Reproducimos,  para nuestros lectores adictos a las noticias de Atarfe, el magnífico pregón que en estas fiestas de 2017  pronunció nuestro ilustre vecino Antonio Sánchez López, dando el pistoletazo a nuestras fiestas de este año.

“Buenas noches atarfeños y atarfeñas, amigos todos. En primer lugar permitirme que de las gracias a nuestro alcalde Francisco Rodríguez Quesada, a la concejala de Cultura y Fiestas, Fabiola García Montijano y a los restantes miembros de la Corporación Municipal y de la Comisión de Fiestas por invitarme a ser el pregonero de este año 2017. Quiero también agradecer el apoyo y el cariño prestado por Fuencisla Moreno Rueda y José Enrique Granados Torres en la elaboración de este pregón.
La verdad es que ha sido una sorpresa y a la vez una alegría pues no me esperaba, que a mi edad me propusieran esta aventura. Es una dignidad ser pregonero de las fiestas de mi pueblo; mi pueblo al que tanto quiero y por el que tanto he trabajado, en diferentes etapas de mi vida. No quisiera yo que este texto mirara al pasado, pero es inevitable, teniendo en cuenta que llegada una edad, más o menos la que tengo yo ahora, los recuerdos pesan en el alma e inevitablemente afloran revestidos de melancolía en cualquier momento. Por eso recuerdo con orgullo, como empezó mi compromiso con este pueblo y con sus gentes allá por los años setenta, como concejal, primer teniente de alcalde e incluso como alcalde accidental durante cuatro meses, cuando se produjo el cese de Alfonso Bailón y el nombramiento de un nuevo alcalde, en la persona de Manolo Bullejos.
Y fueron solo unos meses en el más alto escalafón, aunque pudieron ser más ya que me propusieron ser alcalde. Pero por mi negocio, dije no, renuncie a dicho honor. Lo mío era la tienda de la Esquina, apelativo por el que muchos me conocéis.
Fueron trece años en aquellas corporaciones de mediados del siglo XX de las cuales, diez de ellas fui presidente de la comisión de fiestas, comité compuesto por tres personas: José Rodríguez (Pepito el de la Puleva), Antonio Fernández y un servidor. Pepito por su actividad laboral como repartidor de leche no podía estar al pie del cañón, por lo que quedábamos solo dos.
Era mucho trabajo pues había que organizar en menos de dos meses dos fiestas, las de julio y las de septiembre además de colaborar con los mayordomos en la organización de las fiestas de Sierra Elvira y más tarde también las de Caparacena. Es curioso como en nuestros anejos existe la tradición de los mayordomos y aquí no la hay, aunque me han contado, yo no lo he conocido, que hubo una época en la que había mayordomos que criaban un par de cerdos para posteriormente rifarlos y así costear los gastos de Santa Ana.
Había que trabajar mucho, confeccionar el programa de festejos y editarlo para lo que visitábamos a todos los comercios, los cuales accedían muy gustosos a colaborar en la medida de sus posibilidades. Como se dice ahora, era un curro y de los grandes…….
Aunque las fiestas de julio siempre han sido en honor a nuestra patrona, a inicios del siglo XX se decidió trasladar los actos religiosos a septiembre, haciéndolos coincidir con la feria de ganados, para darle a ésta más realce.
La feria de ganado se celebraba a finales del verano, primeramente sobre mediados de septiembre y a partir de los años cincuenta a principios de mes, haciéndolas coincidir con la finalización de las faenas del campo. Entonces se hacían los tratos de animales. Esto tenía lugar en la Tasquiva donde hoy se levanta el colegio Clara Campoamor, el instituto Illiberis y el bar Volante. Permítanme que haga un alto, para recordar que el año próximo nuestro instituto cumplirá cincuenta años.
En aquel “ferial” se levantaban casetas de cañas, cortadas  de los cañaverales que afloraban en los humedales de la vega y se despachaba vino. A los actos programados acudía mucha gente, tanto del pueblo como forasteros. Y se pasaba muy bien.
Las fiestas, las fiestas se celebraban en el centro del pueblo, los columpios en la Ermita, las cucañas y carreras de cintas, a bicicleta y a caballo, en la calle Real. El baile, en el Casino y en la plaza del Ayuntamiento, con su cercado de cañas al principio y posteriormente tableros de madera y de metal. Lo montaban Barranco  o los Lucianos. No sé porque, pero a esa estructura, nosotros la llamábamos “el chalet”. Quiero destacar en este momento una anécdota y es que a través de las rendijas que dejaban las cañas, las madres y las abuelas miraban para conocer de primera mano con quien bailaban sus vástagos, normalmente las féminas. Posteriormente los unos y otros eran “brutalmente” interrogados. Eso, lo viví yo en primera persona.
Cuando terminaba el baile, la costumbre era ir al Chicote, al Jiménez o al Peña donde tomábamos chocolate con churros que nos hacían las Trianas o una familia que venía de Pinos Puente.
