Los envases alimentarios: el día que China nos hizo ser conscientes de nuestra basura
A principios del año pasado, China anunció que no quería recibir más basura del resto del mundo, endureció las regulaciones de calidad de los materiales reciclables que recibe del extranjero y prohibió las importaciones de veinticuatro tipos de desechos.
Hasta entonces, China había importado nuestros residuos. O, mejor dicho, gran parte de ellos: cartón, papel, plásticos… En 2017, según la ONU, el 70% de los residuos plásticos de Europa y los EE.UU. acabó en el país asiático. Es decir, 7,3 millones de toneladas de basura.
La contribución española no fue para sentirnos orgullosos. Según la Federación Española para la Recuperación y el Reciclaje, España enviaba cada año a China cerca de un millón de toneladas de residuos. De ellas, 138.417 (un 13%) eran plásticos.
España enviaba cada año a China cerca de un millón de toneladas de residuos. | Foto: John Cameron | Unsplash.
¿Qué interés tenía China en ser nuestro vertedero?
Aunque el Ejecutivo chino aseguró en su día que su país estaba recibiendo estos desechos en detrimento de su medioambiente y la salud de sus ciudadanos, lo cierto es que China no ponía en riesgo la salud de sus ciudadanos de manera altruista, como era de esperar.
La República Popular es uno de los grandes productores mundiales de objetos fabricados con plásticos y cartón. Para producir ese gran volumen de productos, China necesitaba material secundario a precios mínimos, así que comenzó a reciclar sus propios envases. Pero, a pesar de ser el país más poblado del mundo, los residuos reciclables de sus 1.395 millones de habitantes no eran suficientes para satisfacer la demanda. Y fue entonces cuando China recurrió al mercado internacional.
En pocas palabras. China compraba nuestra basura para transformarla y vendérnosla más cara. Con lo que quizá no contó el Gobierno chino es que ser el vertedero del mundo no sólo genera facturas. También te las acaba pasando.
En 2017 el 70% de los residuos plásticos de Europa y los EE.UU. acabó en China. | Foto: Hermes Rivera | Unsplash
Mafias de la basura y ciudades vertedero ilegales
El negocio parecía tan redondo que la avaricia hizo acto de presencia en ambos lados de la frontera china. Como para Occidente las consecuencias eran (aparentemente) mínimas, se optó por el “ancha es Castilla”. Es decir, por sobreenvasar y cultivar la filosofía del “usar y tirar”.
Por parte de China, una vez activada la maquinaria de hacer dinero (y con los países desarrollados consumiendo productos envasados a un ritmo frenético), se facilitó la recepción de estos materiales. El capitalismo hizo el resto. A más consumo, más envases; a más envases, más basura; a más basura, más dinero.
Y esa basura humeante oliendo a dinero pronto atrajo a los animales carroñeros. En China se registraron alrededor de ochocientas empresas incumpliendo la normativa de reciclaje. Doscientos sesenta empresarios fueron arrestados por importar ilegalmente cientos de miles de toneladas de residuos y las condiciones laborales de los trabajadores comenzaron a ser con frecuencia insalubres, llegando a dispararse los índices de mortandad en las llamadas “ciudades vertedero”.
Otro basurero vendrá
A rey muerto, rey puesto, dice el refrán. Si China ya no quiere mi basura, busco otro país. Esta fue la solución de los dirigentes europeos. Pero resolver un problema de este calibre con soluciones que parecen sacadas de una canción de desamor no parece lo más inteligente. Al menos a largo plazo.
En vez de partir de la premisa de que la mejor gestión de un residuo es evitar que este se produzca, lo que se hizo desde la Unión Europea fue poner los ojos en otros países subdesarrollados (sí, los países del primer mundo somos adorables). Aunque, por suerte, también se han puesto en marcha otras medidas para controlar este derroche.
Fruta ¿ecológica? | Foto: Inma Garrido | The Objective.
¿De qué se compone esa basura?
Según datos de la Federación Española de la Recuperación y el Reciclaje, el 78% de nuestra basura es papel y cartón. El 13% son plásticos. El porcentaje restante lo conforman chatarras férricas y no férricas de las cuales aproximadamente el 7% es cobre.
Los residuos de envases constituyen un grueso importante de la cifra total. Y la industria alimentaria es uno de los principales productores de este tipo de productos. Debido a la rapidez con la que se consumen los productos que se envuelven y su velocidad de renovación, parece evidente que la presentación de nuestra comida tiene un enorme impacto medioambiental.
Plástico, plástico, plástico… | Foto: Neonbrand | Unsplash.
La responsabilidad de la industria alimentaria
Un envase ha de garantizar la calidad del alimento, su conservación y su manipulación, así como la identificación del mismo a través del etiquetado. Por otra parte, el envase es un anuncio del propio alimento y nos da información necesaria como los ingredientes del producto, su fecha de caducidad y el aporte nutricional. Además, el envase también es una carta de presentación, lo que nos puede llevar a adquirir o rechazar ese producto en función del diseño con el que venga presentado.
Dicho de otra manera: nadie puede negar que esos envases son necesarios. Los envases prolongan la vida útil del alimento, hacen seguro su transporte, informan sobre él y lo hacen atractivo a los ojos del consumidor. Pero la industria alimentaria también comete absurdos a la hora de sobreenvasar alimentos que no lo requieren.
