LA DIÁSPORA POR JUAN ALFREDO BELLÓN para EL MIRADOR DE ATARFE del domingo 25-02-2018

El pueblo judío fue desde siempre un colectivo disperso por la acción de las persecuciones que siguieron a las distintas guerras de conquista uno de cuyos últimos episodios fue el cúmulo de acontecimientos que conmovieron Palestina con motivo de la vida y muerte de Jesús de Nazaret tal como puede leerse en los Evangelios y, sobre todo, en los Hechos de los Apóstoles que, una vez tanscurridos estos acontecimientos luctuosos, cada mochuelo se fue a su olivo y se produjo una gran dispersión de los simpatizantes cristianos por dos motivos: unos se diluyeron por la geografía palestina y mediterránea huyendo de la quema y otros trataron de predicar la nueva doctrina por el resto del Imperio Romano. Pero, que se sepa, fueron más los nuevos discípulos con ánimo proselitista que los timoratos huidos por puro instinto de supervivencia. Los primeros no dejaron su huella escrita para el futuro, los segundos narraron su epopeya y dejaron sus nombres en el panteón de la nueva fe cristiana. Pues bien, en el caso del Catalanismo activo contemporáneo, los actores y los protagonistas principales (la saga de los Pujol, por ejemplo) han dejado mucho que desear a la hora de defender con su sangre y ejemplo la pertenencia a la nueva fe soberanista.

Bien es verdad que, en esa tierra de la butifarra y de las monchetas, las adscripciones más románticas brillan por su ausencia y son templanzas de misa y olla a la hora de ofrecer el pecho a las balas de la intransigencia represora centralista que, por otra parte, tampoco ha brillado por un rigorismo agudo y vindicador.

El episodio de la tocata y fuga a Bruselas del todavía presidente Puigdemont y varios de sus más estrechos colaborados ha sido una campanada más que suficiente para demostrar la política de vodevil que propugna el independentismo catalán que ha tenido más recientemente el episodio de la fuga (si cabe más sonada por su supuesto izquierdismo) de Anna Gabriel a Suiza, esa dirigente de la CUP cuya radicalidad anticapitalista solo es pareja a su independentismo acrata y radical. Ambos ahueques del ala están siendo muy comentados en todos los ámbitos nacionales e internacionales así como los intríngulis rocambolescos del caso que ya hartan y hastían al conjunto de los españoles y que se está encontrando con las murallas inamovibles de la cachaza gallega de Mariano Rajoy que ha puesto en marcha el artículo 155 de la Canstitución para desactivar el proceso independentista y aburrir a las cabras catalanistas con la connivencia inestimable del Triubunal Constitucional. Solo habrá que echarle paciencia al asunto y esperar acontecimientos que, en cualquier caso, no parecen propicios al mal llamado procés sino a la descomposición de su dinámica.

Por cierto que, estando en estas digresiones coyunturales, me golpea un evento luctuoso y estructural cual es la muerte inesperada de Antonio Fraguas “Forges”, maestro del humor sociopolítico durante más de medio siglo y una de mis últimas razones para estar suscrito a EL PAÍS, cuya desaparición nos recuerda la necesidad imperiosa de la crítica y la risa en la vida pública cotidiana catalana y la falta de ese ingrediente (tan importante antaño: per ejemplo Perich, Eugenio,v Eduardo Mendoza, etc.) en la Cataluña moderna donde apenas quedan quienes sepan romper con una mirada crítica e irónica los atranques sobrevenidos a la historia actual en la democracia, tanto en la vida privada de los cuidadanos (Mariano, mira qué pierna) como en relación con los acontecimientos más públicos y colectivos, como los últimos atentados yihadistas en Cataluña (No les tenemos miedo) que no han podido ni sabido dispersar en otra definitiva Diáspora de un exilio real el valor democrático del pueblo catalán y de sus instituciones.

Para comprobar esto, no hay más que mirarles las caras a Puigdemont, a Junqueras o a Anna Gabriel y sabremos que su pretendida diáspora no tiene futuro ni es un testimonio real.

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