Dentro de las posibilidades económicas con las que contábamos para preparar los festejos, quiero decir que para todos los actos contábamos con un presupuesto de un millón de pesetas por año, o sea seis mil euros actuales. Se organizaban carreras de bicicletas, dando tres vueltas por la cuesta de Santa Ana (avenida de la Estación) hasta llegar a Marino, carretera de Córdoba y volver por lo que hoy es avenida de la Diputación hasta la calle Real. Se premiaba normalmente a los tres clasificados; para esta carrera colaboraban en la organización Pepe Callejón y Alfonso Miranda.
También se organizaban tiradas al plato. Los artífices de aquello eran los Emilios, Moya y Liñán y Manolo Povedano.
Algunos años, cuando “los dineros” lo permitían nos visitaron los niños cantores de Guadix, la banda de música de la Guardia Civil, las Grecas o las mayoretes de la puebla de Don Fadrique. Actos singulares fueron el concurso de bebedores de cerveza o los concursos de baile por sevillanas en la Junquera. También durante algunos años parte de la fiesta era la romería en septiembre a las Madres del Rao, hoy totalmente transformadas en parte por las obras monstruosas de la autovía a Córdoba que sin sensibilidad alguna, han destruido aquel bucólico paraje.
Un acto que no faltaba en ninguno de los días de las fiestas eran las cucañas, con las que la gente, los niños principalmente se divertían mucho. Y los desfiles de los gigantes y cabezudos, con la banda de música. Normalmente la agrupación musical que nos acompañaba era la de Churriana. En años más lejanos, a los músicos el Ayuntamiento los alojaba en las casas de los vecinos para comer y descansar. Para las cucañas y desfile de gigantes y cabezudos contábamos con la inestimable colaboración del Berenguel, el Martínez y el Patuleto
Y qué decir de nuestro cohetero, el Chacarrol. Ahora parece que el ruido de los petardos molesta a una parte de la ciudadanía. Ya nuestro insigne Nobel Juan Ramón Jiménez en su Platero describía la actitud del burrito ante los fuegos artificiales: “Platero, cada vez que sonaba un estallido, se estremecía, azul, morado, rojo, en el súbito iluminarse del espacio; y en la claridad vacilante, que agrandaba y encogía su sombra sobre el cabezo, yo veía sus grandes ojos negros que me miraban asustados”. Pero eran solo unos días y todo se toleraba.
Y hablando de fuegos artificiales, el castillo pirotécnico se quemaba en la Ermita de Santa Ana, aunque un año se tiró desde la otra ermita, desde el cerro del Castillejo. Normalmente la traca fin de fiestas se ponía en la plaza de la Iglesia, junto al tablao de la música, hoy desaparecido, o a lo largo de la calle Real entre el Bar Peña y el Jiménez. Un año, se formó la marimorena ya que colocada la traca para ser tirada, salió un señor del Peña, arrojando una colilla con tal mala suerte que prendió la traca media hora antes a ser “quemada” oficialmente. La calle que estaba ocupada por infinidad de atarfeños que plácidamente disfrutaban de la velada, quedó desierta en menos de un santiamén ante el atronador ruido. Hoy hubiéramos pensado otra cosa.
Santa Ana ha sido el epicentro de nuestra fiesta, por eso la función religiosa y la procesión de la venerada imagen eran el plato fuerte de nuestras fiestas. Los actos religiosos se complementaban además con la misa y procesión del Santísimo Sacramento, un día antes.
El día de la función, todo Atarfe salía a la calle. Nos acompañaban vecinos de pueblos cercanos y de la capital pero sobre todo retornaban los atarfeños que trabajaban fuera para acompañar a su patrona.
Ya en los años ochenta se decidió celebrar unas únicas fiestas y desaparecieron las de septiembre, concentrando todo el calendario festivo en el mes de julio.
Otra de las actividades que se hacían en aquellas fiestas de julio y septiembre y que gustaba bastante, era la elección de la reina de las fiestas y las damas de honor. Aquello comenzó en 1959 y se prolongó durante bastantes años. Eran otros tiempos. Para la presentación de este acto, el ayuntamiento invitaba siempre a prestigiosos locutores como José María Guadalupe, hoy sigue escribiendo semanalmente en el periódico IDEAL, el cual nos acompañó durante varios años. En una ocasión se invitó a una profesional de Radio Málaga, a la que fuimos a recoger a Loja. Ella venía con gran ilusión pero al comenzar el acto, el equipo de megafonía (alquilado a Barranco) no funcionaba y no se pudo arreglar. Para colmo, la locutora, de la que no recuerdo el nombre o quizá no quiera recordar, argumentó que sin micrófonos ella no hablaba, que le estaba prohibido forzar la voz por su trabajo; Alfonso, el alcalde, no se lo pensó y me dijo: Antonio, te ha tocado; súbete y presenta a la reina y séquito de honor.
