3 diciembre 2024

Cien años de la revolución de las faeneras de Málaga

“¡Tenemos hambre!”, “¡Que baje el precio del pan!”, gritaban unas 800 mujeres por las calles de Málaga hasta llegar a su encuentro con el Gobernador civil. Era la Málaga de 1918, una ciudad donde la pobreza estaba en cada rincón, donde la clase obrera denunciaba jornadas de 14 horas sin descanso dominical, frente a unos patronos que no pagaban multas y rompían los acuerdos con los trabajadores.

Era la segunda ciudad más analfabeta de España, muy falta de escuelas, y donde la mayor parte de la ciudadanía, excepto la burguesía, vivía en casas hacinadas, sin apenas ventilación. Caminar por las calles de algunos barrios era recibir el hedor penetrante de los mataderos clandestinos, de aguas estancadas y suciedad, que provocaban picos de enfermedades como la viruela o el paludismo. Y también era la Málaga del hambre, donde los patronos burgueses hacían caja vendiendo sus productos en el extranjero, dejando sin ellos a la población local, que tenía que conseguir esos alimentos en el contrabando y pagarlos más caros. Todo ello en el contexto de la crisis de la filoxera y de la industria en Málaga, que había caído frente al crecimiento capitalista de Cataluña o País Vasco.

El precio del pan, el alimento básico, había alcanzado las 0.55 pesetas/kilo. Otros productos de primera necesidad también tenían un precio desorbitado, como el pescado o la patata. Un coste inasumible para una población donde las costureras y modistas ganaban tan solo 1,50 pesetas, y los hombres, en trabajos como la herrería o albañilería, apenas alcanzaban las 4 pesetas. Como siempre, el trabajo de la mujer se consideraba de menor valor y era peor pagado. Aquellas mujeres tenían que enfrentarse, también, a ser consideradas voces de segunda en sus reivindicaciones laborales.

Se gesta la revolución

En los patios de las casas, en pleno frío de enero y con el comienzo de una epidemia de gripe que azotaría a la ciudad, las mujeres hablaban entre ellas para organizarse, indignadas, con el hambre apretando en sus estómagos y en los de sus familias. Era una situación insostenible. Y, sin ser conscientes, entre aquellas reuniones imprevistas, estaban dando inicio a 12 días de revueltas populares, encabezada por ellas mismas.

Así llegaron 800 mujeres delante del Gobernador, Rodríguez de Rivas, quien escuchó sus gritos de demanda. Encabezaban esa manifestación un grupo de ocho obreras, según describía el diario El Regional: Dolores Guerrero, Bernarda Martín, María Núñez, María Rodríguez, Antonia Jaime, Concepción Mesa, María Pareja y Dolores Fernández.

Aquella noche, esas mujeres, entre las paredes de sus casas, sabían que ya no había vuelta atrás

Les respondió que se tomaría medidas pero, no satisfechas con la solución y ante la urgencia de la situación, fueron hasta el Ayuntamiento. La presión era su única arma. Concepción Mesa, obrera de la industria de la almendra, informó de sus peticiones al alcalde liberal, Salvador González Anaya. Luego, el grupo de mujeres avanzó hasta la Alameda Principal, el punto de reunión de la sociedad. Allí, Concepción, subida en una silla, anunciaba dar un plazo de 48 horas para la bajada del pan o se reunirían para nuevas movilizaciones a partir del día 11, según relata María Dolores Ramos en su estudio, “Conflictividad social en Málaga: los sucesos de enero de 1918”. Aquella noche, esas mujeres, entre las paredes de sus casas, sabían que ya no había vuelta atrás. Estaban dispuestas a llegar donde hiciese falta.

La espera de la respuesta

La prensa, que no había logrado servir de presión al poder, admitía en sus páginas el desempeño de las mujeres en esta lucha. “Es justo reconocer que lo deberemos a la actitud de las obreras, de las proletarias, de esas hijas del trabajo, en cuyos hogares es donde realmente se puede apreciar la intensidad de un problema sin precedentes”, publicaba el diario El Regional. A él se sumaba El Popular, que reconocía la pobreza de la clase obrera y sus penosas condiciones de vida, con un mensaje claro: “Oid, gentes acomodadas, a los facultativos, y os dirán que todas las enfermedades (…) tienen un origen y una causa: el hambre”.

En ese plazo, el alcalde se reunió con los responsables del encarecimiento de estos productos, que se negaron a bajar su precio. Entre ellos, agricultores, almacenistas, harineros y exportadores. Ante la amenaza, el alcalde respondió con establecer una tabla reguladora y, ante la medida, la oligarquía se unió hasta expulsar de la alcaldía al regidor, e incorporar al conservador Mauricio Barranco. Era el tercer alcalde en tres meses. La ganancia de los acaparadores se tambaleaba, y no estaban dispuestos a ceder parte de sus beneficios económicos.

