11 octubre 2024

Entrevista- Luisa Etxenike, escritora

«La cultura no es una actividad del tiempo libre; es lo que nos hace libres todo el tiempo». La escritora donostiarra Luisa Etxenike señala que «la relación con el lenguaje es la relación estelar de nuestras vidas y el perder ese matiz, esa ambición, se convierte en una catástrofe personal y social».Ante la pérdida de riqueza en el lenguaje, advierte: «No es lo mismo poseer 1.000 palabras que 40.000, en ningún orden de la vida, por eso creo que hay democracias de 1.000 palabras y democracias de 40.000».

Para Etxenike, «la identidad no es algo que recibimos de serie, como el equipamiento de los coches. La identidad es algo singular». Ante la situación de la creación literaria en Euskadi, dice: «El Instituto Etxepare, una ventana al exterior de la cultura vasca, necesita revisar y, sobre todo, reforzar su trabajo en la literatura en castellano».

Luisa Etxenike (San Sebastián, 1957) es escritora de novelas y relatos, pero también reflexiona sobre el lenguaje, la realidad política o el porvenir con certera clarividencia como muestran sus frecuentes artículos en prensa. El próximo 18 de junio presentará un nuevo libro en San Sebastián, El arte de la pesca, reescritura de la última parte de su novela Los peces negros, una especie de ‘collage’ de cortos en relación con ese texto, que llevará una ilustración sonora a cargo del compositor Borja de Miguel.

Directora del festival literario   Un mundo de escritoras, miembro del Consejo de Redacción de la revista de cultura y pensamiento   Grand Place, el pasado sábado 18 de abril intervino en el evento TEDx Almendra Medieval, en Vitoria, para hablar sobre ecología lingüística: «Como las selvas amazónicas, las palabras también se expolian, se violan, se maltratan y hay que cuidarlas», comentó.

¿De dónde surge tu argumentación sobre la necesidad de una ecología lingüística ante el empobrecimiento del lenguaje?

Yo le llamo ecología lingüística, pero podríamos hablar también de ecología del pensamiento, de ecología cultural. La reflexión viene de la constatación de la desertización que avanza en determinados campos que considero fundamentales, que son el de la cultura, el pensamiento, el arte, la creación intelectual. Y que tiene que ver también con un empobrecimiento del lenguaje. La relación con el lenguaje es la relación estelar de nuestras vidas y el perder ese matiz, esa ambición, se convierte en una catástrofe personal y social. Las Humanidades están siendo desterradas del sistema educativo y eso tiene consecuencias. Vemos cómo se ha despertado la conciencia ecológica y la ciudadanía comprende la pérdida colosal que supone la devastación del Amazonas, del mismo modo, hay bienes culturales, patrimonio, libros, capacidad de lectura de referencias que se están perdiendo, que se están devastando por el poco aliento que desde instancias institucionales se da a la preservación de ese patrimonio.

¿Podemos decir que esto es premeditado?

No quiero que mi pensamiento se articule en forma de la polémica o la provocación. Decir que esto es «premeditado» es un titular fácil. Sinceramente, creo que lo tenemos que abordar con serenidad. Es verdad que hay una identificación excesiva de la cultura con el entretenimiento, pero la cultura no es una actividad del tiempo libre sino lo que nos hace libres todo el tiempo. Hay una poderosísima industria del entretenimiento y eso nos hace perder de vista el sentido emancipador, el sentido de crecimiento personal y social que la cultura, y lo fundamental que es en este sentido la capacidad del lenguaje. No es lo mismo poseer 1.000 palabras que 40.000, en ningún orden de la vida. No en la vida del conocimiento íntimo, pero tampoco en la comunicación social y política, por eso creo que hay democracias de 1.000 palabras y democracias de 40.000. La cultura está mucho más cerca de la creación artística que del entretenimiento.

Junto al empobrecimiento del lenguaje, vivimos también la perversión de los significados, la invasión de la neolengua.

Es que al mismo tiempo que hablamos de la falta de siembra en el lenguaje, hay que citar la manipulación del mismo, acompañado por un conformismo con la ausencia de matiz, con la brocha gorda, con la perversión de los conceptos. Lo que llamo las apropiaciones indebidas del lenguaje, que es llamar a las cosas por nombres que no les corresponde. Todo forma parte del mismo conjunto que nos hace vulnerables a cualquier tipo de manipulación. Es fundamental tener del otro lado un receptor que sepa distinguir lo que le cuentan. Y no solo es responsabilidad de la escuela, también los medios de comunicación que no informan con el rigor que corresponde, o los discursos públicos que no preconizan el el matiz, el hilar fino en la expresión.

Eres escritora vasca en castellano, vives junto a la frontera con Francia, cuyo gobierno te ha reconocido como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, y tu obra se traduce a esta lengua… ¿Cómo vives el día a día de esta cultura trilingüe?

