22 noviembre 2024

La llegada de ‘Mazinger Z’ a España hace 40 años conmocionó a los niños de la época y puso en pie de guerra a las asociaciones de padres

El 4 de marzo de 1978, en horario de sobremesa, a los niños españoles les explotó la cabeza con la emisión del primer capítulo de ‘Mazinger Z’, apropiadamente titulado ‘El nacimiento de un robot milagroso’. Milagroso fue, en efecto, el impacto que aquel coloso mecánico tuvo en toda una generación de chavales cuyo contacto previo con la animación japonesa se reducía a las lacrimógenas sagas de ‘Heidi’ y ‘Marco’ y al precedente más remoto y en forzoso blanco y negro de las carreras de coches de ‘Meteoro’. Ya desde la secuencia inicial, con el titán surgiendo de las aguas, el grito de Koji Kabuto («¡Planeador abajo!») y la imbatible canción de obertura escrita e interpretada por el compositor bilbaíno Alfredo Garrido García (autor también del himno del Mundial 82), los jóvenes espectadores de la época entendieron de forma instintiva que se hallaban en presencia de algo verdaderamente especial: una serie de dibujos hecha de los materiales con los que se construyen las mitologías.

En aquel tiempo de Cortes constituyentes, acuerdos pesqueros y atentados de la ETA y el GRAPO, la ultraviolenta cruzada de Mazinger contra el mal, encarnado en el Doctor Infierno y su ejército de brutos mecánicos, secuestró la imaginación de la infantería española, que asistía boquiabierta a los combates de autómatas gigantes, con su despliegue de haces de energía fotónica, misiles perforantes y puños voladores. Imposible resistirse a una serie cuyos episodios llevaban títulos como ‘Batalla en el cielo iluminado por los relámpagos’, ‘La violencia de la máquina mecánica Desma’ o ‘Centro de Investigación de Energía Fotoatómica, blanco del diablo’ (piensen que veníamos de ‘Heidi’ y sus trepidantes capítulos ‘El susurro de los abetos’, ‘El cabritillo’ y ‘Clara se tiene en pie’).

Pechos y rabos

Como toda mitología que se precie, Mazinger alumbró una serie de leyendas fantásticas que crecieron como bolas de nieve en las conversaciones de patio de colegio. La más recordada es la que atribuía al robot de carga Afrodita A la locución «¡Pechos fuera!», que jamás pronunció, aunque los verdaderos ‘connoiseurs’ preferían el chascarrillo que aseguraba que en la sintonía inicial se escuchaba con claridad la frase «Mazinger es fuerte y mi rabo es una furia» (no decía tal cosa, sino «muy bravo»).

Hablando de rabos, también abundaban las especulaciones más o menos científicas en torno a los genitales del barón Ashler, lugarteniente del Doctor Infierno con un rostro mitad de hombre y mitad de mujer cuya larga racha de derrotas hizo que acabara siendo reemplazado por el conde Brocken, un semicyborg filonazi que llevaba la cabeza bajo el brazo y hablaba con la voz de Constantino Romero.

Padres contra robots

Todas esas alusiones de índole sexual, reales o imaginadas, unidas a las inusuales dosis de violencia servidas desde la pantalla a un público infantil hicieron que las asociaciones de padres de la época pusieran el grito en el cielo e iniciaran una campaña para pedir la retirada de la serie que fue secundada y azuzada por los medios más conservadores. El diario ‘Abc’, por ejemplo, publicó el 8 de julio de 1978 un amplio reportaje sobre el «fenómeno Mazinger» en el que un psicólogo advertía de que el personaje del barón Ashler «contribuye a desfigurar el rol sexual del niño […] y a confundirle», y sentenciaba que la serie resultaba «peligrosa» en tanto que «glorificación de la violencia y de los tópicos culturales que anulan la espontaneidad creativa del niño comunicándole contenidos ideológicos muy claros».

La revista ‘Triunfo’ vio en la serie una llamada al rearme bélico de las potencias occidentales frente al Pacto de Varsovia

Tan claros no serían esos contenidos ideológicos cuando un referente de la resistencia intelectual al franquismo y de la prensa de izquierdas como la revista ‘Triunfo’ dedicó la portada de su número 800, y un largo artículo en páginas interiores, a denunciar el sesgo imperialista y anticomunista del anime creado por Go Nagai. «Neofascismo cibernético», escribió el periodista y novelista Fernando González (autor de la celebrada novela sobre la guerra del Rif ‘Kábila’) en un texto que pretendía demostrar que el propósito de la serie era convencer a los niños occidentales de la necesidad de un «rearme bélico permanente» frente a la amenaza del Pacto de Varsovia y se valía para ello de argumentos tan imaginativos como que el símbolo que cruza el pecho del robot protagonista es «la versión esquematizada del águila del escudo norteamericano» o que la imagen del Doctor Infierno «recuerda sospechosamente a Carlos Marx». Todo ello para concluir que ‘Mazinger Z’ constituía «un peligro público» cuyas «consecuencias sociopolíticas pueden ser ilimitadas e imprevisibles».

Todo ese ruido, en cualquier caso, alarmó a los responsables de TVE, que en septiembre de 1978 suspendieron la serie cuando solo se habían emitido 27 de los 33 episodios que se habían doblado al castellano. De los seis capítulos que quedaron en el limbo, cinco se recuperaron en la primera semana de 1979. Hasta 14 años después, en 1993, no se emitió la serie completa, de 92 episodios, pero esta vez en Tele 5 y, ay, con un doblaje hispanoamericano en el que el mítico Jet Scrander se convertía en «el Retropopulsor». Y eso sí que no.