El 13 de enero, el diario El Popular, anunciaba que el día siguiente se realizaría una asamblea en la sede de la Juventud República, en calle Beatas. Antes de la asamblea, el diario ABC, recoge que las mujeres “sacaron en el muelle el pescado destinado a la exportación y lo subastaron a bajo precio”, mientras otro grupo “requisó los sacos de patatas”.

Como estaba previsto, se convocó una asamblea en la zona acordada, que era un trasiego continuo de personas, que rebasaron las instalaciones. Unas 2000 mujeres acudieron a esa llamada y otras 6000 personas se quedaron fuera del local. Entre el tumulto, antes de comenzar la reunión, algunas mujeres gritaban: “¡El pan a cuatro gordas! ¡Compañeros, nosotras somos las que tenemos que arreglar todo!”. Tras ordenar silencio en aquel clima de tensión, empezó la sesión con una mesa ocupada por Dolores Balaguer, María Valdés Pérez y Concepción Mesa, quienes expusieron las reivindicaciones, y quienes rechazaban la caridad como solución a los problemas. Se acordó realizar una manifestación al día siguiente y se advirtió, de forma explícita, que las mujeres encabezaban la marcha.

La gran manifestación y el inicio de huelga

Así madrugó el día 15 de enero, donde las mujeres se reunían para dejar todo listo a primera hora de la mañana. Mientras, otras animaban a las más reacias a manifestarse junto a ellas, en múltiples idas y venidas, con avisos de casa en casa. El poder local ya era consciente de la dimensión de aquella manifestación y dispuso controles en algunas zonas de la ciudad.

A medio día, las mujeres iniciaron el camino hasta el centro de Málaga. Desde diversos puntos de la ciudad, mujeres y hombres de los barrios La Trinidad, El Bulto, El Perchel, la Victoria o Huelin confluyeron y caminaron hasta llegar a Gobernación. Vista la cantidad de personas, algunas mujeres se animaron a sumarse con ellas, e incluso se añadieron las criadas, que bajaban de las casas donde trabajaban o atendían las peticiones de otras manifestantes que iban en su busca.

Allí gritaron, enarbolando banderas, por la bajada de los productos, a la vez que se escuchaban frases como «Vivan las mujeres unidas», «Viva Málaga» o «Muerte a los acaparadores». Una comisión las recibió, pero la conversación no tuvo la solución esperada. Todo eran incertezas. Les advirtieron que se marcharan sin provocar alborotos, pero las mujeres siguieron con su protesta, más indignadas, y se dirigieron hacia el puerto. Así se iniciaron las primeras cargas policiales, a las que las mujeres se defendieron con piedras y palos. Luego, la Guardia civil efectuó varios disparos entre la gente que salía despavorida, desde la calle Larios hasta la plaza de la Constitución. Hubo cuatro manifestantes muertos, entre ellas, dos mujeres, y 17 manifestantes con heridas de diversa consideración.

Todos se unieron a una jornada de huelga. Unas 12.000 personas se manifestaron

Al día siguiente, el diario El Popular escribía un editorial titulado, “La opinión del pueblo: ¡que se vaya el Gobernador!” El caso saltó a la prensa de todo el país. Las autoridades civiles cerraron los locales obreros, pero el resto del pueblo se sumó en señal de duelo y protesta. Albañiles, carpinteros, herreros o transportistas, trabajadores del puerto y de las industrias, panaderías, tiendas de comestibles… Todos se unieron a una jornada de huelga. Unas 12.000 personas se manifestaron por la tarde hasta el Hospital Militar, donde estaban los fallecidos de la jornada anterior, a los que se enterraron de madrugada.

El día 18, el diario ABC difundía que continuaba la “total paralización del comercio y de la industria en Málaga entera. Las sociedades obreras y las asociaciones de dependientes del comercio manifestaban terminantemente que mantendrán la actual huelga”.

La solidaridad del pueblo fue total, y la huelga se extendió hasta el día 21, a la que se sumaron profesores, costureras u oficinistas. La ciudad estaba desierta y, con la huelga, inoperante. Una Málaga paralizada que consiguió ganar el pulso a la oligarquía, que tuvo que bajar los precios. “Con la protesta de las mujeres malagueñas se ha conseguido, en parte, las justas peticiones del pueblo”, decía La Unión llustrada, bajo el título de “La acción de las mujeres”. Constatada la bajada de los alimentos, la huelga finalizó un día como hoy, hace 100 años. Y aquellas malagueñas escribieron, en la página de la historia, una de las mayores revoluciones obreras feministas de la ciudad.

http://www.publico.es/politica/mujeres-cien-anos-revolucion-faeneras-malaga.html

Público  Ana I. Bernal Triviño ·