23 noviembre 2024

Young boy seen nasty internet content

Nunca antes ha sido tan fácil ver porno. Nunca antes se ha consumido desde edades tan tempranas. Los chavales se inician hoy a los nueve años. Gratuitos y accesibles las 24 horas del día, los contenidos de sexo explícito que inundan la Red se han convertido en la educación sexual del siglo XXI a falta de formación específica. Y en una fuente de confusión para los adolescentes en sus primeras relaciones adultas.

Pornonativos

Si no es como en el porno, ¿cómo es el sexo realmente?

La pornografía es un invento que suma cuatro siglos. Su industria prosperó en los años sesenta. Desde entonces, generaciones de hombres y, en menor medida, mujeres se las han ingeniado para saciar su curiosidad con un informal pero eficiente sistema de compraventa y préstamo de revistas, cintas de VHS o incluso DVD.

La novedad, en el siglo XXI, es que ya ni siquiera resulta necesario recurrir al ingenio: disponemos de porno ilimitado y gratuito en la palma de nuestro smartphone.

—Las películas porno son ciencia-ficción. Como Spiderman o Star Wars. Hay actores y efectos especiales. No son reales. ¿Me seguís?

Los alumnos de 3º de la ESO (14-15 años) de un instituto público de Avilés asienten, sin demasiado convencimiento, a las explicaciones de Iván Rotella, que hoy imparte una de las tres sesiones de educación sexual del curso.

Un chaval rubio, de frondoso flequillo, rostro angelical y con el estirón aún pendiente, le devuelve una mirada de burlón escepticismo. Cuando ha salido el tema del porno, sus compañeros lo han erigido a él como el experto en la materia. Sí, reconoce, ve porno desde primaria y, sí, cree que el sexólogo exagera. Su perfil encaja con las estadísticas que coinciden en señalar que la edad de inicio de consumo de contenidos para adultos ha descendido y ahora se sitúa en torno a los 9 o 10 años.

Y no es casualidad que esa sea precisamente la época en la que llega la comunión y los padres acceden a comprar el primer móvil —es el regalo más deseado—: a los 10 años, el 26,25% de los menores disponen de smartphone; a los 12, un 75,1%; a los 14, un 91,2%, según datos del INE.

Y ese aparato del que no se separan nunca es su tesoro: un territorio vedado a sus progenitores donde están abonados a WhatsApp, Instagram y YouTube y, por supuesto, también acceden a vídeos de sexo explícito.Las chicas de 4º de la ESO (15-16 años) se miran entre ellas, clavan la vista en el suelo o sacuden enérgicamente la cabeza —“no, no, no”— cuando se les pregunta si consumen vídeos para adultos. ¿La primera imagen pornográfica con la que se toparon accidentalmente? “¡El negro de WhatsApp!”.En cambio, sus compañeros no tienen reparos en vociferar que ellos sí que ven porno.

—¿Cuándo lo vemos? Yo, diariamente.—No tanto. Depende. Cuando apetece.—Algunos días.—Antes de estudiar y de dormir.

“El runrún sobre el tema empieza al final de primaria, pero no se puede generalizar. Yo doy clases en 5º y 6º [9-11 años] y depende del grupo. Tuve uno que, por cómo se expresaban y las cosas de las que hablaban, veían porno fijo, pero el grupo del año pasado fue intermedio, algunos alumnos claramente sí lo veían, pero la mayoría no, y este año mis alumnos son auténticos bebés”, asegura Loles del Campo, veterana profesora de ciencias en un colegio público de Avilés.

Sí, tus hijos ven porno (y así les afecta) ampliar foto
Cristóbal Fortúnez

Que el porno es la educación sexual del siglo XXI es una idea aceptada por expertos de todo el mundo. Pero fue un accidente. La industria tan solo perseguía más y más espectadores. ¿Afán pedagógico? Ninguno. Pero que los vídeos que inundan la Red se interpretan como valiosos manuales de instrucciones es un hecho que constata diariamente Rotella, que trata con adolescentes desde hace 12 años en sus clases de educación sexual en colegios e institutos, en el Centro de Atención Sexual del Ayuntamiento de Avilés (CASA) —ciudad pionera en España en su apuesta por la educación sexual— y en su gabinete sexológico.

