Según el último Informe Pisa, España se sitúa al mismo nivel en compresión lectora que Reino Unido, Francia o Estados Unidos. Y en matemáticas, al mismo nivel que Francia y Reino Unido, y por delante de Estados Unidos, la primera potencia mundial, no lo olvidemos.

Algunas de nuestras comunidades autónomas, como por ejemplo Castilla y León, iguala a la reputada Finlandia. Para poner en valor estos resultados, conviene recordar dos aspectos fundamentales. En primer lugar, resulta que España dedica el 4 % del PIB a Educación, en un retroceso continuado desde hace seis años, y volvemos a estar muy alejados de una media europea que supera el 5 % y que nunca alcanzamos, y todavía mucho más aún de Finlandia, uno de los primeros países en el ranking PISA, que dedica el 7 % de su Producto Interior Bruto a Educación.

De hecho, según Eurostat sólo cuatro países, que son Rumanía, Irlanda, Bulgaria e Italia, invierten un menor porcentaje que España en Educación en relación al PIB. Nuestro vecino Portugal, por el contrario, invierte un 6 %. Y en segundo término, hay que hablar, por mucho que le duela a la Derecha hispana, del secular atraso de nuestro país y de los niveles de dónde partíamos. Así, según el profesor Viñao, en España apenas se invertía un 1,4 % del PIB en Educación en 1964 y poco más de un 1,7 % en 1974. R

epito, apenas se invertía un 1,7 % del PIB en Educación a la muerte de Franco. No es extraño pues que a finales de los setenta y principios de los ochenta se nos pudiese considerar un país de iletrados. Como consecuencia de ello, en la cohorte demográfica de los nacidos entre 1951-1960 sólo el 24 % de los hombres y el 18 % de las mujeres accedían a la Universidad, y apenas el 46 % de los varones y el 39 % de las mujeres completaban su educación secundaria. Por el contrario, entre los nacidos entre 1971-1980 el 35 % de los hombres y el 45 % de las mujeres poseen un título universitario, colocándonos entre los primeros países europeos en porcentaje de universitarios.

Conviene además recordar a la hora de poner en valor los resultados obtenidos en PISA que, tal y como demuestra Pau Mari-Klose, si el nivel educativo medio de los padres españoles fuera similar al de los progenitores finlandeses nuestro país ocuparía el octavo lugar en el citado ranking. De hecho, Castilla León, que ocupa un magnífico lugar en el informe PISA, presentaba a finales del siglo XIX unas tasas de alfabetización similares a las europeas, mientras que el analfabetismo más atroz, con más de un 60 %, era la tónica dominante en el resto de España.

En definitiva, y a modo de resumen, partiendo de un atraso feroz y de una realidad infame, invirtiendo incluso en los mejores momentos mucho menos que la media europea y hoy situándonos a la cola, España ha dado un notable salto adelante en Educación. Y lo ha dado tanto en nivel educativo, situándonos por encima de la media de la UE en porcentaje de universitarios, como en equidad, dado que si entre los nacidos en la década de los años cuarenta sólo el 14 % de los universitarios provenía de familias con formación inferior a la secundaria, hoy ese porcentaje asciende al 35 %.

Pues bien, ante esta realidad de un sistema educativo con, le pese quien le pese, buenos resultados, tenemos otra muy distinta. Y es que según un estudio de Asempleo, resulta que el 66,4 % de los jóvenes está sobrecualificado para su puesto de trabajo, es decir se emplean en puestos de trabajo que necesitan una cualificación (y unos estudios) inferiores a la que poseen. En definitiva, lo que falla en nuestro país, lo que es lamentable y penoso, es un mercado de trabajo y un sistema productivo como el español, que no necesita ni talento ni formación. Esa es la verdadera falla de España, su verdadero drama; el modelo de país tercermundista que se está construyendo. Claro que de esto no les interesa hablar a aquellos que persiguen la privatización y la demolición de un sistema educativo que sí que sirve a los españoles, pero no a ellos ni a los nauseabundos fines que persiguen.