María Pacheco, la ‘leona Comunera’ nacida y criada en la Alhambra, olvidada en Oporto

486 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE UNA MUJER AVANZADA A SU TIEMPO

El escritor y periodista Gabriel Pozo Felguera recupera del olvido a María Pacheco una mujer excepcional, adelantada a su tiempo, feminista en aquella España del siglo XVI, borrada injustamente de la historia, que merece ser recordada en su Granada natal. Un reportaje que no te puedes perder.
FOTO:
Retrato en azulejo portugués que representa a María Pacheco con la capucha negra que se colocó en la cabeza tras conocer la decapitación de Juan Padilla en Villalar.
  • Tras le ejecución de su esposo Juan Padilla, capitán comunero vencido en Villalar, esta granadina resistió atrincherada en Toledo durante otros nueve meses
  • Carlos V la condenó a muerte y jamás accedió a darle su perdón ni permitió que su cadáver fuese llevado a Villalar o Toledo para enterrarlo con su marido
  • Alguien dejó pagadas misas en la seo de Oporto para que les rezaran en cada aniversario de la muerte de su marido y de ella
  • Su padre la educó en igualdad de condiciones que a sus hijos varones, con el renacentista Pedro Mártir de Anglería como preceptor

Granada conmemora, y celebra, por estos días de mayo la fiesta de la heroína Mariana Pineda. Con toda razón y merecimiento. Pero esta ciudad jamás se ha acordado de otra ilustre hija suya que tuvo tanto, o más, méritos: María Pacheco (1496-1531). Hoy precisamente se cumplen 486 de la muerte en el exilio portugués de la mujer que capitaneó la revuelta comunera, el mayor pulso al emperador Carlos V en tierras españolas. Esta hija del primer Alcaide de Granada fue adelantadísima a su tiempo en todos los aspectos; una de las primeras feministas. La monarquía obligó borrarla de la historia oficial de España hasta mediados del siglo XIX; y casi borrada continúa para la mayoría de granadinos.

Ya nunca se podrá cumplir el deseo de aquella brava granadina, que dejó escrito a su muerte su anhelo de que sus restos descansaran eternamente juntos con los de su marido

Alguien dejó pagadas muchas misas en recuerdo de las almas de Juan Padilla y María Pacheco en la catedral de Oporto. El datario del deán de aquella seo ha tenido anotadas dos misas fijas cada año por las almas del capitán comunero y de su mujer, la capitana. La de Juan Padilla se decía cada 24 de abril, día en que le fue cortada la cabeza en Villalar tras el pulso al emperador Carlos I; cada 24 de mayo se la decían por el alma de María Pacheco, allí enterrada tras su muerte en el exilio, en 1531. Juan Padilla el comunero fue enterrado en Villalar sin cabeza; después parece que fue trasladado. A María Pacheco la enterraron en la capilla de San Jerónimo de la catedral de Oporto, tras la girola; pero sus restos ya no están allí. Se perdieron tras las dos reformas sufridas por el edificio en siglos posteriores.

Ya nunca se podrá cumplir el deseo de aquella brava granadina, que dejó escrito a su muerte su anhelo de que sus restos descansaran eternamente juntos con los de su marido, en Villalar o en Toledo.

Nacida y criada en la Alhambra

María nació en la Alhambra de Granada en 1496, con toda probabilidad; su padre escribió que su hija se prometió en matrimonio en 1511, cuando contaba quince años. Fue bautizada con el nombre de María López de Mendoza y Pacheco. Cuarta de los hijos del primer Alcaide y Capitán General del Reino de Granada, nombrado por los Reyes Católicos en 1491 con ese cargo perpetuo para él y sus sucesores. Su madre fue Francisca Pacheco, hija del Marqués de Villena. Sus otros hermanos fueron: Luis Hurtado de Mendoza (heredero de la alcaldía de la Alhambra); Diego Hurtado de Mendoza (embajador, militar y escritor); Francisco de Mendoza (cardenal, enterrado en la catedral de Sevilla); Bernardino de Mendoza (comendador, marino, embajador, etc.); Antonio de Mendoza (virrey de Perú y México); María de Mendoza; e Isabel de Mendoza.