Cartones, papel, aluminio, vidrio, madera y plástico. Estos son los principales materiales que utiliza la industria alimentaria como envase. El más utilizado es el papel y el cartón, cuyo reciclaje no es demasiado costoso ni su impacto medioambiental tan importante en caso de reciclaje defectuoso (el papel o el cartón tardan una media de un año en desintegrarse).
Pero, ¿qué hay de los plásticos? Los plásticos son materiales relativamente fáciles de reciclar cuando están bien gestionados. Y de ahí que China los recibiese hasta hace poco con los brazos abiertos. Pero si su desecho no se hace adecuadamente y acaban en un vertedero, llegan las malas noticias: la combustión del plástico es muy contaminante y difícilmente biodegradable, lo que supone un problema si este acaba en un vertedero o en el mar. Un envase de plástico tarda unos 150 años en descomponerse en partículas más pequeñas, los famosos microplásticos. Con frecuencia, ni siquiera acaba de desaparecer.
Usos absurdos del plástico en la industria alimentaria
Según datos del Ministerio para la Transición Ecológica, en 2016 se generaron 1.526.347 toneladas de envases de plástico (domésticos, comerciales e industriales) de las que se reciclaron 693.935.
Por razones de seguridad alimentaria, la legislación europea propone los envases como medida preventiva para evitar contaminaciones. Podemos creer que un brócoli envuelto en un metro de film plástico será más seguro que si este nos llega desnudo. O al menos eso es lo que nos cuentan.
Pero… ¿es cierto que esa sandía a la que le quitan la piel para trocearla y venderla en bandejas de poliestireno es más segura y gustosa? ¿Para qué sirve un guante de plástico que tiene una vida útil de un minuto y tarda años en desaparecer si lo único que harás con él es tocar un segundo tu propia verdura? Un vegetal, por cierto, que dispone de su propio envase natural, su piel, y que lavarás, pelarás o cocinarás cuando vaya a ser consumido.
Incluso en los mercadillos todo está envuelto en plástico. | Foto: Jelleke Vanooteghem | Unsplash.
Pero no sólo en la fruta o verdura están los despropósitos. Visualiza un pack de donuts o esa bollería de desayuno que viene envasada en monodosis: veinte magdalenas envueltas en veinte bolsitas de plástico, envueltas a su vez en una gran bolsa de plástico, que llevarás del supermercado a tu casa en otra bolsa de plástico.
El consumidor concienciado lo tiene realmente difícil. Si decide hacer un consumo más responsable consumiendo productos ecológicos, se da de bruces con el sinsentido de la industria: los productos ecológicos suelen estar sobre envasados. Y no, esos envases no se fabrican con material biodegradables. Se envuelven en plásticos. Así que, ¿es ético hacerle pagar al consumidor el doble o triple por un producto ecológico si después se lo vendes en tres capas de plástico?
¿Cómo podemos solucionarlo?
Resumiendo: cambiando los hábitos de consumo. No comprando productos frescos que vengan envasados si existe la opción de compra a granel. Llevando nuestras propias bolsas de tela, mochilas o carros cuando hagamos la compra. Evitando los productos monodosis. O priorizando los productos en botellas o envases reutilizables o retornables.
También, reutilizando. Es decir, dándole una segunda o tercera vida a los envases de plástico, aunque esto sea verdaderamente complicado en la mayoría de los casos. O reciclando. Una vez se ha utilizado ese envase y ya no tiene mayor utilidad, desecharlo correctamente es imprescindible para que este pueda ser reciclado. También es vital evitar los envases tipo brik, especialmente si tienen tapones de plástico. Estos envases tienen un ciclo de reciclaje muy complejo ya que se componen de varias capas de materiales diferentes cuya gestión ha de hacerse por separado. En algunas partes del mundo se está volviendo a los envases rellenables.
Pero la responsabilidad no puede ni debe recaer sólo en el “contaminador individual”. Aquí la administración y la industria tienen mucho que hacer. Según Greenpeace, el sistema de contenedores en la calle, es decir el del llamado “sistema voluntario de aportación de residuos”, ha llegado a su límite y necesita ser complementado con otros sistemas. Como por ejemplo los de recogida puerta a puerta, tanto domiciliaria como comercial. O como los sistemas de depósito y de pago por generación, que evitarían que muchos de estos envases plásticos acabaran en los vertederos o contaminando el medio natural o marino. Estos nuevos sistemas de recogida, según asegura la ONG, ya están dando sus resultados en los municipios europeos adheridos al movimiento Residuo Cero.
Otra vía es la revisión y promulgación de leyes que fomenten la responsabilidad respecto a la contaminación, así como el fomento de nuevas conductas que reduzcan los plásticos de un solo uso en los establecimientos (como los guantes o las bolsas dentro de bolsas). O el fomento de la cultura del sistema de depósito, devolución y retorno (SDDR). Hace años, los españoles recibían una pequeña cantidad de dinero cuando devolvían el casco de algunas bebidas, pero esta medida ha desapareciendo casi por completo. Sería interesante reimplantarla. Y no solo con el vidrio, sino también con los envases plásticos.