al rebajar el coste de entrar en contacto con parejas potenciales, las aplicaciones de online dating generan un cambio en la capacidad de acceso de los individuos. Pero eso no implica necesariamente un cambio en los parámetros profundos del comportamiento individual. De hecho, el mensaje general de la literatura parece ser precisamente uno de estabilidad: Internet cambia las restricciones a las que nos enfrentamos, incluso en un aspecto tan personal como la búsqueda de pareja, pero es difícil sostener que modifica las razones que guían cómo actuamos.
- He optado por no traducir online dating ya que las aplicaciones se refieren a un modelo institucional, el dating, que no tiene correspondencia clara en castellano.↩
- Algo especialmente importante para grupos que se enfrentan a mercados estrechos, como gays, lesbianas o heterosexuales de mediana edad.↩