Amigos de Facebook: os inserto en el muro una reflexión que he hecho sobre las navidades de ayer y las de hoy. Analizo la evolución de estas fiestas, comparando las que yo vivía en mi niñez y juventud con las actuales. Creo que el voraz consumismo lo ha transformado todo, amenazando las raíces cristianas de nuestra Navidad.

Seguidamente, mi meditación:

Soy un sexagenario que añora con fuerza las navidades de mi niñez y juventud en comparación con las actuales. Eran tiempos de necesidades económicas, pero de vínculos familiares más sólidos y firmes que los de hoy.

Las mercancías exhibidas en la Plaza de Bib-Rambla anunciaban la proximidad de las fiestas. Podían comprarse en ella desde flores de pascua, abetos y pinos hasta figuritas de belenes, instrumentos musicales de navidad, juguetes de latón e incluso, pavos vivos. Las celebraciones se vivían de una forma entrañable y hogareña, sin opulencia ni lujos. La TV en color aún no había aparecido y los comercios, también familiares, no nos bombardeaban pregonando machaconamente sus productos. Tampoco nos hacíamos regalos innecesarios unos a otros, y todavía no existían dispositivos tecnológicos que nos entontecieran, entorpeciendo nuestras conversaciones o relaciones. Nos conformábamos con poco, era lo que había, pero estábamos envueltos en un especial halo de calor humano.

Vivíamos esos días con alegría e ilusión. Sencillos belenes y humildes adornos decoraban nuestras viviendas. En ellas se combinaban los sones de zambombas, panderetas, carrañacas y almireces con los cánticos de animados villancicos al Niño-Dios. Y, tras la cena de Nochebuena, saboreábamos unos ricos mantecados y polvorones que, sabiamente, había escondido nuestra madre, para que llegaran íntegros a Navidad.

En esos días, los niños recorríamos los domicilios de los familiares para recoger el aguinaldo. Papá Noel aún no nos visitaba y los Reyes Magos eran esperados con ansia. Sabíamos que no habría más juguetes hasta que volviesen al año siguiente.

Hoy nada es lo mismo. Todo está contaminado por un feroz consumismo que nos ha atrapado como esclavos. La Navidad comienza en los grandes supermercados unos meses antes de que llegue. Cuando lo hace realmente, todo el mundo está ya harto de consumir. Comidas, cenas, regalos… Todo se resume en comprar más para consumir más, en muchas ocasiones, productos que no son necesarios. Los villancicos enlatados se escuchan, pero no se cantan, y los niños, atiborrados de juguetes, ya no saben qué pedirle ni a Papá Noel ni a los Reyes Magos.

Nos estamos equivocando en la forma de vivir estas fiestas, necesitamos vivirlas de otro modo, por ello pido al Niño-Dios que nos anime en estos tiempos tan difíciles que nos ha tocado vivir y que nos ayude a recuperar la esperanza e ilusión perdidas, que no se recobran consumiendo, sino rescatando aquellos valores que nos engrandecen por lo que somos y hacemos, no por lo que tenemos. El dinero y el poder lo corrompen todo, no permitamos que también pudran las raíces de nuestra Navidad. Seamos o no creyentes, no podemos consentir que nos arrebaten la dicha de vivir humana y entrañablemente estas fiestas. Paz y felicidad a todos.

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