VAYA FINAL DE AÑO por JUAN ALFREDO BELLÓN para EL MIRADOR DE ATARFE del domingo 30-12-2018

Nunca se sabe demasiado bien cómo reaccionar ante el fin de año. Bueno, conozco cómo hacerlo tópicamente con el “próspero año nuevo“ de las muletillas al uso (felices Pascuas y próspero…) con que felicitamos a troche y moche a cognoscencias y amistades en los consabidos mensajes navideños donde los buenos augurios de pan, amor, dinero y fantasía pierden pronto su sentido profundo, se vacían rápidamente del otro navideño y se transforman en un rito superficial como otros tópicos y repetidos frecuentes en la vida cotidiana como en aquel entierro donde todos empezaron manifestando al recién viudo su más sentido pésame y acabaron proponiéndole comprarle el caballo asesino.

Bueno pues así mismo todos manifestamos a los cuatro vientos en Navidad la intención decidida de amar al prójimo y de sentirnos solidarios con él aunque muy superficialmente, haciendo toda clase de restricciones mentales de orden socioeconómico, racial, cultural, político, religioso, etc. y todo acaba quedándose en intenciones inconcretas y vagorosas que terminan por evaporarse antes de que cante el gallo o se giñe el caganet, como saben perfectamente Oriol Junqueras, Puigdemont y Quim Torra. Y esto es lo que acaba ocurriendo en las distancias largas, porque en las cortas, que son las más íntimas de la pareja o el trío y en las apreturas más cercanas del núcleo familiar, caben los amores más desinteresados y las mezquindades más abyectas, sobre todo cuando pintan bastos o espadas o ambos palos a la vez,

Hoy mismo, para no ir más lejos, me he encontrado por la calle Reyes Católicos a un compañero y, sin embargo, amigo que ha osado besarme doblemente en la mejilla, al saludo y a la despedida, con harto asombro de mi persona porque es un gesto que no teníamos ni ensayado ni frecuentado jamás y, aunque nunca es tarde si la dicha es buena, su ósculo me ha sorprendido pero no me ha sabido ni a madrugador, ni a tardío, ni a especialmente agradable, por no mencionar a algunos miembros carnales y políticos de la familia propia con quienes tengo que lidiar por ser las fiestas Navideñas.

Tampoco entiendo la proliferación exponencial de las dádivas y regalos navideños con que la gente intenta captar nuestra voluntad, tanto si son regalos familiares donde impera un ridículo do tu des, que esconde un montón nada desdeñable de mensajes en clave de quien no es muchas veces más que un simple conocimiento, como si son amigos invisibles, y muchas veces ninguna de ambas cosas, con quienes te intercambias una serie de regalos inútiles acompañados de unos textos sin gracia que más retratan al donante que al recipiente.

Total que, como se estará viendo, no anda el horno para muchos bollos ni el talante para demasiadas florituras en este fin de año en que nadie tiene razones para ser demasiado feliz, ni siquiera la derechona autoritaria, si intenta presumir de haber doblegado a Andalucía, porque seguramente llevará en el pecado la penitencia. Ni tampoco la izquierda filomarxista, a la que en su día le llovió el Gobierno y ahora no se sabe si fue más favorable el disfrute de la lluvia que precipitó el pecado o el pago de la pena anexa a la penitencia. Sobre todo si vemos pulular por los aledaños de la felicidad relativa a toda una caterva de personajes de esta jacarandosa Corte de los Milagros que ha retrocedido a lo mejor del siglo XIX y que nos recuerdan a Riego, como el Comisario Villarejo, a la Princesa Corina y a ciertos militares metidos a políticos; a los Reyes bobos y listos, pródigos y castizos; a las Infantas desliñadas y felices o infelices pero simpáticas; a los ministros que inventaron cómo ordeñar mejor la vaca de la nación; a los eclesiásticos que aprendieron a medrar escondiéndose tras el Vaticano y a toda una legión de deportistas, toreros y artistas tanguistas que se nos presentan como si no les perteneciera la historia de sus vidas y generosamente nos la regalan desde los medios informativos y los programas de famoseo, exhibiendo sin pudor su vida y milagros. Y en fin, un escenario francamente finisecular en el propio arranque del siglo XXI, como si fuera el fin de la centuria y la rueda del tiempo girase loca y descoyuntadas como si el mismo Cronos quisiera perpetrar su propia dislocación hasta desaparecer y desaparecernos. ¡Viva 2019 y el siglo XXI que dicen que será el de la Igualdad y de las mujeres!

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