El alumbramiento tuvo lugar en la residencia oficial del gobernador de la Alhambra, que no era otro que el de Yusuf III, conocido posteriormente como palacio de Mondéjar o Tendilla, por los títulos de grandeza que ostentaba aquel ilustrado personaje del Renacimiento español: hombre de armas y de letras. El palacio de Yusuf III se conservó en pie hasta 1718, fecha en que la saga de los Mendoza fue desposeída de la gobernanza de la Alhambra por Felipe V; habían cometido el error de apoyar al otro bando en la guerra de secesión para dilucidar qué monarquía sucedía a la extinta de los Austrias menores. Hay que agradecer a Felipe V la destrucción del palacio nazarita y la venta de sus restos más destacados en almoneda. Lo único que quedó es la parte frontal y la gran alberca. Hoy conocemos esa zona como Jardines del Partal.

Fotograma de Amparo Rivelles, en el papel cinematográfico de María Pacheco “Leona de Castilla” (1951).

En diciembre de 1499 se la nombra entre los rehenes que el alcaide Íñigo López de Mendoza deja en prenda a los moriscos del Albayzín tras su primera revuelta contra los cristianos

En aquel ambiente creció y correteó María, rodeada de sus otros hermanos y hermanas. Ella era la cuarta, pero como tenían a otras dos Marías, decidió invertir sus apellidos para que no la confundieran. Se la conoció siempre como María Pacheco.
En diciembre de 1499 se la nombra entre los rehenes que el alcaide Íñigo López de Mendoza deja en prenda a los moriscos del Albayzín tras su primera revuelta contra los cristianos; hasta que se tranquilizaron los ánimos, María Pacheco, junto a su madre Francisca y sus hermanos menores, estuvieron viviendo en una casa del barrio morisco.

Educada por el humanista Mártir de Anglería

Íñigo López de Mendoza fue un humanista; estuvo de embajador en Roma a partir de 1496. Regresó España para estar al lado de los Reyes Católicos como capitán general de sus ejércitos en la Toma de Granada (1492). Pero ya venía impregnado de la cultura renacentista que inundaba Italia por todos los rincones. Consiguió traerse a la corte alhambreña al erudito Pedro Mártir de Anglería; éste se convirtió en preceptor de los hijos del alcaide, sin distinción entre sexos. El gobernador dio la misma formación a los varones que a las hembras. Por eso, María Pacheco aprendió latín, griego, aritmética y, en general, adquirió los mismos conocimientos que sus hermanos ilustrados.
Pero en 1511, cuando María contaba quince años, su padre la prometió en matrimonio con Juan Padilla, un hijo del capitán de armas de la ciudad de Toledo. El castellano no ostentaba título nobiliario alguno. Por eso, María Pacheco mostró su protesta, su fiereza e independencia de carácter: al contrario de lo que era habitual por aquella época, en que la mujer no tenía más remedio que aceptar las imposiciones de su padre, ella se rebeló y rechazó la imposición. Por la imposición en sí y porque a primera vista no le gustó el prometido.
Al final acabó contrayendo matrimonio con Juan Padilla y todo indica que después vino el amor, la complicidad y la amistad entre la pareja. Así lo demuestra la historia posterior de la pareja. El matrimonio, desigual en cuanto a sus clases sociales de origen, recibió la gobernanza de castillos en la frontera de los reinos de Granada y Toledo, actual provincia de Jaén. A ambos se les ve prodigarse por la Alhambra durante los siguientes años, ya que el suegro escribió alabanzas de su yerno cuando le visitó en Granada de 1513 y 1515, año en que falleció en Primer Conde de Tendilla.

María Pacheco aprendió latín, griego, aritmética y, en general, adquirió los mismos conocimientos que sus hermanos ilustrados

Al año siguiente, 1516, María Pacheco debía encontrarse todavía en Granada porque aquí dio a luz a su hijo Pedro (falleció en Alhama de Granada siete años después). Para 1518, la pareja emigra a Toledo, pues Juan Padilla había heredado el puesto de capitán de la gente de armas de la ciudad imperial.