Cuando hablaba de ecología lingüística, hablaba de ecologismo de las lenguas, sin duda: lo que amenaza a una lengua, amenaza al resto. Creo que es una situación que se vive en todas partes, aunque bien es verdad que hay sistemas educativos que lo ven más claro y tratan de combatirlo. Cuando alguien cruza la frontera o se coloca frente a la ciudadanía francesa en el ámbito que sea, se queda maravillado ante lo bien que hablan. Está claro que el sistema educativo y el debate público franceses están más preocupados por la calidad de la lengua que el que tenemos a este lado de la frontera.

¿Y en cuanto a la convivencia entre el euskera y el castellano?

A mí no me importa en que lengua escribe una persona, sino lo que dice. Por tanto, quienes escribimos en euskera y castellano ya llevamos muchos años de convivencia, tenemos entre nosotros una relación fluida y natural y no confundimos la lengua de expresión con las convicciones de cada cual ni con los respectivos proyectos creativos. Otra cosa es el apoyo institucional, donde todavía hay trabajo que hacer. Seguimos teniendo instituciones volcadas en apoyar la creación en euskera más o de manera diferente que la que se hace en castellano. Y yo sí creo que se debería revisar la discriminación positiva al euskera. Por ejemplo, hasta años muy recientes, hasta que llegó el gobierno del lehendakari Patxi López, la edición en castellano no recibía ningún apoyo. Fueron muchos años de discriminación. Patxi López lo resolvió, pero a mi juicio todavía falta en las instituciones vascas una convicción más decidida para considerar que el apoyo a la creación no tiene que tener esa variable lingüística que deja en un segundo plano la creación literaria en castellano. Y me refiero, por ejemplo, al Instituto Etxepare, una ventana al exterior de la cultura vasca, que en su trabajo en la literatura en castellano necesita revisarse y, sobre todo, reforzarse.

En más de una ocasión, has reflexionado sobre la relación de Euskadi con España, ¿Cómo entiendes tú esa relación, o la de Cataluña, en estos momentos quizás más crispada que la vasca?

Lo voy a decir simplemente: supongo que habrá personas que viven con conflicto el hecho de ser español o vasco. Pero hay muchas personas, entre las que me incluyo, que no viven con ningún conflicto el ser vascas y españolas. Es más, ese vivir sin conflicto les prepara también para ser otras cosas: europeos. No estamos en esa polaridad, sino en esa triangulacíón que es estimulante, necesaria, fundamental. Además, crucemos la frontera, como yo hago constantemente. Y me encuentro a mi alrededor con una mayoría de personas que viven sin conflicto ser vascos y franceses. Y a este lado, ocurre lo mismo: muchísimas personas que viven con alegría, con naturalidad, sin conflicto. Ese vivir así necesita un amparo político, que esté en el discurso público. A veces, la crispación viene de que el debate lo copan quienes viven en ese conflicto. En cualquier caso, creo que en el ámbito de las identidades, mi posición fundamental es que la identidad no es algo que recibimos de serie, como el equipamiento de los coches. La identidad es algo singular. Yo abogo, antes que por ser vasco, español…, por ser yo misma, con los mestizajes que la vida me va proponiendo. Hablaría de la originalidad íntima de la identidad. En ese sentido, sí puedo participar de una identidad común, dinámica, que es la de las convicciones políticas.

La aparición de nuevas fuerzas políticas, ¿nos sitúa ante una nueva era en la que esas identidades políticas de las que hablas tengan un impulso?

La crisis económica ha destapado una realidad que estaba tapada por una ilusión de riqueza que no afectaba a todo el mundo. La crisis nos obliga a replantearnos muchísimas cosas, como una cierta inercia política que nos hacía entender como si las cosas funcionaran porque sí. Hay que replantear las convicciones de la izquierda, de la democracia y la aparición de nuevas fuerzas obliga a replantear esa inercia en una dinámica. Y todo lo que supone una dinámica es bueno. Dicho esto, yo no creo que necesitemos líderes o partidos providenciales, sino que necesitamos regenerar la relación entre la ciudadanía y la política, desde la convicción de que la política debe estar libre de toda sospecha. La calidad de la política viene por la monitorización que hace el ciudadano de la misma en tiempo real. Ha habido una inercia de abandono de esa capacidad que es al mismo tiempo una responsabilidad de la ciudadanía. Creo que estamos ante un momento estimulante.

¿Puede haber un paralelismo con los momentos posteriores a la muerte de Franco?

Yo era muy joven entonces. Ahora las hemerotecas hablan de líderes políticos, pero yo me acuerdo de la calle, de la importancia que le dábamos a votar. Había una comprensión de que la democracia no se hacía de arriba hacia abajo, sino de la ciudadanía a la clase política. Es necesaria una ciudadanía lúcida, responsable, que sabe que la calidad de la democracia están en sus manos. Yo creo que tenemos que recuperar eso, pero para recuperar eso hay que recuperar lo primero, lo que iniciaba la conversación: una ciudadanía lúcida es una ciudadanía formada, capaz de hilar fino y sobre todo de leer fino los discursos.

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