24 noviembre 2024
Ayer pudimos leer en Facebook  esta reflexión de Juan Mata, que compartimos por su interés y acierto.
Copio del muro del profesor de la UGR Juan Mata. Persona a la que respeto profundamente por su integridad moral y honestidad. Os pido que lo leáis, asunto Cifuentes:
«No acostumbro a utilizar este espacio para expresar mis a menudo indignadas opiniones sobre los acontecimientos políticos que padecemos, pues dada mi escasa propensión a la ironía o el sarcasmo temía que terminase ofreciendo una sucesión de improperios y adjetivos ásperos. Pero lo que está ocurriendo con el asunto del máster de Cristina Cifuentes me parece tan repulsivo que me he sentido impulsado (si fuese Álvarez Conde, el falso director del TFM de Cifuentes, hubiese dicho ‘compelido’, que fue el término que utilizó ayer para desentenderse cobardemente del asunto y echarle la culpa al rector de la URJC) a desahogarme. Pido disculpas por esta expansión emocional.
Lo que me tiene anonadado es el encadenamiento de indecencias morales, no solo en la sede de las instituciones políticas, tan contaminadas por las farsas y los embustes que ya ni nos escandaliza, sino también en una universidad pública. Y digo esto no tanto como profesor universitario, sino como ciudadano. Si hasta un rector, con la complicidad manifiesta de varios catedráticos, profesores y funcionarios, miente en público con naturalidad y consciencia para defender a la que supone que es su jefa política, quiere decir que la corrupción ha llegado en España a tal nivel que no cabe ya más que la desesperación y el resentimiento. Se hace imposible cualquier esperanza de regeneración social.
Y más aún cuando veo a Cristina Cifuentes defender sus mentiras con el mismo entusiasmo y la misma desenvoltura que emplearía si estuviese pregonando las fiestas veraniegas de cualquier pueblo. Y asimismo cuando veo a sus correligionarios del PP aplaudirla desaforadamente, con fervor de creyentes o secuaces. No salgo de mi asombro y me pregunto si el cinismo es un requisito previo para dedicarse a la política o es una infección que sobreviene en el ejercicio mismo de la política. No lo tengo claro. Lo que sí siento es que la podredumbre y la desvergüenza parecen haberse adueñado definitivamente de la actividad pública.
El término ‘vergüenza’ y el término ’pudor’, que son sinónimos, tenían en la antigüedad romana un significado que iba más allá del sentido de preservación de la intimidad. Tener vergüenza o pudor era una de las mayores virtudes públicas. Séneca, en un pasaje de su tragedia Tiestes, afirma por medio de un personaje que «ubi non est pudor, nec cura iuris, sanctitas, pietas, fides, instabile regnum est», es decir, que allí donde no hay pudor, ni importa la justicia, la pureza, el cumplimiento del deber y la lealtad, hay un reino inestable.
El pudor o la vergüenza eran cualidades primordiales del buen gobierno, de manera que su pérdida envilecía a los gobernantes. Qué antiguo parece todo eso, sobre todo estos días en que la desfachatez (palabra derivada del italiano ‘sfacciatezza’, que es por cierto como se tradujo allí el término latino ‘impudentia’, es decir, la falta de pudor o vergüenza) parece que se ha adueñado de la vida pública sin que nadie pague ningún precio por ello ni se sienta afectado por la indignación y el abatimiento de sus conciudadanos»