Así se ha gestado la huelga feminista: un año para pasar de la movilización simbólica al paro real
El movimiento feminista lleva reuniéndose para organizar la movilización del 8M de este año desde abril de 2017.En Madrid se han reunido todos los 8 de cada mes en un centro social diferente: «La concepción tradicional de huelga nunca ha visibilizado todo lo que hacemos las mujeres», dice la portavoz Inés Gutiérrez
La mecha se prendió el año pasado gracias al contexto internacional de eclosión feminista, pero la idea se quedó en paros puntuales en algunas empresas.
El año pasado se quedaron con las ganas. Tras una manifestación que desbordó sus expectativas y algunos paros parciales aislados, presagiaron que la idea podía tomar más fuerza. Un año después el movimiento feminista ha convocado una huelga a nivel estatal que cuenta con el respaldo sindical de CGT, CNT y la Confederación Intersindical y a la que se han sumado UGT y CCOO con paros laborales. Poco después del 8M de 2017 unas cuantas mujeres ya comenzaron a reunirse en Madrid para preparar el de 2018. Era el mes de abril y la primera vez que el 8 de marzo empezaba a gestarse con tanta antelación.
«Nos quedamos con el gusanillo de que fuera una huelga real tal y como como hicieron las compañeras de Latinoamérica. La manifestación en Madrid y en otras ciudades fue tan masiva que nos vimos con ganas y con fuerza de hacerlo al año siguiente», explica la portavoz Viviana Dipp Quitón. No se entiende la huelga feminista sin un contexto internacional de eclosión feminista, que sacó a la calle a las mujeres polacas por el aborto, a las argentinas con el #NiUnaMenos y a las estadounidenses en la Women’s March.
A pesar del caldo de cultivo, no hubo margen de tiempo suficiente para que en España cuajara una convocatoria de huelga en 2017 y por eso se quedó en paros puntuales en algunas empresas, universidades y centros escolares. Pero ya se había prendido la mecha. La primera asamblea celebrada en la capital para preparar el 8M de 2018 ya tenía una idea clara: convocar una huelga feminista –laboral y estudiantil, de cuidados y de consumo– a la que se uniera el mayor número de mujeres posible de todos los ámbitos.
«No sabíamos muy bien qué iba a pasar así que lo primero que decidimos fue empezar a movernos por los barrios», dice Inés Gutiérrez, portavoz del 8M. La intención de descentralizar la propuesta ha llevado al movimiento –que desde el principio está abierto a cualquier mujer y tras el que no hay ningún colectivo– a realizar las asambleas todos los 8 de cada mes en diferentes centros sociales de la capital y a hacer un encuentro estatal en Elche en septiembre y convocar oficialmente tras una asamblea en Zaragoza a la que asistieron unas 400 mujeres.
Desbordar la huelga tradicional
Con el paso de los meses fueron creándose las comisiones, tanto en Madrid como a nivel estatal, hasta llegar a albergar un numeroso grupo: comisión de organización, legal, sindical, de comunicación, estudiantil, internacional etc. Cada vez más mujeres se han ido sumando a las asambleas, que se vieron obligadas a convocarse en espacios más amplios. «Ha sido bonito lo de comprobar que ya no somos solo unas cuantas que cada año salimos a la calle, si no que está pasando algo con lo que tienen mucho que ver las redes y el empuje de muchas mujeres jóvenes», dice Dipp.
Desde el verano el movimiento feminista está coordinado a nivel estatal y la huelga se está convocando también en decenas de ciudades y municipios. Pronto comenzó a crecer el argumentario, que todavía es un documento vivo, pero lo que tienen claro es que se trata de una herramienta con enfoque global. «No nos vale solo con reivindicar la brecha salarial, necesitamos un instrumento que logre visibilizar todo aquello que hacemos las mujeres, algo que la concepción tradicional de huelga no ha incluido nunca», cuenta Gutiérrez.
No eran pocas las mujeres que en las primeras reuniones planteaban sus dudas acerca de cómo plantear la movilización, que no es una huelga laboral al uso y que trasciende de este instrumento utilizado por los sindicatos. Ahí comenzó el primer frente sobre el que las asambleas debían llegar a consenso: contar o no contar con el paraguas sindical. «Hubo debate sobre si rechazar este tipo de estructuras o no, pero al final se acabó consensuando que somos aliadas», explica Henar Sastre, de la comisión sindical del 8M.
El sujeto de la movilización
Tras ser consciente del marco legal con el que contaba y cuáles eran sus posibilidades, el movimiento feminista comenzó a dialogar con los sindicatos a mediados de diciembre. Como puentes se erigieron las feministas de las centrales, que han sido una pieza clave para lograr su apoyo. «Su batalla ha sido muy importante porque han empujado desde dentro las estructuras sindicales que muchas veces son muy fuertes», añade Gutiérrez.
La idea de desbordar lo que tradicionalmente se ha concebido como una huelga fue tomando forma porque «el enfoque de siempre es muy masculinizado y vinculado al ámbito laboral remunerado», sin embargo, «hay que ampliar esas herramientas para visibilizar tanto el trabajo de cuidados que solemos hacer las mujeres como la desigualdad que sufrimos en todos los ámbitos». Al final, asamblea tras asamblea, el movimiento ha ido diseñando este nuevo instrumento no solo de alcance laboral, si no político y social.
¿Quién es el sujeto de la huelga feminista? ¿A quién le hacemos la huelga? Fueron algunas de las preguntas que siguieron rondando en las reuniones y que había que responder. Tras largos meses de debate, el consenso ha acabado por reivindicar que las mujeres hacen la huelga a toda la sociedad y que son ellas las que están llamadas –la huelga convocada por CGT y CNT es general y los paros de UGT y CCOO se dirigen a todos, pero el movimiento 8M está convocando a las mujeres–.
«Queremos que sean ellas las que vayan a la huelga porque la idea es parar todas un día para visibilizar que lo que hacemos tiene un impacto si no estamos. Es un día sin mujeres también para que sean los hombres los que se encarguen de cuidar y hacer todas las tareas que solemos hacer nosotras», insiste Gutiérrez. La convocatoria ya se ha extendido a los barrios para llegar a todas, también a las mujeres que hacen cola en los mercados y no solo a las que leen Twitter. El objetivo es ampliar el poder de convocatoria y desafiar lo simbólico para pasar a un paro real.
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