Ante tal “atropello” para el que no estaba preparado, me tomé un par de copas para perder el miedo escénico y arriba. La verdad es que salió bien y desde entonces, me tocaba a mí todos los años. Estuve acostumbrado a hablar en público pero hoy casi tengo que repetir eso de tomarme dos copas, para asomarme a este balcón. Aunque al final no ha sido necesario.
En nuestras fiestas y relativamente hasta hace pocos años era común disfrutar de las carocas, colocadas en la plaza del Ayuntamiento. Estas son “lienzos en donde se dibujan escenas graciosas y/o picarescas acompañados por una estrofa de cinco versos llamada quintilla”. Esta tradición tiene su origen tras la conquista de Granada por los Reyes Católicos y se aprovecha para criticar algo que no funciona, resaltar un hecho o increpar al político de turno con un poco o  mucha malafolla.
Una de las carocas que recuerdo fue aquella que pinté allá por los años sesenta del siglo pasado, cuando el Cordobés inventó su famoso salto de la rana, y cuya quintilla decía así: A cierto famoso torero/le llaman el caravana/por ir de pueblo en pueblo/ llevándose el dinero/ por dar el salto la rana.
O aquella otra, también esa época en donde se solicitaba una nueva consulta médica: Otro año ha pasado/ y la consulta sigue igual/si no se pone remedio/ la gente se morirá/ y la culpa ¿de quién será?.
Como he dicho antes, las carocas han estado presentes en nuestras fiestas hasta hace pocos años. A mí me gustaba contribuir de esa forma a engrandecer nuestras tradiciones, pero todo cambió cuando a raíz de la crisis me dijeron que para esa no había presupuesto.
Durante los años sesenta y setenta del siglo pasado, el ayuntamiento tenía contratado a un señor que vivía en el Corralón de la Ermita; creo recordar que se llamaba Pedrosa y se encargaba de transportar la carne del matadero al mercado. Durante las fiestas a ese carro le ponían un bidón acondicionado y con este artilugio se regaba el Paseo y la calle Real. En aquellos años había premios a las fachadas mejor engalanadas y se adornaban las casas con macetas, mantones, cobres.
¿Qué Atarfe se engalanaba para las fiestas? No era del todo cierto, porque Atarfe era un pueblo que estaba siempre remozado y engalanado. Atarfe que bonito estás cuando te vistes de fiesta, nadie te puede igualar.
El azul de tu cielo y el verdor de tu vega son los colores que resaltan en tu bandera. En tu escudo la granada junto con los Tres Juanes, escudo y bandera coronada, coronada de oro y piedra.
¡El escudo de mi pueblo! ¡El escudo de nuestro pueblo! Quizás ese hecho hay sido uno de los que más satisfacciones me ha dado en mi vida. Independientemente de que no se conozca lo suficiente, de que por las circunstancias y avatares de la vida no se haya tenido demasiado en cuenta, mi alma atesora la alegría y el orgullo de haber diseñado y creado para nuestro pueblo el escudo institucional del mismo. Un escudo que resume una parte de su historia, un escudo que nos identifica como pueblo y que fue aprobado y autorizado por el consejo de ministros en fecha seis de septiembre de 1975. Por aquellas fechas las autonomías todavía no existían y todo se resolvía en Madrid. Seguramente esto ha sido mi contribución más valiosa a este lugar, en cualquier caso algo insignificante en comparación con lo que mi pueblo me ha dado a mí.
En los últimos años diferentes versiones del escudo institucionalizan nuestro municipio; unos se acercan al original y otros, para mí parecer, nos pretendían acercar a la idea de una ciudad que en ningún caso llegó a representar la identidad de sus gentes.
Hace también ahora cincuenta años, que la limpieza de nuestras calles y plazas y la blancura de nuestras fachadas le valieron a nuestro pueblo para que se consiguiera el primer premio de embellecimiento. Que buenos recuerdos cuando se inauguró esa fuente, hoy tapada……..
Y antes de finalizar, quisiera manifestaros mis deseos para este pueblo nuestro. El futuro de Atarfe pasa irremediablemente por todos nosotros, de nosotros depende su florecimiento o su ocaso. Yo quiero un Atarfe próspero, tolerante, respetuoso, conciliador……..Un Atarfe donde todos nos sintamos uno, donde ATARFE en mayúsculas sea lo primero, por encima de ideologías, pensamientos, desigualdades. Un Atarfe del que nos sintamos orgullosos, un Atarfe que sea para las generaciones venideras nuestro más valioso legado; donde todos seamos capaces de establecer nuevos retos que recuperen la esencia de nuestro pueblo y así poder recitar con fuerza: “Mi patria chica es Atarfe, tierra donde nací, en su tierra me he criado y en ella quiero morir”.
Y como bien dice Jorge Luis Borges: “por si no lo saben, de eso está hecha la vida, solo de momentos, no te pierdas el ahora”.
Viva Atarfe, vivan nuestras fiestas.
Buenas noches”.
En la fotografía postal elaborada por nuestro pregonero con fotografías de nuestro pueblo en los años setenta del siglo pasado.
Curiosidades elvirenses.
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