Deseos y derechos
La sociedad capitalista en la que vivimos nos indica que, con el dinero necesario, todo se puede comprar o vender porque todo tiene un precio. Voluntades políticas incluidas como ya hemos visto con los casos de corrupción que nos inundan en los últimos años.
Además, esas voluntades políticas pueden llegar a ser necesarias para continuar explotando y expoliando y que, de ese modo el sistema no se rompa.
Como además el capitalismo ya no entiende de fronteras, es internacional y lo abarca todo porque, en su perfecta alianza con el patriarcado, ya no quedamos al margen de su imperio ni las personas. Tenemos claros ejemplos de lo que digo cuando hablamos de personas en general con la compraventa de órganos humanos en donde, en algunos lugares del mundo, es legal.
Pero cuando hablamos de mujeres y no de personas ya la cosa cambia y, en demasiados casos, se mira a otra parte. No podemos olvidar que la prostitución es una relación en donde una parte, generalmente hombres, compran su placer. Y para satisfacerlo necesita un cuerpo humano que es la materia prima básica para la satisfacción de ese placer. Y ese cuerpo humano, generalmente es de mujeres. Pero si a esa relación comercial le añadimos, la explotación sexual que sufren las mujeres por parte de otros hombres que las han comprado y vendido a su antojo como si fueran reses, podremos entender que la asimetría de la relación comercial es total. Y que, por tanto la satisfacción de un deseo como el sexual tiene claras connotaciones políticas que se han de afrontar.
Cuando se consume prostitución se va más lejos de esa simple relación física. Se establece y se refuerza el sistema de poder masculino frente a la sumisión femenina. Porque los prostituyentes o puteros hacen suya aquella frase que dice “que quien paga manda” y el hecho de pagar les “autoriza” a hacer lo que quieran con la mujer prostituida. Y se dibuja perfectamente la férrea alianza entre el capitalismo y el patriarcado. La mujer comprada y sumisa frente los deseos de quien paga. La mujer con la voluntad anulada y sin poder elegir si quiere o no quiere tener ese contacto físico con ese hombre. La mujer reducida a un mero objeto de placer sin voluntad y sin voz propia. Reducida a un mero objeto sexual.
En el libro “Un tros de cel” (Editorial Bromera. 2012), su autora, Isabel Clara-Simó expone perfectamente esta alianza y también expone la desigualdad entre niñas y niños. Pero narra perfectamente la venta de la protagonista, el maltrato que sufre en su viaje desde Hong Kong a Valencia en donde la obligan a prostituirse, siendo todavía una menor, y en cómo, un tiempo después es llevada a un prostíbulo y narra la vida de allí dentro bajo la “protección” de un proxeneta “bueno” que, al final cumple su palabra.
Pero la prostitución no es la única situación en la que los cuerpos de las mujeres son usados como materia prima por parte del patriarcado. La situación de los vientres de alquiler es otra muestra de esa potente alianza. Reducir el cuerpo de las mujeres a vasijas gestantes, sin derechos sobre su propio cuerpo durante el tiempo que dure el embarazo y la posterior retirada del bebé para venderlo a otras parejas, demuestra de nuevo, que todo se puede comprar y vender, en este caso la criatura nacida por vientre de alquiler.
Además aquí el patriarcado, refuerza su poder al negar a la madre, cualquier derecho sobre la criatura nacida, puesto que se trata del “pago de unos servicios prestados”. Y por supuesto deja a la criatura nacida sin filiación materna y reducido, también, a un producto de mercado que alguna gente puede permitirse el lujo de comprar.
Negar la evidencia de que la madre actúa como materia prima y la criatura es el producto final, es negar la existencia del día y de la noche. De nuevo la necesidad de satisfacer un deseo convierte a la madre gestante en materia prima y al bebé en el resultado de la satisfacción del deseo.
Si las formas de satisfacer el deseo a través de la cosificación y utilización del cuerpo de las mujeres es ya, en sí mismo, aberrante, peor lo es la de querer regular la satisfacción de esos deseos en leyes que protejan a la parte, llamémosla, explotadora. Y lo es porque consolida la asimetría de las relaciones. Consolida la trata y la explotación de personas. Consolida la venta de criaturas. Hace más fuertes a los poderosos porque da carta blanca a que sus deseos sean convertidos en derecho sobre la base del sufrimiento humano.
Y, al mismo tiempo, convierte a las mujeres en más vulnerables puesto que lleva implícita la conversión en objetos a los que poder usar según los deseos del capital. Mujeres tratadas y prostituidas, convertidas en objetos sexuales sin derechos, al servicio del deseo sexual. Mujeres embarazadas con el fin de satisfacer el deseo de paternidad de algunas personas que consideran que deseos han de ser satisfechos a cualquier precio. Criaturas compradas y vendidas por mercaderes sin escrúpulos que dejan sin derechos a esas criaturas y a sus madres.
Los lobbies de estos dos florecientes mercados intentarán (y en algunos casos lo conseguirán) las voluntades políticas necesarias para que sus negocios sigan siendo lucrativos. Y quienes se dejen comprar tendrán que explicar sus votos ante quienes exigimos que los cuerpos de las mujeres dejen de ser considerados materias primas para satisfacer deseos previo pago de su importe.
Dice la frase que “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda” y esto es lo que están intentando, vestir con seda el sufrimiento de las mujeres y las humillaciones a las que las someten, con el fin de convertir en leyes la satisfacción de sus deseos.
Y lo que es peor, en el Parlamento hay lobos con pieles de cordero que habrán de votar esas normas y que se consolide el dolor de las mujeres y su conversión simbólica en ciudadanas de segunda que siempre han de estar dispuestas a satisfacer los deseos de otros, porque lo habrán convertido en ley.
Esos lobos con piel de cordero, son todos aquellos y aquellas de Ciudadanos y de otros partidos que pretenden regular los vientres de alquiler. Y, también, todas aquellas y aquellos que pretenden regular la prostitución.
En ambos casos su discurso regulacionista lleva implícita la conversión de las mujeres en ciudadanas de segunda. También en ambos casos, se degrada a las mujeres a meros objetos que se pueden usar, cambiar e intercambiar con una simple contraprestación económica. Y como no, esa transacción también permite comprar los derechos de esas mujeres.
Los deseos nunca podrán ser derechos si se basan en el sufrimiento de tantas mujeres, niñas y criaturas. Quien defienda lo contrario hace más fuerte la alianza entre el capitalismo y el patriarcado.
Estos dos temas (y algunos más) no pueden ser tratados como si de ir al estanco se tratara. Porque estamos hablando de esclavitud en pleno siglo XXI. Una esclavitud que se quiere regular con el discurso neoliberal de la “libre elección”. Y no se puede hablar de libre elección cuando hay abuso de una de las partes. Y en estos dos casos hay un claro abuso sobre las mujeres tratadas, y explotadas sexual y reproductivamente.
Estaremos atentas a los lobos y lobas con piel de cordero y en cómo su discurso político es refrendado por capitales interesados en seguir lucrándo