22 noviembre 2024

Hablamos con varias abuelas sobre cómo era su vida sexual

Si tú estás aquí es porque tu abuela se lo montaba con tu abuelo. ¿Pero cómo lo hacían? Varias señoras nos lo cuentan

 Ayudé a mi abuela Juana a ducharse. Para ella, todo lo que estaba entre las piernas, hacia delante y hacia detrás, se llamaba culo. Me giré, dándole intimidad para que se lo lavase. Entonces dijo, con aquella franqueza cómica con la que trataba los temas sexuales: «De tanto tener niños, ya no tengo agujeros separados. Creo que tengo un solo hoyo grande por el que sale todo junto. Que yo no sé muy bien lo que hay ahí, porque nunca me lo he visto».

Imaginaba a mi abuela, detrás de mí, con un pozo insondable entre las piernas. Ese pozo era, en realidad, una laguna de represión y desconocimiento. Mi abuela me dijo, en alguna ocasión, que ella «se lo pasaba muy bien» con mi abuelo. Aun así, muchos puntos de su vida se adscriben a la norma social de la época. El cuerpo como ente impuro, maldecido por las palabras de la Iglesia, la mirada de Cristo y de la sociedad siempre presentes, la mano que aparta la del novio, la virginidad, la sangre y la amenaza de pecado constante, todo ello confluyendo en ese agujero de misterio.

Ernesto García y Juana Rosa Hernández
Ernesto García y Juana Rosa Hernández

LA PRIMERA DESGRACIA

«Yo nunca había visto un pito tieso y recuerdo que no podía parar de reír. Al día siguiente no podía mirar a nadie a la cara»

Así llamó la madre de Angelita a la primera menstruación de su hija. Esta pacense de 90 años recuerda el olor de la habitación cuando su madre les prohibía lavarse durante esos días. «A veces, si había baile y estábamos con la sangre, no nos dejaba ir». La regla era el primer aviso de peligro. Tu cuerpo se volvía un templo que debías proteger. Pero, ¿cómo es posible ser guardiana de un templo si no sabes a qué tipo de peligros te enfrentas?

Carmen Baladrón, madrileña de 70 años, afirma: «Lo teníamos muy crudo, porque éramos muy ignorantes, esclavas del «ya te enterarás»». Como todo lo relacionado con los procesos del cuerpo, la menstruación era un tema de faldas para adentro. Meryl Velasco, donostiarra de 67 años, recuerda escenas que llenaron su infancia de misterio: «Mi tía le hizo una bata a mi madre y esta le dijo: «este color tan claro no me convence; se puede manchar, ya sabes de qué». Al ver que yo estaba escuchando, cortaron la conversación».

CHICOLEAR

Meryl Velasco en su boda
Meryl Velasco en su boda

Ese verbo cargado de maldad, chicolear, fue el que usaron las monjas del colegio para informar al padre de Mari Carmen Grande de que su hija paseaba con chicos al salir del colegio. La Iglesia, guardiana de la moral en la España franquista, se ocupaba de poner el ojo en cada uno de sus fieles, aunque en este caso se tratase de una niña de doce años que aún no sabía de dónde venían los niños. Sin embargo, una especie de fuerza invisible hacía a las chicas temer el simple contacto. Meryl Velasco recuerda que de niña ni siquiera había tenido una conversación con un chico que no fuese de su familia. «Si un chico me agarraba de la mano, me daba hasta un mareo».

Carmen Baladrón saca a relucir el doble rasero de la Iglesia: «Un cura nos mandó a ir a su casa a recoger los resultados de un examen de religión. Mi padre, cuando se enteró, se vino conmigo. El cura se quedó pasmado al verlo. Fíjate, qué querría el cura si nos mandaba a ir a buscar los exámenes a su casa». La familia, sin saber que el cazador estaba tan cerca, formaba una jaula de protección y vigilancia alrededor de la pureza de la joven. «Justo antes de casarme -recuerda Meryl- fui una noche con mi prometido a preparar el piso que nos habíamos comprado. Al volver a casa, mi padre me montó una gordísima, y me llamó de puta para arriba».

La nonagenaria Angelita se ríe recordando su primer beso, que se lo dio al que fue su marido, fallecido hace ya 30 años. «No te lo creerás, pero fue el mismo día de la boda, delante de la familia. Pensé: qué morro más duro».

Teresa Plaza junto a un cura
Teresa Plaza junto a un cura Jesús María «chuma» Plaza

Teresa, treinta años más joven que Angelita, vivió una realidad más abierta de lo habitual. Se trasladó a Madrid desde su Soria natal, y compartía piso con amigos. Es la única de todas las entrevistadas que recuerda hablar con amigos de su vida sexual. Para el resto de entrevistadas, de una forma natural, el muro entre vida íntima y vida social quedaba claramente delimitado. Sobre todo en un tema tan delicado como ‘la entrega de la flor’.

