El punto de fuga del machista
Es de vital importancia identificar los signos que alertan de que el maltratador ha entrado en la senda mental que conduce al crimen
Valorar el riesgo de que alguien cometa un delito es siempre muy complicado. Lo saben muy bien los forenses que han de informar sobre el riesgo de reincidencia de los presos, especialmente si son psicópatas con un historial de delitos reiterados. Prever la conducta de un maltratador no es más fácil, por eso hay que insistir en la necesidad de formar a los jueces y asegurar que tengan un asesoramiento experto.
El caso de las dos niñas asesinadas en Castellón por el padre para vengarse de la madre ilustra bien las carencias de la justicia a la hora de valorar ese riesgo y la dificultad que tienen las mujeres maltratadas para ser creídas por quienes deben ampararlas. La juez no apreció “una situación objetiva de riesgo” a pesar de que la denunciante era psicóloga e insistía en que temía por sus hijas. Y denegó la orden de protección alegando que había “versiones contradictorias”. En dos ocasiones se archivaron las diligencias. En este y otros casos los jueces se muestran incapaces de apreciar la gran capacidad de simulación de los maltratadores. No es causalidad que el entorno de los asesinos se soprenda con frecuencia por una conducta que no sospechaba. El maltratador actúa de puertas adentro, y uno de los factores que le permite tejer su tela de araña es que la víctima interioriza muy pronto que no la van a creer.
En la lucha contra la violencia machista es de vital importancia identificar los signos que alertan de que el maltratador ha entrado en el punto de fuga que conduce al crimen. En la mayoría de los casos el deseo de venganza queda anulado por el miedo a las consecuencias penales. Pero hay un porcentaje de maltratadores en los que el efecto disuario de la pena o el miedo al daño que él mismo sufrirá deja de operar. Su deseo de venganza es más fuerte que su deseo de vivir.
Hay un punto de inflexión a partir del cual hay que salir corriendo y pedir ayuda. En estos casos la ayuda ya no puede consistir solo en una orden de alejamiento. Es el momento en el que el maltratador expresa fantasias de muerte. Cuando empieza a decir “te mato y me mato”. El asesino de Castellón había amenazado con hacer daño a las niñas y había fantaseado con la muerte. Cuando lo hacía, estaba anticipando cuál iba a ser su conducta: matar a las niñas y tirarse por el balcón. Pero nadie en el juzgado fue capaz de verlo.