24 noviembre 2024

Prime ministerial candidate Alfredo Perez Rubalcaba of the Spanish Socialist Workers' Party (Partido Socialista Obrero Espanol) gestures to supporters as he concedes defeat at his party's headquarters in Madrid November 20, 2011. The opposition People's Party (PP) won a crushing victory in Spain's election on Sunday as voters vented their rage on the ruling Socialists for the worst economic crisis in generations. REUTERS/Susana Vera (SPAIN - Tags: POLITICS ELECTIONS)

60 años, 853 muertos, 79 secuestrados, 6.389 heridos… y un final tan miserable como su propia existencia. Cuando dicen desmantelamiento quieren decir disolución; cuando hablan de actividad política es terrorismo y cuando invocan un conflicto fue el que enfrentó durante décadas a una panda de pistoleros con el Estado de Derecho.

 Perdonen la tristeza, que diría Sabina, pero en 378 palabras bien podrían haber dedicado alguna de ellas a la sangre derramada, al dolor causado o a las víctimas que dejaron. Pero no, ETA no podía tener un desenlace épico, ni reconocer su derrota, ni contar la verdad… El suyo ha sido un sucio final con idéntico desprecio por la vida al que siempre tuvieron y la misma perversión del lenguaje que emplearon desde sus inicios.

 El miserable final de ETA

La expiración no iba a ser distinta. Pero lo llamen como lo llamen ha sido una derrota, una claudicación, un sometimiento sin paliativos. Se disuelven a cambio de nada porque nada se les ha concedido. Ni presos ni territorios ni la autodeterminación de los pueblos vascos. El éxito ha sido policial, judicial y también político. ETA ya era una olvidada social porque la sociedad vasca hace tiempo que había borrado de su mente que aún existía, y ni sus miembros sabían desde hace ya siete años el por qué y el para qué de su abyecta existencia. Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado acabaron con ellos, los jueces acabaron con ellos y la política, sí la política también -aun con sus miserias y sus ruindades-, hizo lo propio para acabar con ellos.

EFE

Lo supimos aquel 20 de octubre de 2011 en que anunciaron el fin de su actividad terrorista, y los asesinatos, secuestros, extorsiones y amenazas desaparecieron para siempre de los informativos. Sólo la obstinación por intervenir en el futuro de los presos ha alargado una existencia terminal y desde entonces meramente nominal. Y sobre ello ha habido consenso en todas las fuerzas políticas, justo el que brilló por su ausencia cuando un Gobierno del PSOE puso en 2006 los cimientos para un final como el ahora vivido, y la oposición entonces del PP desató una guerra sin cuartel, en el Parlamento y en la calle, contra los socialistas, a pesar de que fue aquel el único Gabinete de cuantos dialogaron con ETA en democracia que lo comunicó con anticipación al Congreso de los Diputados.

 Todos los gobiernos dialogaron con la banda, pero sólo uno fue difamado

Hoy es de justicia reconocerles lo hecho. A Zapatero, a Eguiguren, a Patxi López, a Rubalcaba y a tantos otros que soportaron en silencio tanta infamia, en especial el entonces ministro del Interior, que como todos sus antecesores hizo lo indecible por acabar con ETA, pero sólo a él difamaron, insultaron y persiguieron durante los años en que fue responsable de la lucha antiterrorista, una teórica cuestión de Estado que el PP aprovechó hasta la nausea para intentar sacar rédito seguramente porque nunca acabó de deglutir la derrota electoral de 2004.

De aquellos polvos y de aquel infame «ha sido ETA» que salió de la filas populares durante los atentados yihadistas del 11-M, siguieron los lodos de 2005, 2006 y 2007. Sólo así se explica el lodazal sobre el que chapoteó la política hasta que Rajoy se desprendió ya en 2008 de Eduardo Zaplana y Ángel Acebes, principales artífices de una estrategia de oposición que merece ser recordada una y mil veces para que nunca vuelva a repetirse.

De la mala y la buena política

Escuchar estos días al entonces portavoz popular en el Congreso, Eduardo Zaplana, decir ante los micrófonos de la Cadena Ser que el final de ETA es una victoria de la «vieja política» y un ejemplo de cómo los partidos supieron estar a la altura produce, cuando menos, escalofríos. El mismo sudor frío que provocaron muchas de sus intervenciones desde la tribuna del Congreso acusando a Rubalcaba de plegarse ante una banda de asesinos, de vender España y de aceptar el chantaje de los terroristas.