“A mí antes no me preocupaba el porno, de hecho he escrito incontables artículos defendiéndolo como divertimento erótico. Pero de cinco años para acá, mi discurso ya no vale porque empiezo a detectar que no se ve como una ficción, sino como una realidad. Nunca ha habido tanta facilidad de acceso a contenido adulto, pero sigue sin haber una educación que proporcione sentido crítico”, denuncia.

“Hay muchas primeras veces que salen mal, entre otras cosas por las expectativas generadas por la pornografía. Se están llevando muchos chascos”. En sus sesiones de educación sexual con clases de 3º y 4º de la ESO y 1º de bachillerato (16-17 años) siempre advierte a los alumnos —que reciben sus avisos con risitas nerviosas y caras de desconcierto— de que el orgasmo vaginal no existe para la mayorías de las chicas, a pesar de lo que veamos en las películas convencionales o X; de que el sexo anal no es para la primera vez, de que el tamaño no define el placer o de que los vídeos porno tienen múltiples cortes de edición.

“Si no le ponemos remedio, en 10 años voy a dedicarme solo a terapia y no voy a dar abasto. Ya vienen chicos a la consulta preocupados porque creen que son eyaculadores precoces, cuando no lo son, porque no duran 45 minutos en el coito, o chicas que se diagnostican anorgásmicas porque no tienen orgasmos vaginales.

Hemos dejado que aprendan de su sexualidad a través de la pornografía y cuando lo trasladan a su vida de pareja empiezan los problemas. Estoy harto de escuchar la misma queja entre las chicas: ‘¿Qué les está pasando a los hombres? Ahora, cuando ligo, se piensan que están en una pe­lícula porno y todo es muy agresivo’. A ellos, cuando les pregunto, me responden sorprendidos: ‘Ah, ¿pero no es eso lo que les gusta a las mujeres?”.

Rotella ya trata en su gabinete a la primera generación de pornonativos, término acuñado por Analía Iglesias y Martha Zein en el libro Lo que esconde el agujero. El porno en tiempos obscenos (Catarata) para denominar a los millennials nacidos en los ochenta que crecieron al mismo tiempo que Internet.

Y sus hijos, los neopornonativos, que han jugueteado con tabletas y smartphones desde bebés, representan la ­segunda generación. No recuerdan su vida sin el móvil. Y sexólogos como Rotella y su pareja, Ana Fernández Alonso, presidenta de la Asociación Asturiana para la Educación Sexual (Astursex), lo tienen cada vez más en cuenta a la hora de diseñar sus programas.

El porno ha distorsionado su visión del sexo, y el inseparable teléfono está redefiniendo todo aquello que sucede antes de llegar a él: su forma de entender la seducción, la intimidad, las relaciones. “Cada vez vemos más casos de parejas que se entregan las contraseñas de sus móviles y redes sociales como prueba de amor y se aceptan mecanismos de control propios de relaciones tóxicas. Han resurgido mitos del amor romántico mal entendido que creíamos superados”, lamenta Fernández Alonso. Cuando pregunta si alguien conoce casos de relaciones así en las aulas de 4º de la ESO y FP Básica, varios síes se abren paso tímidamente.

En cambio, si hablamos de sexting, es decir, el envío de mensajes y fotos subidos de tono, la respuesta es mayoritariamente afirmativa, al menos en los grupos de 1º de bachillerato. Chicos y chicas hablan con total naturalidad y desinhibición de una práctica que reconocen como normal. “Hacemos sexting porque nos pone”, resume con desparpajo una alumna.

 —Los chicos mandamos fotos de genitales, ellas de culo y tetas.

—Las chicas solemos ir con chicos más mayores y pueden manipularnos. “Si no me envías una foto, te dejo de hablar…”, y al final accedes y acaba donde no debe. A mí me ha pasado.

—Muchas veces nos mandamos fotos por calentar y no va más allá.

—… Y a veces por la mañana ya estás congelador y te arrepientes. A mí me ha pasado, vaya.