«Lo primero que aprendí a decir en griego fue ‘ena potiri neró’, un vaso de agua». Juan Ignacio Soto puede considerarse como el primer erasmus de la Universidad de Granada. En abril de 1988, tres meses después de aceptar participar en el programa de intercambio, viajó a Grecia para una estancia de dos meses en la Universidad de Tesalónica. «Yo no elegí ir allí. Fue más bien Tesalónica quien me eligió a mí», recuerda con una sonrisa.
Recién licenciado, Soto comenzaba a dar los primeros pasos para elaborar su tesis. «Aquello fue un cúmulo de azares», rememora sentado en su despacho de la Facultad de Ciencias. Hoy, Juan Ignacio Soto, es catedrático del Departamento de Geodinámica. «Me llamó el vicerrector de Relaciones Internacionales, que era de mi departamento. Luego llegó a rector». Francisco González Lodeiro le comentó a primeros de 1988 que la Universidad de Granada había firmado el convenio para participar en el programa Erasmus -aún en pañales- y que había plazas vacantes. Una, la de Tesalónica, era para Juan Ignacio Soto. «La incorporación tenía que ser inmediata». Junto a él, una veintena más de estudiantes conformaron la primera avanzadilla de universitarios granadinos en el programa Erasmus. Hoy, tres décadas después, la Universidad de Granada envía cada año a unos 2.000 estudiantes al extranjero.
En abril del 88 Soto sobrevoló el Mediterráneo para aterrizar en su destino. Ni que decir tiene que no hablaba griego, y que el inglés no era su fuerte. Cuando llegó, se encontró con un país que le recordó «a la España de los 60», aunque el nivel de inglés en tierras helenas era superior al que se podía encontrar en Granada.
«No iba con un programa establecido, ni había un sistema de alojamiento… únicamente sabían que iba a ir».
Aquella precariedad en la organización de su estancia no amilanó al granadino, que exprimió los dos meses al máximo. De frente, se encontró con situaciones que hoy parecerían rayanas en la tragedia. No existían los móviles, ni internet. Ni los euros. Allí había dracmas y en España pesetas. «Podía llamar una vez a la semana y escribía cartas». Viajó con el dinero -dólares y travel cheques- en el cinturón. Sin embargo, eso era lo normal en 1988.
En su destino, se movió tanto como pudo y llegó a dar clase por primera vez. «Me permitieron ser profesor de prácticas», una oportunidad que hoy este investigador y profesor valora como «magnífica». «Quise insertarme en el departamento y pedí mapas, documentación… como me vieron con interés me invitaron a excursiones». Durante los fines de semana también se dedicó a conocer la singular geografía griega, desde Meteora a las islas. «El viaje me lo organicé yo». Entre los folios de dos libretas, escritas con una grafía primorosa, guarda recuerdos de aquel viaje. Como las tarjetas de embarque validadas a mano. Como se hacía en 1988.
«Los griegos son gente extraordinaria», que mostraron su hospitalidad a aquel granadino barbado al que, por su atuendo, confundían con frecuencia con un alemán.
«En aquella época nadie tenía la necesidad de salir. Se veía raro» en la Facultad de Ciencias. «Ahora se ve normal», apostilla Soto, que indica que «los mejores profesores que había tenido se habían formado fuera», ya que «el conocimiento no está en una universidad». Esa lógica le impulsó a aprovechar la oportunidad que se le presentaba. «Me di cuenta de que tenía que completar mi formación fuera». Tras Grecia, Juan Ignacio Soto continuó con su trabajo en universidades del Reino Unido como Londres y Oxford y también en Estados Unidos. La experiencia griega «me sirvió para fortalecer mi inglés».
Además, «gané en seguridad, me di cuenta de que tenía una buena formación», y sirvió de acicate para continuar con sus estudios en el extranjero. Tan honda ha sido la huella de aquella experiencia que Soto afirma que «nos ha cambiado a todos». Él, además, es padre de otro partícipe en el Erasmus. Su hijo Ignacio estuvo en Portugal, en la ciudad de Viseu, de donde regresó «contento y más seguro».
Juan Ignacio ha regresado a Grecia, a trabajar. Con algunos de sus amigos en Tesalónica mantiene el contacto y también con su Universidad de destino. Estos vínculos le ha permitido trabajar en proyectos de investigación internacionales.
«Europa ha cambiado por los jóvenes», valora sobre la incidencia del programa en las relaciones internacionales actuales. «No dejo de animar a la gente a que vaya a otros países».