LA FLOR

Carmen Baladrón se ríe cuando le pregunto por su pérdida de la virginidad: «Mi marido decía de broma: «Hay quien se casa por haber jodido. Y yo me caso para joder, porque no me ha dejado mojar nada esta mujer»». Mari Carmen Grande coincide con ella: «Había que morir virgen y mártir. Y mi madre con eso era muy dura, de escopeta y perro, como digo yo».

Juana Rosa Hernández y su madre
Juana Rosa Hernández y su madre

Algunas había más informadas que otras, pero, para casi todas las entrevistadas, al casarse, el velo que ocultaba tanto misterio se descorría. La nonagenaria Angelita recuerda que, en el momento de la verdad, con su marido «yo cerraba las piernas fuerte. Pensaba que era imposible que aquello me cabiera. Yo nunca había metido ni un meñique ahí dentro, así que ya te puedes figurar al pensar en el miembro».

Tanto Meryl como Teresa coinciden en el shock que les produjo ver por primera vez un pene en erección. «Yo nunca había visto un pito tieso -reconoce Teresa- y recuerdo que no podía parar de reír». Meryl habla sin tapujos de su inocencia en aquel momento: «No sabía ni por dónde había que meter las cosas, para que me entiendas. Era todo muy confuso. Fue muy bonito igualmente. Al día siguiente nos fuimos de viaje de bodas a Canarias, y yo no podía mirar a nadie a la cara, porque me parecía que se me podía ver en los ojos que había follado».

UNA ASPIRINA

«Yo cerraba las piernas fuerte. Pensaba que era imposible que aquello me ‘cabiera’. Yo nunca había metido ni un meñique ahí dentro»

Este era, según Angelita, el método anticonceptivo: «Una aspirina bien apretada entre las rodillas. Y que no se te caiga». Cecilia Novella, cubana residente en Valencia, nacida el mismo día que comenzó la Segunda Guerra Mundial, llegó a España con 17 años a estudiar medicina. Procedente de un universo más liberal, observaba con curiosidad la represión española. Nunca se casó y tuvo una vida sexual libre, siendo una de las pioneras del DIU. Recuerda esa España oscura, en la que, en clase de Anatomía, el profesor anunció: «Mañana no vengan las chicas a clase, que vamos a impartir la lección del aparato sexual masculino».

Carmen Baladrón reconoce que la anticoncepción era un páramo de desconocimiento: «No usábamos nada, hasta que un amigo nos trajo de Francia unas pastillas que se metían por la vagina. Era muy incómodo, así que hacíamos la marcha atrás. Íbamos a ciegas».

Meryl Velasco y unas amigas en La Concha
Meryl Velasco y unas amigas en La Concha

Los embarazos no deseados fuera del matrimonio fueron un fantasma que planeaba por encima de los jóvenes. Teresa Plaza se estremece al recordar cuando acompañó a una amiga a abortar: «Era un piso normal, en medio de Madrid, donde una señora hacía abortos sin ninguna condición higiénica». Mari Carmen Grande recuerda a una compañera que se quedó embarazada de soltera. «La habían echado de casa, así que la acompañé a dar a luz. La vi absolutamente perdida, enloquecida por su situación. Eso te podía convertir en una paria social».

TU PLACER ES TUYO

Angelita se parte de risa cuando le comento esa frase feminista. «Antes se hacía el amor para hacer hijos o cuando se le antojase al marido. Ahora se dice que es muy importante que la mujer esté contenta. Yo no sé si he tenido el gusto del sexo, lo que se siente. Creo que alguna vez sí».

Meryl recuerda las primeras sensaciones de aquellos años: «Había veces, antes de casarte, que te besabas y te hacías arrumacos con tu novio, y sabías que si seguías por ahí te iba a fulminar un rayo: por un lado, en la cabeza por mala, y en el bajo vientre porque, si seguías, eso era lo que te iba a pasar». Y rememora con una sonrisa el largo camino recorrido: «Éramos autodidactas. No hemos salido mal para la poca idea que teníamos». Teresa está de acuerdo, pero recalca un dato, fundamental para ella: «Nuestra libertad, casi todo el tiempo, consistía en saber mentir, incluso a veces a ti misma. Aprendías a mentir a los diez años y ya no parabas. Era nuestra única arma».

Sabina Urraca

https://elpais.com/elpais/2016/11/21/tentaciones/1479717127_112044.html