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Estos días Zapatero ha recorrido radios y televisiones para reivindicar lo hecho, para recordar las llamadas -a Eduardo Madina, a Rubalcaba, a Patxi López y a su padre- que hizo aquella tarde de 2011 cuando ETA hizo público el abandono de las armas. «Lo sabíamos, lo esperábamos, pero cuando se produjo, lloramos y lloramos mucho», reconoce uno de los protagonistas de aquellas emociones vividas.

«Ya me puedo marchar tranquilo», le dijo Zapatero a su padre aquella tarde. El presidente ya había anunciado entonces su retirada. Rubalcaba había asumido el cartel electoral de los socialistas y para cuando ETA anunció su final el ex ministro de Interior ya estaba imbuido en una dura campaña de la que sabía de antemano que saldría mal parado. La brutal crisis económica, los recortes, la congelación de las pensiones y el sueldo de los funcionarios, la reforma exprés de la Constitución… Todo lo hecho en el último Gobierno de Zapatero parecía en favor de la victoria del PP que finalmente se produciría.

La traición a los muertos

Rubalcaba, el PSOE y el propio Zapatero pudieron, pero no lo hicieron sacar rédito del fin de ETA en plena campaña electoral y poner al PP frente al espejo de una oposición cainita con la que intentó patrimonializar el dolor de las víctimas como si todas ellas sintieran el desgarro del mismo modo o su voz fuera unívoca. Nunca hasta entonces en la Carrera de San Jerónimo se habían escuchado palabras tan gruesas como las proferidas por el jefe de la oposición contra el presidente de un Gobierno: «Usted ha traicionado a los muertos»

¿Y todavía se atreven a decir que fue el triunfo de la vieja política y el éxito de los viejos partidos que supieron estar a la altura? Mejor que Zaplana estos días hubiera callado. Porque no es cuestión de vieja o nueva política, sino de la buena y la mala. Y la practicada aquellos años por el PP de Acebes. Gil Lázaro y Zaplana, con la aquiescencia de Rajoy, fue de la peor y más ruin que se ha hecho en España en democracia. Y la respuesta de los socialistas, ya con el fin de la activada terrorista proclamado, fue un ejemplo de lo contrario al entender que la victoria era de todos y, por tanto, no les correspondía en exclusiva.

¿Y ahora de qué se felicitan los populares? Cierto que Rajoy actuó en 2011 tras el anuncio del fin de actividad terrorista con la madurez que exigía el momento, pero también lo hizo sabiendo que le tocaría a él ya como presidente de Gobierno gestionar el final desde La Moncloa.

El precio nunca pagado

En aquellos días el PSOE, hundido por las encuestas y calcinado por su gestión de la crisis económica, no intentó convertir en propio un éxito de todos ni afeó jamás el comportamiento de los populares. Lo más que se atrevió Zapatero en un mitin en Málaga, ya en los estertores de la campaña electoral, fue dirigirse a los asistentes y situar el foco por unos segundos donde correspondía: en la labor de su ex vicepresidente contra el terrorismo etarra. «Os habla el presidente del Gobierno, nada hubiera sido posible sin Rubalcaba», solemnizó ante 6.000 personas para elogiar al candidato del PSOE.

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«Si algo he hecho para contribuir a este final, doy por buena toda mi vida política», respondería en el mismo acto Rubalcaba, a quien para entonces ya no le quedaba un centímetro cuadrado en su cuerpo en el que los adversarios pudieran clavar una cuchillada más. Ni mil vidas que viviera ya darían para sortear toda la basura esparcida contra él por los populares: por la libertad que por ley correspondía al etarra De Juana Chaos, por el «caso Faisán», por el sistema de escuchas Sitel que hoy mantiene intacto el PP, por los presos que nunca acercó, por la Navarra que nunca entregó o por el precio que nunca pagó…

Para los libros de historia quedará el desgaste ante la opinión pública que soportó por implicarse a fondo en la búsqueda de un proceso de paz, con negociación frustrada incluida, y el hundimiento posterior por la trágica sorpresa del atentado terrorista de la T-4. Bien es cierto que el adiós a las armas de ETA y la disolución posterior esta semana endulzará tantos y tantos momentos amargos. Pero ahora que todos hablan de la necesidad de escribir el relato de la verdad, que éste sea con memoria crítica e incluya además el papel que jugó un entonces un infame partido de la oposición.