Revuelta comunera

Carlos V de Alemania y I de España estaba recién llegado a gobernar estas tierras. Había sido educado en Gante, no sabía hablar castellano y ni entendía a los españoles. Lo peor de todo es que venía rodeado de flamencos y borgoñones que empezaron a repartirse cargos y prebendas. El nuevo agravio llegado de Flandes se sumaba a la ruina por el proteccionismo y legislación antieconómica que había dictado el rey contra la lana de Castilla y a favor de los productos flamencos.
El estallido comunero comenzaba a cernirse entre las 18 ciudades que tenían representantes en Cortes. Buena parte de Castilla prefería a Fernando, hermano de Carlos, como rey de España, pues se había criado a la sombra de su abuelo el Católico. En la primavera de 1520 estalló el movimiento comunero contra las felonías del emperador. Juan Padilla fue uno de sus promotores, en representación de la ciudad de Toledo. Los españoles volvían a estar divididos. Aquella guerra civil hizo que la familia granadina de María Pacheco, con su hermano Luis Hurtado de Mendoza como nuevo capitán general de Granada, quedase alineada en el bando imperial; y María y su esposo en el bando comunero. El hermano de María Pacheco impidió, con sus tropas moriscas, que la protesta comunera triunfase en Andalucía; además, envió algunos soldados a combatir a los comuneros en Castilla (Bien lo recordaba medio siglo después Núñez Muley en sus argumentos al pedir los mismos derechos para moriscos que para castellanos).
Este artículo no tiene como objetivo revivir la guerra de las Comunidades de Castilla. Es sabido que Juan Padilla capitaneó, junto a Bravo y Maldonado, la guerra comunera. El 23 de abril de 1521, los desorganizados ejércitos comunales sucumbieron en Villalar ante los ejércitos reales. Al día siguiente, en la plaza de la localidad vallisoletana, fueron sometidos a juicio sumarísimo los tres capitanes y degollados inmediatamente. Sus cabezas fueron paseadas en pica por las ciudades castellanas; sus cuerpos, enterrados allí mismo.

Cuadro de Vicente Borrás y Mompó titulado “María Pacheco después de Juan Padilla”. Representa el momento en que María recibe la noticia de la decapitación de su marido en Villalar. Este cuadro es obra de 1881. Museo del Prado.

María Pacheco reemplazó a su marido Juan Padilla al frente de los hombres de guerra de Toledo y se atrincheró allí. Artilló las almenas lo mejor que pudo, parapetada primero en el viejo alcázar, y después en los fuertes de la ciudad

María Pacheco recibió la fatal noticia de la muerte de su marido en su casa de Toledo. Casi todas las ciudades de Castilla levantadas contra el emperador capitularon. Pero Pacheco reemplazó a su marido Juan Padilla al frente de los hombres de guerra de Toledo y se atrincheró allí. Artilló las almenas lo mejor que pudo, parapetada primero en el viejo alcázar, y después en los fuertes de la ciudad. Toledo fue cercada y bombardeada por el ejército imperial durante nueve meses. La ciudad padeció necesidad, deserciones y traiciones. Pero María Pacheco continuó resintiendo y rechazando las negociaciones que le llegaban de parte de su familia, todos alineados con Carlos V.

Huida a Portugal

Aquella valiente mujer comprendió que su resistencia numantina llenaría Toledo de cadáveres. Por eso, en febrero de 1522 consiguió evadirse de la ciudad disfrazada de pordiosera. Quiso refugiarse en el castillo de Escalona, tenencia de su tío el Marqués de Villena, pero le fueron cerradas las puertas. Su tía le dio a escondidas 300 ducados y alimentos para ella y el grupo de seguidores incondicionales que se dirigían a Portugal. Deambuló por Castelo Branco, Guarda, Viseu… Algunos de sus seguidores la fueron abandonando al saber que el emperador les había perdonado, otros se dispusieron a embarcarse hacia las Indias y los menos la siguieron por estar nombrados en el listado de excluidos en el perdón Real; María Pacheco figuraba en el sexto lugar de personas no perdonadas y condenadas a muerte en 1524. Quienes le antecedían en la relación ya estaba muertos.

Plaza de Villalar (Valladolid) donde fueron decapitados los cabecillas comuneros. El monolito fue levantado en la primera conmemoración comunera (1889).

Aquella valiente mujer comprendió que su resistencia numantina llenaría Toledo de cadáveres. Por eso, en febrero de 1522 consiguió evadirse de la ciudad disfrazada de pordiosera

En el exilio portugués conoció el fallecimiento de su hijo Pedro en Alhama de Granada, donde estaba apartado al cuidado del alcaide de esta ciudad. Al final, María acabó obteniendo el apoyo económico y político del obispo de Braga, Diego de Sosa, en cuya casa residió casi dos años; los comuneros refugiados en Portugal recibían ayuda descarada del embajador de Francia, mientras el rey portugués, Juan III Avis (tío de Carlos), simulaba su inmediata expulsión, pero en realidad no hacía nada contra los comuneros acogidos en sus tierras.
Finalmente fue a parar a unas casas del obispo de Oporto, situadas en la parte alta de la ciudad, donde vivió unos cuantos años más, ya rodeada únicamente de sus criados Diego de Figueroa Diego Sigeo.
Sin perdón real
María Pacheco jamás perdonó a Carlos V por decapitar a su marido ni el emperador a la jefa comunera por resistírsele. Incluso ordenó demoler todas sus casas en Toledo y sembrar los solares de sal. Se la desposeyó de todos sus bienes y se la condenó al olvido. Nunca quiso solicitar el perdón real ni pedir el levantamiento de la pena de muerte que pesaba sobre ella.
Durante muchos años, ya después de su muerte, sus hermanos y la casa Mendoza continuaron solicitando el perdón del rey, la rehabilitación de su hombre y el traslado de sus restos a Villalar o a Toledo, para que reposaran junto a los de su marido decapitado. Las peticiones llegaron incluso hasta Felipe II; éste fue rey de Portugal tras la muerte del infortunado Sebastián en Alcazarquivir, pero tampoco le fue concedido. La monarquía española continúa sin darle el perdón.

Su nombre y su memoria de proscrita perduraron hasta la llegada de los liberales y revoluciones del siglo XIX. Los antimonárquicos y revolucionarios tomaron como símbolo el movimiento comunero; entre ellos también se hallaba María Pacheco

El cuerpo enfermo de María Pacheco acabó sus días el 24 de mayo de 1521, en su casa prestada de Oporto. Las crónicas hablan que murió de un mal de costado (otras dan la fecha del 24 de marzo). Tenía 34 años y había capitaneado el pulso comunero contra el mayor imperio del momento.
Fue sepultada en una tumba de la capilla de San Jerónimo de la catedral de Oporto. Alguien anónimo (quizás la familia de los Mendoza o comuneros en la clandestinidad) encargaron misas por Juan Padilla y María Pacheco en los aniversarios de sus muertes. Así ocurrió hasta bien entrado el siglo XX.
La tumba de María Pacheco en la girola de la seo fue cambiada dos veces con motivo de otras tantas reformas en aquel edificio porteño. Hacia 1609 fue ampliada la cabecera y eliminada la zona de tumbas. Ahí desapareció el rastro de sus huesos.
Su nombre y su memoria de proscrita perduraron hasta la llegada de los liberales y revoluciones del siglo XIX. Los antimonárquicos y revolucionarios tomaron como símbolo el movimiento comunero; entre ellos también se hallaba María Pacheco. Su nombre comenzó a aparecer en la literatura (Martínez de la Rosa, La viuda de Padilla) y en la pintura (Vicente Borrás). Muy a finales del siglo XIX fue recordado el movimiento comunero en las ciudades castellanas; en 1889 fue organizada la primera fiesta de los comuneros en Villalar, momento en que erigieron un monolito en recuerdo de los tres capitanes allí ajusticiados. Pero la capitana María Pacheco quedó relegada.
Fue exhibida la condena a muerte de los tres hombres; de María Pacheco sólo se dijo que había sido condenada no por comunera, sino por haber facilitado la invasión francesa de Navarra (sic).
Las misas en su recuerdo han desaparecido en Oporto. En Toledo sí se la recuerda bastante a esta granadina que vivió la mitad de su vida en esta tierra. En su ciudad natal jamás tuvo misa una mujer de tanto arrojo. Hasta el punto de que los historiadores y el cine la han apodado “la mujer fuerte”, “brava hembra” y la “leona de Castilla”. Va siendo hora de decirle una misa en Granada.
Gabriel Pozo Felguera
A %d blogueros les gusta esto: